Capítulo VII

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Vancouver, Canadá

Arely despierta sintiéndose liviana, como una pluma, pensando que tal vez aquellos días habían sido sólo una horrible pesadilla. Camina al baño, el enorme espejo con marco de madera le saluda, el cual refleja su imagen, las lágrimas salen de sus ojos nuevamente. Su cuerpo está lleno de golpes, cicatrices en su abdomen además de las dos marcas de nacimiento que tiene en su espalda; dos líneas largas, parecidas a las cicatrices de una operación a corazón abierto, una en cada lado de su espalda. Ella no tiene ánimos de ir al instituto, no quiere que nadie la viese así —suficiente con el desprecio que reflejan sus propios ojos, no podría aguantar más desprecio ajeno— se siente tan mal por su propia apariencia que le es difícil ver su reflejo sin llorar. Tres toques en la puerta hacen que salga del trance.

—¿Cariño estas bien? —pregunta la mujer del otro lado de la puerta. Ella abre sus ojos con sorpresa; había olvidado que ya no se encuentra sola.

—Si Amelia enseguida salgo. —dice intentando modular su voz, limpia sus lágrimas, envuelve su cuerpo en una toalla y sale del baño. Amelia al verla se da cuenta que ella está mal, la envuelve en un abrazo y la joven morena no puede reprimir el llanto.

—¿Qué pasa? – pregunta.

—Yo....siento que no sólo dañaron mi cuerpo, sino también mi alma. —dice llorando.

—Oh cariño no debes pensar así, tu alma es noble y pura. No hay nada ni nadie que pueda dañar tu espíritu porque eres el ser más fuerte que he conocido, ¿Que dices si te ayudo a tapar esos golpes? –dice la mujer con cariño y amabilidad, la joven asiente con una pequeña sonrisa. Amelia cubre con maquillaje sus golpes en el rostro y aplica una pomada en los hematomas en su cuerpo, pero las cicatrices de su espalda llaman mucho su atención.

—¿Y estas? —pregunta tocándolas.

—Siempre las he tenido. —

—¿Son de algún golpe o algo así? —pregunta curiosa.

—No, las tengo desde que nací o eso dice mi madre. Son algún tipo de marca de nacimiento. — responde.

—¿Te duele? —cuestiona Amelia tocando las de su abdomen. Ella niega con la cabeza.

—Es raro, pero no siento dolor alguno, si no fueran visibles diría que es un invento de mi mente. —dice la joven y la mujer asiente lentamente.

—Listo, ahora puedes cambiarte. —

—Gracias. —dice y la mujer sale de su habitación. La morena se viste con una camisa negra manga larga y unos jeans azules -ropa que cubre las heridas de su cuerpo-, camina hacia la cocina, su corazón se encoge al ver la mesa con mucha comida y a dos personas esperándole para empezar el desayuno. Se siente en casa después de mucho tiempo, ya que en su casa jamás hubo ese ambiente cálido, su familia estaba rodeada de una extraña aura oscura y fría. Agregándole que ella jamás fue la favorita de ellos, siempre se sintió diferente, sintió que no pertenecía —ellos la hicieron sentir así—.

Desayunaron tranquilamente, los adultos sabían que la joven estaba intentando ocultar sus sentimientos, intentaba fingir que todo estaba bien, pero ellos no querían presionar a la muchacha, Fenicio sabe qué lo que ella había vivido no es algo lindo y sabe que para ella sería difícil retomar su vida como si nada hubiera pasado. Al terminar su desayuno la joven morena revisa su celular, encuentra un mensaje de Laurel donde le avisa que ya está afuera esperándole, ella rápidamente sale de su departamento, al salir del edificio sus dos amigas la esperan recostadas en el Audi negro de Laurel, la joven se siente feliz de que todo volviera a la normalidad, se abalanza a abrazar a sus amigas.

Predilecta:. La Nueva Portadora [La Saga Facinum] Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora