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Hace días que no veo a Leonardo. Ha desaparecido de repente, no he recibido ni

un mensaje ni una llamada y me arrastro con la extraña sensación de haber

sufrido una amputación. No ha pasado mucho tiempo desde el día en que

sellamos nuestro pacto —si es que se puede llamar así— y, sin embargo, se ha

vuelto y a indispensable para mí. Estoy viviendo una dependencia que jamás he

experimentado, espero nuestro próximo encuentro como si hiciese meses que no

nos vemos; soy suya y me gustaría serlo aún más. Nadie se ha adueñado nunca

de mí de una manera tan visceral.

Por el palacio no ha dado señales de vida. Eché una ojeada a su habitación

(me comporto como una paranoica, y no es propio de mí) y solo vi el habitual

desorden, las consabidas sábanas arrugadas y las consabidas camisas tiradas por

la alfombra. He intentado llamarlo al móvil, pero la voz anónima del contestador,

aconsejándome que lo intentase más tarde, me dejó fría.

Y eso fue lo que hice, sin recibir, a pesar de ello, ninguna respuesta. Leonardo

parece haberse evaporado en la nada y su silencio me lleva a hacerme mil

preguntas. De todas ellas, una me intranquiliza en particular: ¿y si se hubiese

cansado ya de mí? He formulado las suposiciones más absurdas. De vez en

cuando me lo imagino de espaldas en la cama de un hospital con un gotero en el

brazo, un minuto después en la lujosa habitación de un hotel gozando en brazos de

otra mujer. Puede que me hay a dejado por la violinista escultural; en el fondo, es

más que plausible.

El trabajo no me ayuda a distraerme: mis manos no están quietas, mis ojos se

niegan a enfocar como deberían y mi mente inventa mil conjeturas. Me

pregunto si volveré a ser feliz, como lo he sido en contacto con su piel desnuda.

Pero, por encima de todo, me cuestiono si durante estos días habrá pensado en mí

como yo pienso en él. Como si fuese una obsesión.

***

Vuelvo en el vaporetto de la isla de San Servolo. Para contrarrestar mis

pensamientos he ido a ver la retrospectiva de un famoso reportero gráfico sueco.

No sé si ha sido una gran idea. Las imágenes de los paisajes iraníes atraían mis

ojos, pero mientras deambulaba sola por las salas atestadas de gente no pude

dejar de pensar en Filippo. Solíamos ir juntos a las exposiciones, me encantaba

compartir opiniones con él y comprobar cómo nos comprendíamos al vuelo con

una simple mirada. A veces él tenía el valor de pasar horas enteras apoyado en

una pared, con la moleskine y el bolígrafo en la mano, copiando pies, trazando

bocetos o tomando notas. Hasta que y o me hartaba y, después de haberle

Yo te miro - Irene caoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora