—El rojo te favorece más —afirma Gaia empujándome hacia el espejo del
salón—. ¡Mírate, estás estupenda!
Me pongo de puntillas y me doy media vuelta, pero al ver mi imagen
reflejada arrugo la nariz. No estoy convencida. Esta noche se celebra la tan
esperada —al menos por parte de Gaia— inauguración del restaurante de
Brandolini; por ese motivo deambulo por casa medio desnuda, buscando
desesperadamente un vestido decente que ponerme. Gaia lleva conmigo dos
horas, es agotadora. Temerosa de que cambiase de opinión en el último
momento, se presentó en el piso, maquillada, peinada y vestida de punta en
blanco, arrastrando una maleta con ruedas y dos bolsas enormes llenas a
reventar de ropa y complementos. Y ahora pretende imponerme el vestido que
ella ha elegido para mí.
—Es demasiado corto, Gaia —protesto señalando los muslos con los dedos—.
Tengo la impresión de que no llevo nada encima..., y, además, este rojo es como
un puñetazo en el ojo.
Gaia cabecea y alza los ojos al cielo.
—Contigo no hay esperanza. No entiendes una palabra de moda...
—Vamos, deja que me pruebe otra vez el Gucci negro —le digo
preparándome para enfrentarme por enésima vez al espejo.
Gaia se mueve felina calzada con unas sandalias de color turquesa que
combinan a la perfección con el minivestido que se ha puesto para el evento y va
a la otra habitación a coger mi vestido.
—Ten —resopla a la vez que me lo tira—. Haz lo que te parezca. Si lo que
quieres es pasar desapercibida...
Mientras está en el cuarto de baño retocándose el maquillaje, me quito el
vestido rojo, me alejo del espejo para no ver de cerca mi cuerpo pálido y poco
vigoroso y me pongo a toda prisa el negro. Una mirada desde lejos de cuerpo
entero, una más cerca de medio cuerpo y una vuelta completa. Eso es, ya está.
Me convence más, si bien creo que nada me sentará nunca como un guante.
—Pero ¡es un poco escotado! —protesto en voz alta para que Gaia me oiga, a
la vez que me ajusto la parte de arriba al pecho.
—Para nada —replica ella asomándose desde el cuarto de baño—. Te sienta
de maravilla. El rojo de Prada era mejor, pero este de Gucci no se queda
corto...
Apoyo las manos en la cintura y meto tripa. Tengo que reconocer que mi
dieta a base de pizzas y congelados no es la ideal para la línea.
—Me gustaría saber de dónde los has sacado. Estos vestidos valen una
fortuna.
—Muy sencillo: los he alquilado en un sitio —me contesta guiñándome un
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Yo te miro - Irene cao
Randomsi se pudiese capturar el placer, Elena lo haría con los ojos. Tiene veintinueve años, una belleza inocente y descarada y aún desconoce la pasión. Su mundo está hecho de arte y colores, los del fresco que está restaurando en Venecia, la mágica ciuda...