Capítulo VI

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Burnaby, Vancouver Canadá

Arely siente que su cordura prende de un hilo. Más de cinco semanas habían pasado desde que empezó aquel infierno, todos los días eran iguales, por las mañanas o tardes llega el líder —quien se llama Youren— a decir que harían con ella, cada día es algo diferente, perdió la cuenta de las muchas veces que fue golpeada, con el paso de los días implementaron más torturas aún más dolorosas que las anteriores —desde cortes agudos, sueros que queman sus venas, quemaduras intensas e incluso la pérdida del propio aire— fue torturada diariamente durante cinco semanas, seguramente de no ser por Fenicio ella ya habría muerto; él jamás fue participe de las golpizas, podía ver la tristeza en sus ojos al ver cómo día a día era golpeada brutalmente, todas las noches cuando todos dormían él llegaba a dejarle comida y agua mientras conversaban de cualquier cosa que se les ocurriera, él era lo único que hacía de sus días un poco menos infernales. Porque aquel lugar era lo más parecido al infierno de Dante que; tantas veces había leído mientras se preguntaba si aquello podía existir; ahora podía decir que el infierno existía, pero Dante se equivocó en una sola cosa, al decir que al morir se iba al infierno, ella podía contradecir a Dante diciendo que el infierno era en vida, el infierno residía en cada persona, el infierno eran las personas.

Fenicio le ha llevado en esta ocasión además de comida un libro, la morena le había comentado días atrás que ama leer "El príncipe y el Mendigo" de Mark Twain. El hombre había pasado por mucho por conseguir un ejemplar del libro, pero al ver el brillo en los ojos en la muchacha está seguro que valió completamente la pena.

—Fenicio. —le llamo ella

—¿Si pequeña? –pregunta.

—Necesito saber de mis amigas ¿Sabes si están vivas? ¿Qué les hacen? —pregunta ella

—Sus acompañantes están en una habitación cerca de la tuya, las mantienen sedadas. —miente el hombre y la joven suspira.

—Por lo menos no viven el infierno que yo vivo. –dice.

—Ellas viven el suyo propio. –susurra para el mismo pero la morena pudo escuchar algo de eso.

—¿Qué has dicho? –pregunta.

—Que debes dormir, esconde el libro bajo tu cama y no lo dejes a la vista por que si alguien lo ve sabrán que alguien te ayuda y seré el sospechoso. —dice nervioso.

—Lo haré, gracias Fenicio. –dice ella y lo abraza al hombre mayor quien corresponde a la muestra de afecto de la joven y luego del emotivo momento él sale de la habitación.

La joven prefiere leer toda la noche antes que dormir, aunque quisiera hacerlo le sería imposible conciliar unas horas de sueño. Horas más tarde el firmamento ha cambiado a un color celeste intenso, adornado con algunas escasas nubes, ella no es consciente de que ha amanecido, cuando lo hace su tranquilidad de evapora, ella siempre amó los amaneceres, pero desde que está cautiva los aborrece porque sabe que en cualquier momento ellos llegarían por ella, como Fenicio le había dicho ella esconde el libro y se recuesta con la cabeza en la sucia y dura almohada mientras cierra sus ojos.

Estuvo con sus ojos cerrados durante media hora hasta que la puerta se abre dejando ver a Youren y dos hombres más, pero esta vez Fenicio no está allí. Se desespera al imaginar que los han descubierto ¿Por qué otra cosa no estaría Fenicio allí?

—Hola mi preciosa flor –dice el rubio acercándose a ella con una sonrisa macabra, besa sus labios —como cada día que llega por ella—, pero esta vez no es como las anteriores; está vez ella corresponde a sus besos aun con todo el asco que siente hacia él.

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