CAPÍTULO 11.

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21 de Noviembre de 2015

Si lograra tan solo llegar hasta aquella tienda, sin llamar la atención, podría comprarme 1 litro de agua, no, 2 litros, y un sándwich de atún, y unas galletas, quizás unos caramelos...

Mi imaginación divaga; tengo hambre y ya no puedo seguir engañándome a mí misma. Tengo una sed espantosa, de esas que hacen que te duela la garganta como si tuvieses vidrios en ella. El sol me hace sudar, el mar solo me recuerda la sed que tengo.

Desde aquí puedo ver una pequeña tienda en el boulevard de la playa. Está abierta, lo sé por su aviso de neón. Pero no quiero otras miradas como las de Keithan, el agente inmobiliario. Menos ahora que sé cómo luzco en realidad. El hambre me abruma los sentidos y puede conmigo.

Me hago una coleta y busco mis lentes de sol Ray Ban, esos lentes han sido más fieles conmigo que Dominic, han resistido cualquier cantidad de caídas sin ni siquiera un rasguño, estoy convencida que con un invierno nuclear solo los Ray Ban y las cucarachas sobrevivirían; y para prueba, me coloco los lentes, que después de haber estado danzando en mi cartera fuera de su estuche, algunas monedas, mi cartera, las llaves, se encuentran intactos.

Compruebo mi apariencia en el espejo, sin poder engañarlo. Me levanto para colocarme el pantalón, me estiro la blusa y coloco mi cartera justo sobre el vómito seco. Compruebo por tercera vez que tengo dinero en la cartera y respiro profundo para infundirme valor. Trato de ignorar la mancha carmesí de mi pantalón y me mentalizo para mantener mis manos siempre abajo, para que la sangre seca que no he podido quitar no la note otra persona.

Bordeo el faro y camino por el suelo empedrado que conduce a la carretera. Una pequeña imagen del mismo suelo pero mucho más movido y a oscuras, viene a mí. Es la imagen del cómo llegué hasta acá.

El sol no me permite ver sin sentir dolor; y mi ojo rojo comienza a picarme. Al lado del camino empedrado veo una botella de Smirnoff hecha añicos, y una imagen mía lanzándola con fuerza y torpeza aparece en mis ojos otra vez. Allá está la botella de la licorería. Y entiendo, que una segunda botella la comencé y terminé de beber junto a mi nuevo amigo, el faro.

Bajo con cuidado de no resbalarme la escalinata hasta la playa. No puedo evitar sonreír por mi prudencia para no caerme por los escalones, cuando sé que antes de que finalice el día saltaré al acantilado.

Camino por la arena tibia, alzando la cara solo lo necesario para no tropezar. Cuando llego a la tienda, su encargado no alza la vista, ni me mira, así que me apresuro al fondo de la tienda directo a las botellas de agua. Agarro una pequeña y casi sin respirar me la tomo. Agarro dos botellas de 1,5 litros y me dirijo a la caja. En el camino voy surtiéndome de galletas, doritos y los tan anhelados sándwiches de atún. Coloco todo en la caja y saco mi Tarjeta de Crédito. El encargado aún no me mira y aprovecho para alzar el rostro, escanear la mercancía y solicitar unos chiclets y caramelos.

— ¿Tienen baño para clientes?—pregunto tímida, no quiero levantar su atención.

— Sí. Al fondo— responde sin verme. Solté un suspiro de alivio.

Me entrega la Tarjeta de crédito y corro por el pasillo mientras coloca mis compras en una bolsa. Entro al baño directo al lavamanos y comienzo a lavarme las manos con abundante jabón. La espuma sale negra y roja. De inmediato me quito los lentes y restriego el jabón en mi cara. No puedo evitar reprimir un sollozo. La sensación de sentirme libre de toda esa sangre, mía y de él, me libera un peso que no sabía que tenía.

La piel me pica y me quema en partes iguales, en los lugares donde el jabón toca la piel expuesta.

No hay espejo y lo agradezco. Con toallas húmedas restriego mi pantalón para eliminar la sangre y solo consigo una parte. Por lo menos ya no se notan tanto, o eso espero. Restriego el vómito de mi camisa, pero no tengo la misma suerte "¿Qué diablos vomité?".

Salí del baño y fui a la sección de ropa de playa. Si ya me voy a morir ¿qué importa la cuenta de la tarjeta de crédito, no? Tomé un vestido azul con flores blancas, la talla más grande que consigo, y unas sandalias blancas. Cuando di la vuelta veo un sombrero de ala amplia a juego. Siempre quise uno, pero Dominic de ningún modo me dejó:

— Pero si soy yo la que se lo pondrá...

— Te verás ridícula y suficiente como ya te ves.

Me rio de él. Me compraré el sombrero y sonrío satisfecha.

Cuando llego a la caja, el encargado alza la vista. Me cambié de ropa, llevo mi sombrero y mis lentes de sol. Puedo ser una persona distinta, sin mucho esfuerzo a la que entró minutos antes. Entrego las etiquetas para que facture y salgo de la tienda con dos bolsas, una con mis prendas y otra con mi última comida, devuelta a mi faro.

Deshago con lentitud el camino que tomé hace pocos minutos. Me siento distinta, menos culpable, y con "menos culpable" me refiero a que me siento menos "evidentemente culpable de un crimen", porque de que soy culpable de serlo, lo soy. Otra vez la botella que anoche destrocé, despierta mis memorias.

Recuerdo que bajé de un taxi, tropecé varias veces (¿Le pagué al taxista? Espero que sí, no puedo con otros crímenes en mi conciencia).

Justo cuando estoy en el punto donde me caí, lo revivo mientras veo hacia las piedras. Es como si esperase ver a una Yo, borracha, tropezando y cayendo.

Mi Yo de anoche está arrodillada en el piso y no puede levantarse; es depresiva mi visión.

El resto del flashback continúa contra mi voluntad.



20 de Noviembre de 2015

Me tumbo sobre mis piernas y respiro profundo. Estoy cansada. Me duelen los golpes, me duelen las piernas.

Corrí, lo sé, pero no sé por qué.

Otra pseudo imagen viene a mí: estoy corriendo por la calle oscura; estoy asustada. Así que si, corrí.

Mientras permanezco tumbada, me limpio el sudor de la frente y me veo las manos ensangrentadas y siento ganas de vomitar. Con desespero la restregó de mi pantalón y como no resulta, escarbo en la tierra apartando las piedras y rompiendo algunas uñas en el proceso; trato de limpiarme con la tierra pero no funciona del todo, sin embargo, ya no veo el rojo carmesí que me perturbó.

Lloro y no puedo limpiarme las lágrimas con las manos tan sucias. Sufro por lo que pasó, por lo que me pasó. Nadie me escucha, nadie me ve, es otro día normal en mi vida.

Me levanto aun hipando y cuando veo la botella vacía, la lanzo con toda la furia de la que soy capaz contra las piedras. Nunca fui buena lanzadora, así que no mejoraré estando borracha. La botella se deshace contra el piso muy cerca de mí, pero no me importa si me hace daño.



***

21 de Noviembre de 2015

Salgo de mi recuerdo y en silencio, incluso en silencio de conciencia, llego hasta mi punto bajo la sombra del viejo faro y me siento.

Respiro profundo con comprensión. Ese fue el momento cuando entendí que ya nada podía hacerme tanto daño. Ese fue el momento cuando decidí que me lanzaría por el acantilado; así que mi versión borracha se desvía de la caminata que la llevaba a la playa, hasta dónde estoy ahora, mientras ambas sacamos una segunda botella de la cartera.

Mi yo borracha saca una botella de Smirnoff, y mi yo actual una botella de agua.

APRESADA. Hasta que la muerte por fin me libere.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora