CAPÍTULO 27.

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Octubre 2015

Nunca debemos juzgar a un libro por su portada. Aunque a veces, el libro es tan mierdero como pinta la portada. Eso es lo que me pasó con Dominic. Nunca pude ver su verdadera maldad interna, a pesar de que las demás personas si podían verla reflejada en su cara. Y después de que me enamoré no había algo que pudieran decirme para que lo viese, por algo el amor es ciego.

La casa está llena de flores, después del quinto ramo, y sin más floreros donde colocarlas, comenzó a traerlos con floreros incluido. La nevera también está llena de chocolates y bombones que no he tocado, ni tocaré.

Tengo dos semanas sin trabajar y contando. No pienso regresar, aunque mi jefe me dijo que tomaría este tiempo como de vacaciones, cuando se negó a aceptar mi renuncia. Estos últimos días mi rutina ha sido la misma, andar en pijama por la casa, desayunar, almorzar, recibir un nuevo ramo de flores o de chocolates, hacer la cena, cenar. Auto—compadecerme a cada minuto del día y temer las noches.

Los primeros ramos vinieron con una invitación a salir que rechacé porque mis cardenales aún se veían, aunque en realidad era porque no quería estar cerca de Dominic cuando bebía.

Cuando las marcas no estaban visibles y solo quedaban las de mi alma, no habían más excusas, así que armándome de valor le anuncié que no quería volver a beber, y que si él realmente quería arreglar nuestra situación debería dejar de mandarme flores y en cambio no volver a beber.

Su respuesta fue una sonrisa seca y burlona y llegar completamente borracho a la casa 4 horas después. Desde ese día Dominic bebió por él y por mí como si el mundo fuese a acabarse si no lo hacía.

Llegaba en las noches o en las madrugadas cada vez más desaliñado. Ya no era ni de cerca aquel muchacho con una chaqueta de cuero de Pull & Bear, ni de sus zapatos Converse; tampoco era el hombre que exudaba Hugo Boss cuando caminada. Una pequeña barriga comenzaba a brotar de su vientre. Su rostro estaba surcado de arrugas, su cabello se caía a raudales luciendo seco y maltratado. Algunas canas comenzaban a hacerle pequeños reflejos en su cabellera. Incluso así Dominic seguía viéndose atractivo para los ojos de cualquier mujer.

Solo abría la boca para proferirme algún insulto o una humillación. Si llegaba y me encontraba a su paso, me daba un empujón solo para apartarme y si se me ocurría, como por lo general hacía, contestarle o confrontarlo, terminaba con una mejilla hinchada o un brazo amoratado. Me negaba a quedarme callada aunque fuese por instinto de supervivencia, sin embargo, a estas alturas creo que ya no tengo ese reflejo de preservar mi vida.

El círculo de la violencia familiar que estaba viviendo se cerraba cuando al día siguiente recibía un ramo y chocolates.



21 de Noviembre de 2015

—¿Alex?—su voz me sobresaltó—. Hey—dijo a manera de disculpas—. Mmm pensé que tendrías hambre así que te traje comida—  Keithan me entregó una bolsa plástica con una bandeja de aluminio aun humeante. 

Se había bañado, su cabello aun mojado goteaba ligeramente por un lado de su cara. Ya no vestía aquella ropa deportiva tan apetecible, pero lo que tenía puesto era mejor. Había cambiado la sudadera ajustada por una polera de cuello V color violeta, y aquel pantalón corto deportivo por una bermuda beige. Sus zapatos eran unos cómodos Vans de cuadros blancos con negros. Los colores le asentaban con perfección. El violeta destacaba el café de sus ojos resaltándolos dentro de sus pobladas pestañas y gruesas cejas. Me sentía cautivada y ligeramente asqueada de estarlo. ¿Cómo podía gustarme un hombre después de lo que había vivido? No debería parecerme atractivo, sino amenazante, no debería sentirme agradecida sino aborrecida y definitivamente no debería sentirme atraída porque todo Keithan gritaba "peligro", y si algo debería haber aprendido es a escuchar esa alarma y esa voz de que huyese.

Aparté la mirada de sus músculos definidos y tomé la bolsa que me tendía. Me dedicó una sonrisa triunfal en cuanto la agarré. El suave olor de la comida despertó un hambre voraz en mi interior. Saboreé el olor en mi paladar, tomando grandes bocanadas de aire con mi nariz dentro de la bolsa.

— Es pollo y papas fritas— dijo a manera de disculpa—. Nadie puede resistirse a eso.

— Gracias— articulé e inconscientemente le hice un gesto con mi mano para que se sentara.

Me apresuré a abrir la bandeja y el vapor contenido inundó mi rostro. Sin precisar de cubiertos, tomé algunas papas fritas y las lleve a la boca, suspirando en cuanto hicieron contacto con mis papilas gustativas

—¡Dios! Dime que esto lo cocinaste tú— y apuré un gran mordisco al pollo frito que las acompañaba

Su risa me sacó de mi orgasmo culinario.

— ¡Qué va! Lo compré en un KFC, mis artes culinarios se limitan a café y emparedados de jamón y queso.

Ahora era yo la que reía.

— ¡Hey! Son los mejores emparedados del estado. Es lo que dice mi hermano— dijo con ojos brillantes.

Alcé las manos en forma de rendición, aún con unas papas fritas en los dedos.

— Tu hermano debe quererte mucho— le dije con una pequeña sonrisa bailando en la comisura de mis labios.

— Mi hermano es mi mejor amigo y nos adoramos, pero no por eso dice que mis emparedados son los mejores— me dio un pequeño codazo en mi brazo.

Un pequeño dolor recorrió allí donde me tocó y me trajo de regreso a la realidad, donde un muchacho agradable y guapo estaba siendo amable con la muchacha loca con cara de suicida y brutalmente golpeada. Si tan solo él supiera que mi cara de suicida no es solo una cara de póker.

— ¿Estás bien?— preguntó con timidez, su vista estaba fija en mi brazo donde recién me había tocado y donde estaba también un cardenal antiguo, con bordes amarillos y verdes.

— Si— y encogí mis hombros— ese ya no me duele— mentí.

— ¿Tienes hermanos?— cambió con ligereza el tema.

— No— contesté con la boca llena de pollo— soy hija única.

Asintió y luego dijo: 

— Alex, tiene que haber alguien a quien puedas llamar— su tono era preocupado.

— No es que no tenga a alguien, es que no quiero llamar a nadie.— Cerré la bandeja finalizando con eso también la conversación.

Permanecimos unos largos minutos en silencio. Mientras el ruido de las palmeras meciéndose adornaba el ambiente. La brisa traía las risas y algunas palabras sueltas de las personas de la playa. El aroma cítrico de la naranja y la mandarina, acompañado del olor dulce del ámbar y un pequeño toque de pimienta me golpeó con fuerza todos mis sentidos. Era un aroma que conocía muy bien

— Tu perfume, es ¿Hugo Boss?

— Sí— me contestó con orgullo — es el único que uso. Qué buen olfato tienes.

Asentí con una sonrisa falsa en mi rostro. Esa era otra señal del por qué debía escuchar la señal de peligro y hacerle caso a la voz que gritaba "huye". Volteé mi cara y respiré profundamente para que el aire marino borrase ese aroma de mis recuerdos.

Me pregunté si el viento también llevaría a algún lado todos los gritos que di hace algunas horas. Si alguien al otro lado del país estaría sentado contemplando la vista cuando le llegara a sus oídos mis llantos. Suspiré sin poder controlarlo y mis ojos se inundaron de lágrimas. La mano tibia y un poco áspera de Keithan tomó la mía y me acompañó en el suspiro. Debí haberme alejado a su tacto, pero había pasado mucho tiempo desde que no sentía miedo con el tacto ajeno, que resultó un cambio agradable sentirme reconfortada con su pequeño apretón. 

APRESADA. Hasta que la muerte por fin me libere.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora