11

40 0 0
                                    


Estoy volviendo a casa del cine. En el Giorgione proyectaban hoy la tercera

película de una retrospectiva dedicada a Tornatore y he ido sola. Únicamente

Filippo habría sido capaz de aguantar las dos horas y media de Baarìa conmigo,

pero él no está aquí y yo lo siento cada vez más lejos. En los últimos tiempos

nuestras citas en Skype son cada vez menos frecuentes, sobre todo por mi culpa.

Su lejanía física repercute también en mis pensamientos, y de cuando en cuando

tengo la impresión de que he empezado a olvidar su cara, de que ni siquiera

recuerdo su voz.

Mi mente está ahora dominada por un único pensamiento: Leonardo. Todo

me reconduce a él, me acompaña en todo lo que hago. No logro liberarme.

Mientras estaba en la sala y contemplaba los paisajes abrasados por el sol y las

caras excavadas por el viento, no pude por menos que pensar en Sicilia. En su

tierra. A saber qué cara tendrán sus padres, sus amigos, en qué pueblo nació y

creció. ¿Por qué sueño con viajar un día allí? ¿Incluso con él?

Basta. Estoy dejando volar la fantasía y no debo hacerlo. No puedo caer en

las garras del enamoramiento. Tengo que mantener el control de la situación,

racionalizar, separar el corazón, la mente y el cuerpo. Hace ya más de un mes

que hicimos el amor por primera vez y no sé cómo acabará nuestra historia,

quizá muy mal para mí. Pero no tengo la menor intención de renunciar a él,

quiero vivir esta aventura hasta las últimas consecuencias.

Son las diez de la noche, fuera hace frío, las luces navideñas que iluminan los

palacios se reflejan en los canales. Faltan quince días para Navidad y apenas

puedo creerlo, el tiempo ha volado literalmente.

Oigo un silbido en la calle, luego una voz masculina hablando en dialecto

romano —« ¿Has visto a esa?» — seguida de un parloteo malicioso. Son dos

jóvenes con fuerte acento romano que pasan a mi lado y, después de

desnudarme descaradamente con los ojos, me sonríen complacidos y empiezan

a hablar entre ellos a la vez que se alejan a mis espaldas. Me sucedió también el

otro día con un tipo que pasaba por la calle; se volvió y nuestras miradas se

cruzaron. El hecho me sorprendió, y a que no estoy acostumbrada. Antes de

conocer a Leonardo no me solía suceder tan a menudo, quizá porque lo evitaba

de forma inconsciente y mantenía a los demás a distancia. Ya no soy la misma,

estoy cargada de una energía nueva, sensual. Y los demás también deben de

notarlo, porque da la impresión de que me miran de manera diferente. Yo misma

me miro en el espejo encantada con la imagen que veo reflejada —y a no soy la

de antes, pero me gusto—. Es cierto. Mi cuerpo desnudo ha dejado de ser una

Yo te miro - Irene caoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora