Capitulo VII

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Había pasado casi un mes desde la llegada de Robert. Con su presencia había logrado animar aquella casa que a veces resultaba tan fría y estricta.
Su madre se encontraba tan feliz con su visita que decidió
Comenzar los preparativos para la recepción de bienvenida de su adorado hijo.
Durante todas la cenas posteriores no hacia más que hablar sobre el asunto. Pero sobre todo, de un tema en particular. La hija menor de la Duquesa de York. ( la molesta Elizabeth que había sido llamada así en honor a mi madre que era la mejor amiga de la duquesa, casi como una hermana)
Por supuesto, todo tramado con la firme intención de realizar labores de casamentera.
¡Quería que su hijo sentará cabeza de una vez por todas!. sabía que las leyes no eran algo que le apasionara. Pero sí se enamora de su prometida, estaba segura, que haría todo lo posible por finalizar lo más pronto posible su carrera. Así que recurrió a la nostalgia con comentarios como; lo buenos amigos que habían sido Elizabeth y él durante la infancia y en la hermosa mujer en la que se había convertido.

Robert por su parte intentaba ignorar aquellas artimañas de su madre. No quería un matrimonio por conveniencia. Menos con la fría y mimada hija de la Duquesa.
Cuando quisiera formar una familia (algo que veía muy lejano) Sabia que sería exclusivamente por amor.
De Elizabeth recordaba la profunda irritación que le producía durante la pubertad. En su opinión lo único rescatable de ella, es que era una excelente amazona, de lo demás solía ser una mocosa mal educada con los sirvientes y soberbia con todo el mundo. No conforme con eso, solía intentar de todas las maneras posibles hacer su soberana voluntad y en el proceso, que Robert la obedeciera en todo.

Así fue como a los quince años se vio obligado a ser el dueño del primer beso de Lady Elizabeth. Aquella arpía lo había extorsionado para que la besara en las caballerizas. Durante un verano donde su madre y él habían sido invitados a pasar una temporada. Ese beso estuvo cargados de muchos sentimientos contradictorios rabia, algo de pasión juvenil,  mezclándose con la  frustración de haberse visto manipulado por aquella muchacha.
Y ahora su madre ¿quería que fuera su prometida? ¡imposible! ¡Dios me libre de aquella calamidad! se repetía mientras escuchaba las alabanzas de su madre a aquella víbora. Mientras el simulaba no darse por aludido con aquella platica.

La mujer que si había logrado cautivarlo a su llegada era la silenciosa, dulce y femenina señorita Smith. Con ese cabello color del cobre y esa cara que le hacía recordar a ratos a la difunta Lady de Havisham. Esa mujer que aún muerta lograba atormentarlo con la culpa y el deseo prohibido.

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