Capítulo XIII

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El hombre y el mar

Océano pacífico

Liam Chen, Crónicas de la soledad y la Isla Misteriosa

-¤Querido Diario¤-

Otro día más, insípidas personas a mi alrededor alimentando mi ego, proyectos maravillosos aclaman, la nueva era desea construir, cuando ni siquiera conocen el presente. Hong Kong es una utopía para la vista ajena, pero para este humilde escritor es solamente restos de un alma marchita. El barco imponente navegaba ante los cabellos de tan indomable dama: el océano; tan cautivante y maravilloso, pero tan devastador y peligroso como las curvas de una hermosa doncella.

Había huido de casa a los quince años, mis deseos tan poco comunes me mataban lentamente, como el fino de la más hermosa daga, en un pueblo tan pequeño como lo era el mío, si no me adaptaba a ser lo que todos eran, hubiese muerto de tristeza y soledad. Yo con apenas quince años no quería ser un campesino analfabeto, yo quería comerme al mundo, conocerlo y conocer tanto de la vida que mis apetitos estuviesen satisfechos, me escondí entre inmensos libros los cuales fueron mis fieles hermanos; que me enseñaron todo lo que un día ansié saber. Antes fui un hombre de respeto, de conocimiento inigualable, de unos modales impecables y de un puro corazón. Ahora sólo soy un pobre hombre que náufraga en el abismo de esa hermosa dama llamada océano.

Nueva York, Estados Unidos

El molesto andar del reloj es realmente estresante en esas situaciones —tal vez por eso colocaron aquel reloj—. La joven de ojos verdes piensa en cómo salir de allí mientras que la rubia solo esta inmóvil, inerte, catatónica. Se escucha a la lejanía el sonido del mar romper la bahía, mezclado con el sereno de la noche que se cuela por la ventana helando las paredes ya húmedas, haciendo imposible que las jóvenes pudiesen pegar un ojo en toda la noche, además del hecho de que los grilletes no son ápices de comodidad. Algunas marcas rojas de quemaduras se muestran en sus muñecas.

—Tengo una idea. —dice Laurel.

—No, no podemos mentirles Laurel ellos lo sabrán ¿Crees que nos dejarán ir sin vigilarnos? Se que piensas que podemos ir a Pensilvania y esconder a Kean y al abuelo, pero no es posible. —exclama a secas Cassidy, quien para ese momento ya había pensado en cada posibilidad para salir de aquel lugar.

—No, lo que yo pienso es que tal vez pueda comunicarme con Kean. —dice la ojiverde pensativa, la rubia le mira con sorpresa.

—¿Cómo? —pregunta confundida la rubia.

—¿Recuerdas qué antes de que... todo empezará él y yo estábamos conectados? —cuestiona Laurel.

—Si, pero eso fue hace cientos de años Laurel, tal vez él...ya desecho la conexión. —reniega Cassidy, efectivamente no recordaba lo unidos que eran antes de que el incidente comenzara, a tal punto de ambos tener una conexión mental increíble que pocos podrían lograr; tendrían que ser totalmente compatibles y en armonía el uno con el otro, por eso, incluso aunque la conexión estuviese allí; Cassidy no lo había pensado ya que con el odio que sienten el uno por el otro; sería imposible comunicarse.

—No, aún está presente, si él se hubiese desecho de la conexión yo lo habría sentido, podemos comunicarnos con ellos Cassidy o al menos intentarlo, el sabría al instante que algo malo pasa ya que no lo he buscado de esa manera desde hace siglos, vamos a salir de esta; lo prometo. —dice y la rubia asiente.

Vancouver, Canadá

Una joven morena poco a poco abre sus ojos, el dolor en su cabeza es constante, pero es leve y soportable, un par de ojos celestes le miran, su amiga tiene un semblante consternado, preocupado y pálido, Arely puede leer el miedo taladrando en su iris, seguramente la pelirroja nunca en su vida había estado en una situación parecida. Ella se sienta en la cama lentamente, intentando no hacer movimientos abruptos que puedan empeorar el dolor, la pelirroja luego de unos momentos habla;

Predilecta:. La Nueva Portadora [La Saga Facinum] Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora