—¡Ele!
Alguien me está zarandeando por la espalda.
—¡Vamos, Ele, despiértate! —La voz de Gaia me devuelve a la realidad de
golpe.
—¿Qué pasa? —mascullo con la voz pastosa de sueño.
—Coño, me he acordado de que tengo que ir a recoger a Contini al
aeropuerto..., el director..., tiene una cita en el taller de Nicolao para ver los
trajes de la próxima película.
El aroma a café recién hecho me invade dulcemente el olfato.
—Pero ¿qué hora es?
—Las siete y cuarto. Espero que el vuelo de Roma lleve retraso...
Me restriego los ojos para ver mejor. Gaia está y a vestida y maquillada. No
sé cómo puede caminar aún con los botines que llevaba anoche.
—Tengo que irme pitando. El café está preparado. —Me da un fugaz beso en
la mejilla—. Gracias por la hospitalidad.
—De nada —gruño volviéndome hacia un lado—. Me encanta que me den
patadas por la noche.
Gaia me revuelve el pelo, sale entornando la puerta y me deja sola en la
habitación para que me acabe de despertar. La sigo con el pensamiento por la
escalera, me la imagino pegada y a la BlackBerry hablando de vestidos,
complementos y lentejuelas.
Haciendo un esfuerzo que me parece inhumano me apoy o en la cabecera de
la cama. Mi cuerpo cruje. Tal vez debería considerar la idea de ir al gimnasio
con ella. Gaia no aparenta, desde luego, los veintinueve años que tiene, es un
estallido incesante de energía.
No obstante, la imagen de mi cuerpo brincando en mallas delante de un
espejo al ritmo de la música neutraliza de antemano cualquier posible entusiasmo
por la gimnasia. Me tocará convivir con unas articulaciones crujientes, me
resignaré.
Bajo de la cama y me sumerjo en el armario, donde recupero al azar una
falda y un suéter deportivos, y a continuación me encamino hacia el cuarto de
baño.
***
La luminosidad de esta mañana de octubre me recibe fuera del portón. Es una luz
tenue, que caldea sin dañar la mirada. Hoy no cogeré el vaporetto: de San Vio a
Ca' Rezzonico hay tan solo diez minutos y tengo ganas de disfrutarlos a fondo.
La vista necesita acostumbrarse gradualmente a la luz matutina. Y no puedo
permitir que hoy, el día en que pienso dedicarme en cuerpo y alma a la granada,
me traicionen los ojos: mi reto es encontrar el matiz perfecto.
***
Camino sin prisas, con paso lento y relajado; en parte porque aún me duelen los
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Yo te miro - Irene cao
Randomsi se pudiese capturar el placer, Elena lo haría con los ojos. Tiene veintinueve años, una belleza inocente y descarada y aún desconoce la pasión. Su mundo está hecho de arte y colores, los del fresco que está restaurando en Venecia, la mágica ciuda...