Las consecuencias las paga Mark.

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Mark cuenta.

¡El peor viaje de toda mi vida! No se pueden ni imaginar lo que me paso. Para empezar el vuelo se retrasó un par de horas, eso fue soportable.  Cuando fui a comprarme un café antes del vuelo, vi a Andrew. Si el me veía me volvería a hacer su cuestionario peor que policía del FBI. Aparte soy capaz de que se me salga el paradero de Elizabeth, y si algo así pasaba ella me ahorcaría con sus manos como mínimo. Por lo que hice lo que todo hombre desesperado hace cuando no quiere ser visto por alguien, busque un disfraz.

En una juguetería encontré una de esas barbas falsas, me quedaban terribles, pero era eso o la peluca de payaso.

Pero eso tampoco fue lo peor, si no que justo a lado mío, era el lugar de Andrew. Por un momento pensé que ya había encontrado el paradero de Elizabeth, pero en realidad el lugar donde Andrew trabaja es en San Francisco. Me lo dijo intentando comenzar una conversación y para evitar hablar con el tuve que hacerme al turista que no entendía inglés y se la pasaba todo el viaje leyendo una tonta revista que encontré en el avión. Parecía un idiota por haberla leído al menos unas diez veces.

Cuando aterrizo el avión salí bastante rápido para ya no encontrarme con Andrew. Tome un taxi para el edificio esperando poder descansar de todo este día… Pero no, porque Elizabeth se había hecho famosa en el edifico y no de una buena manera…

-Señor Mark, me alegra que vuelva. Hay problemas con la señorita Elizabeth. -Fue lo que el portero me dijo apenas me vio entrar.

-¿Problemas? ¿Qué tan graves pueden ser?

-Para empezar la señora Rose, del piso tres se quejó diciendo que la señorita Elizabeth tiene fetiches extraños con los gatos.

 -¿Fetiches?

 -Si, también que es insolente.

-¿Solo eso?

-No, hay unas nueve quejas de los vecinos diciendo que la señorita se la pasa todo el dia cantando a todo volumen, y que no canta nada bien.

-¿Tan malo es?

-No se lo imagina señor.

-Está bien, ya veré que hago con ella. Para que los vecinos se calmen, mande a todas las señoras un ramo de rosas y a los hombres una botella de vino. Ponlo todo a mi cuenta.

-Con gusto señor.

El portero asintió con la cabeza, mientras yo iba a asegurarme de lo que Elizabeth hacía. Subí por el ascensor -Más bien no me encontré con nadie.-Estaba a menos de tres pisos del mío y ya podía escuchar un cierto y peculiar ruido… Creo que Elizabeth esta cantando. -De razón hay tantas quejas ¡es terrible!-  Creo que hasta una cabra a medio morir, cantaba mejor que ella. Y no exagero, es cierto.

Al llegar a mi piso, entre a mi departamento. Eran como las seis de la tarde, el vuelo se retrasó y llegue un poco tarde.

En medio de la sala estaba el disco de ¿air supply? Eso escuchaba mi padre. La luz estaba apagada, pero por la tenue luz que entraba por la ventana, pude ver que ella estaba parada a lado del equipo de música. -El cual se encontraba en su volumen máximo.- Podía ver su cabello en un intento de moño, si es que así lo podemos llamar, llevaba un suéter azul, un pantalón verde y unos calcetines de pares diferentes, uno era rosa y el otro amarillo. Parecía vomitada por un arcoíris.

En un brazo sostenía una botella de vino, en la otra un peine el cual lo usaba de micrófono, me acerque un poco más, aun sí que ella me notara. Aun que realmente su canto era terrible, dolía escucharla cantar esa canción, la cantaba con un sentimiento único, se notaba lo mal que estaba. En una de las partes de la canción, la canto a duras penas, sus gemidos se mezclaban con su voz.

Déjame olvidarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora