Estoy volviendo a casa del cine. En el Giorgione proyectaban hoy la tercera
película de una retrospectiva dedicada a Tornatore y he ido sola. Únicamente
Filippo habría sido capaz de aguantar las dos horas y media de Baarìa conmigo,
pero él no está aquí y yo lo siento cada vez más lejos. En los últimos tiempos
nuestras citas en Skype son cada vez menos frecuentes, sobre todo por mi culpa.
Su lejanía física repercute también en mis pensamientos, y de cuando en cuando
tengo la impresión de que he empezado a olvidar su cara, de que ni siquiera
recuerdo su voz.
Mi mente está ahora dominada por un único pensamiento: Leonardo. Todo
me reconduce a él, me acompaña en todo lo que hago. No logro liberarme.
Mientras estaba en la sala y contemplaba los paisajes abrasados por el sol y las
caras excavadas por el viento, no pude por menos que pensar en Sicilia. En su
tierra. A saber qué cara tendrán sus padres, sus amigos, en qué pueblo nació y
creció. ¿Por qué sueño con viajar un día allí? ¿Incluso con él?
Basta. Estoy dejando volar la fantasía y no debo hacerlo. No puedo caer en
las garras del enamoramiento. Tengo que mantener el control de la situación,
racionalizar, separar el corazón, la mente y el cuerpo. Hace ya más de un mes
que hicimos el amor por primera vez y no sé cómo acabará nuestra historia,
quizá muy mal para mí. Pero no tengo la menor intención de renunciar a él,
quiero vivir esta aventura hasta las últimas consecuencias.
Son las diez de la noche, fuera hace frío, las luces navideñas que iluminan los
palacios se reflejan en los canales. Faltan quince días para Navidad y apenas
puedo creerlo, el tiempo ha volado literalmente.
Oigo un silbido en la calle, luego una voz masculina hablando en dialecto
romano —« ¿Has visto a esa?» — seguida de un parloteo malicioso. Son dos
jóvenes con fuerte acento romano que pasan a mi lado y, después de
desnudarme descaradamente con los ojos, me sonríen complacidos y empiezan
a hablar entre ellos a la vez que se alejan a mis espaldas. Me sucedió también el
otro día con un tipo que pasaba por la calle; se volvió y nuestras miradas se
cruzaron. El hecho me sorprendió, y a que no estoy acostumbrada. Antes de
conocer a Leonardo no me solía suceder tan a menudo, quizá porque lo evitaba
de forma inconsciente y mantenía a los demás a distancia. Ya no soy la misma,
estoy cargada de una energía nueva, sensual. Y los demás también deben de
notarlo, porque da la impresión de que me miran de manera diferente. Yo misma
me miro en el espejo encantada con la imagen que veo reflejada —y a no soy la
de antes, pero me gusto—. Es cierto. Mi cuerpo desnudo ha dejado de ser una
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Yo te miro - Irene cao
Ngẫu nhiênsi se pudiese capturar el placer, Elena lo haría con los ojos. Tiene veintinueve años, una belleza inocente y descarada y aún desconoce la pasión. Su mundo está hecho de arte y colores, los del fresco que está restaurando en Venecia, la mágica ciuda...