Hoy he llorado durante dos horas ininterrumpidas. Lágrimas plenas, dolorosas,
que no he intentado combatir. Es otro día de tormento que se añade a los
precedentes. Llevo cuatro días atrincherada en casa, con un nudo indisoluble que
me oprime el pecho y me produce una sensación de náusea sofocante. No dejo
de pensar en él. De vez en cuando me acuerdo de comer, pero solo consigo
tragar unos cuantos bocados, lo necesario para no morir de hambre. Tengo el
estómago cerrado, el cuerpo débil, la cabeza de plomo, el corazón enmarañado
de rabia. Odio a Leonardo por haberme abandonado así. Me odio a mí misma
por haber abrigado la ilusión de que lo nuestro podía acabar de otra forma. ¿Se
puede ser más estúpida? No sirvió de nada que me repitiese una y otra vez que no
debía enamorarme, al final caí en la trampa de los sentimientos. ¿Qué otra cosa
podía esperar de mí? ¿Convertirme de verdad en otra persona, más fuerte, más
autónoma y valiente? No he logrado ser la mujer emancipada que creía ser. Todo
ha sido una espléndida ilusión. Y ahora estoy mal, el dolor me priva de las
fuerzas y me carga el alma de tormento.
No contesto al teléfono. Gaia me ha buscado varias veces estos días, pero no
le he respondido ni una sola vez. Ni siquiera contesto a mi madre, que debe de
estar a punto de llamar a ¿Quién sabe dónde? Quiero estar sola, regodearme en
mi soledad y en mi tristeza. En ciertos momentos estoy tan apesadumbrada que
me cuesta moverme, y hasta desplazarme de la cama al sofá me parece toda
una empresa; en otros estoy tan enfadada que me gustaría romper todo lo que
tengo al alcance de la mano. Hace poco hice añicos un paquete de galletas a base
de puñetazos. Después lo tiré todo por la ventana. No pensaba que el abandono de
Leonardo fuera a dejarme así y no oso pensar cuánto tiempo me llevará aún
recuperarme.
Miro alrededor. En mi casa nunca ha reinado un caos semejante: el suelo está
lleno de polvo y de migas, los platos por lavar, los vestidos tirados de cualquier
manera, la cama sin hacer. La cama todavía conserva su aroma, el nuestro. Las
sábanas mantienen un vago perfil de nuestros cuerpos. Quiero volver a ella para
sentirme más cerca de Leonardo.
Me quito las zapatillas de lana y me meto bajo las sábanas. Llevo puesto el
pijama de felpa con los ositos polares. Y son las tres de la tarde. Me arrastro
hasta tocar el fondo del colchón, engancho el borde con los pies y dejo que mis
sentidos se nutran de él. Veo su cara, inhalo su olor, siento sus manos y su boca en
mí. Es desgarrador. No puedo privarme de él, pero a la vez querría que todos los
recuerdos se borrasen en un instante.
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Yo te miro - Irene cao
Rastgelesi se pudiese capturar el placer, Elena lo haría con los ojos. Tiene veintinueve años, una belleza inocente y descarada y aún desconoce la pasión. Su mundo está hecho de arte y colores, los del fresco que está restaurando en Venecia, la mágica ciuda...