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La última cosa que me siento capaz de afrontar ahora, tanto física como

emocionalmente, es una sesión de total restauración de mi persona para la fiesta

de Nochevieja del hotel Hilton. Gaia y Brandolini me han invitado y todos mis

intentos de rechazar la propuesta han sido inútiles. Debería sentirme agradecida

con mi amiga y su « novio» , pero, dado el humor que tengo, la idea de ser la

incómoda tercera persona durante toda la velada me deja la moral por los suelos.

Estoy sola, sin Leonardo, y me rodeará una multitud alegre. Me siento huraña y

arisca, quizá porque me afecta también el clima y en este momento un espantoso

cielo plúmbeo me amenaza desde la ventana.

Habría preferido quedarme esta noche en casa viendo una película en pijama

y tapada con el edredón de patchwork, arriesgándome a sufrir diabetes debido a

un atracón de After Eight.

En cambio, aquí estoy, luchando delante del espejo. Tengo que alisarme el

pelo, depilarme de pies a cabeza, pasarme la crema reafirmante por el pecho y

los muslos, ponerme la ropa interior de color rojo, cubrirme las mejillas de

colorete, extender la sombra iridiscente en los párpados y el pintalabios de larga

duración en la boca. Todo esto ¿para quién? Tenía sentido hacerlo para Leonardo,

para que me encontrase atractiva, pero ahora tengo la impresión de que no sirve

para nada. ¡A saber qué estará haciendo ahora! ¡Y con quién! Tengo síndrome de

abstinencia de él y cada vez lo deseo más, con la avidez de una drogadicta.

Lástima que ningún camello pueda facilitarme la droga que necesito en este

preciso momento.

Suena el telefonillo. Deben de ser Gaia y Jacopo, que llegan puntualísimos

para sacarme de aquí y llevarme a la fuerza a su fiesta de Nochevieja.

—Bajo enseguida —digo desganada por el auricular.

—De acuerdo, date prisa —contesta Gaia alegremente.

Echo una última mirada al espejo poniendo en su sitio un mechón rebelde —

la verdad es que es hora de volver a darle forma a mi antigua melena de paje—

y me precipito por la escalera procurando no tropezar con el abrigo.

Abro la puerta y veo a Gaia y Jacopo cogidos de la mano.

—¿No debería llevarme un paraguas? —pregunto. A continuación alzo la

mirada y en la oscuridad que hay a sus espaldas noto una sombra familiar.

—Pero ¿qué paraguas ni qué ocho cuartos?, se ven las estrellas. —Su voz es

inconfundible y me llega como una caricia inesperada.

Gaia me guiña un ojo y Brandolini se aparta para dejarme pasar.

Filippo está aquí, delante de mí, envuelto en su Burberry verde. No me lo

Yo te miro - Irene caoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora