El amarillo absorbe la luz del sol, se torna naranja y después adquiere un matiz
rojo encendido. Un corte, poco menos que una herida, deja entrever los
minúsculos granos de color morado resplandeciente. Hace horas que mis ojos
están clavados en esta granada. Es un simple detalle, desde luego, pero es a la vez
la clave del mural.
El tema es el rapto de Proserpina, una instantánea del momento en que el
severo señor de los infiernos, un Plutón envuelto en la nube purpúrea de su túnica,
aferra con fuerza por la cintura a la diosa, que está cogiendo una enorme
granada a orillas de un lago.
El fresco no está firmado, de manera que el autor está rodeado por un halo de
misterio. Lo único que sé es que vivió a principios del siglo XVIII y que tuvo que
ser un auténtico genio, considerando el estilo del dibujo, los granos del color y el
delicado juego de sombras y claroscuros. Estudió cada pincelada, y y o me
esfuerzo para estar a la altura de su voluntad de perfección. A distancia de varios
siglos, mi tarea es interpretar su gesto creativo y reproducirlo en el mío.
Esta es la primera restauración merecedora de ese nombre que me han
encargado y en la que trabajo completamente sola. A mis veintinueve años, la
siento como una gran responsabilidad, pero también con una pizca de orgullo:
desde que salí de la Escuela de Restauración he estado esperando una
oportunidad y ahora que ha llegado haré todo lo que pueda para ser digna de ella.
Por eso estoy aquí, subida desde hace horas en esta escalera, vestida con un
mono de tela encerada y un pañuelo rojo que sujeta el casco marrón —aunque
algunos mechones rebeldes se obstinan en soltarse y me tapan los ojos—, sin
dejar de mirar a la pared. Por suerte aquí no hay espejos, porque a buen seguro
tengo la cara demacrada y ojeras. Da igual. Son las señales visibles de mi
determinación.
Miro por un momento afuera: soy y o, Elena Volpe; estoy sola en el inmenso
vestíbulo de un palacio antiguo que lleva mucho tiempo deshabitado y que está
situado en el corazón de Venecia. Soy, ni más ni menos, lo que quiero ser.
***
He pasado una semana limpiando el fondo del fresco y hoy usaré el color por
primera vez. Una semana es mucho tiempo, puede que demasiado, pero no he
querido arriesgarme. Hay que proceder con la máxima precaución, porque basta
equivocarse en una pincelada para comprometer todo el trabajo. Como decía
uno de mis profesores: « Si lo limpias bien, tienes medio trabajo hecho» .
Algunas partes del fresco están completamente destrozadas, así que tendré
que resignarme a enlucirlas de nuevo con yeso. La culpa es de la humedad de
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Yo te miro - Irene cao
Randomsi se pudiese capturar el placer, Elena lo haría con los ojos. Tiene veintinueve años, una belleza inocente y descarada y aún desconoce la pasión. Su mundo está hecho de arte y colores, los del fresco que está restaurando en Venecia, la mágica ciuda...