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Las vacaciones se han acabado por fin y yo he dejado a mis espaldas el viejo

año agradecida, pero sin añoranza. A pesar de que he iniciado el nuevo de forma

catastrófica, debo mirar hacia delante. No he hecho la consabida lista de buenos

propósitos, pero me he prometido de nuevo que este será el año de las decisiones

valerosas.

Para empezar quiero retomar con energía el trabajo. He realizado algunas

entrevistas, pero según parece en Venecia no hay nada interesante por el

momento. Así que me puse en contacto con la profesora Borraccini, la directora

del Instituto de Restauración con la que aún colaboro, quien me propuso un

proyecto en Padua: participar en la restauración de la capilla de los Scrovegni

con un equipo que ella misma supervisa. Un trabajo prestigioso para mi carrera,

pero debería ir y venir todos los días en tren, así que tengo que pensármelo.

Además me he apuntado a un gimnasio, no sé con qué valor, a decir verdad.

El martes tengo pilates, el lunes y el jueves voy al curso de zumba. Obviamente,

me va mejor con el pilates, quizá porque no hay mucho que hacer además de

estirarse. Si bien no soy muy elástica, al menos logro tocarme las puntas de los

pies con los dedos. Sobre la zumba, en cambio, correría un tupido velo. Gaia me

convenció y ahora maldigo el día en que acepté. La instructora está loca;

además, cuando estoy en la sala no puedo evitar mirarme al espejo y me siento

ridícula en medio de la horda de mujeres desenfrenadas que se contonean y se

mueven a un ritmo frenético mientras y o las sigo rezagada, al menos a media

secuencia de tiempo. Acabo siempre la clase jadeando, pero no puedo por

menos que reconocer que al final me siento ligera, cansada en el mejor sentido

de la palabra, y que mi torpeza casi me divierte.

En cuanto a la vida sentimental, he de reconocer que la situación está

realmente estancada.

Después de la terrible velada de Nochevieja, Filippo no ha vuelto a dar

señales de vida. Gaia sigue preguntándome con insistencia por qué nos hemos

distanciado y yo eludo siempre la respuesta. Le he dicho que hemos decidido no

hablar por un tiempo, pero no le he contado mi hazaña, no le he dicho que yo soy

la causa de la ruptura. He de reconocer que me comporté de manera

imperdonable con él, creo que le dije todas esas cosas porque, de manera

inconsciente, quería alejarlo de mí, lograr que me detestase. Lo he conseguido y,

ahora, saber que nuestra relación ha terminado me deja un sabor amargo en la

boca. Con todo, me acosa la duda de haber perdido una ocasión de ser feliz, pero

Yo te miro - Irene caoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora