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Eran las 7:30 am y mi teléfono comenzó a sonar. De verdad que nadie nunca me dejaba dormir.
Ni siquiera sabía quién podría ser, no le había pasado mi nuevo a número a nadie desde que lo conseguí cuando regresé de la playa y eso había sido hace cuatro días.
La semana estaba por terminar, yo decidí darme una semana de descanso en la escuela.

—¿Hola?

Respondí medio dormido.

—Hola Thomas, ábreme estoy afuera.

Era Ethan. Pero qué pasa con la gente que simplemente llegan sin avisar.
Colgué el teléfono y me levanté con lentitud, lo haría esperar un poco por despertarme tan temprano.
Me encontré con Emily en la cocina estaba tomando un vaso de agua, todavía tenía puesta su pijama.

—Hola señor, lo siento, me iré a cambiar en seguida.

Se atragantó con el agua y negué con frenesí ante su disculpa.

-No me digas señor, Emily. Y no, es muy temprano, duerme un poco más, si necesito algo te hablo.

Me sonrió y volvió a su habitación. Seguido abrí la puerta y me encontré con el tarado de Ethan en mi entrada. Y no sólo estaba parado, traía una maleta bastante grande colgando de su hombro.

—Si quieres tarda más en abrirme.

Me dijo como saludo.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo diste con mi dirección?

Pregunté confundido.

—Tu hermano me la dio.

—Pues felicidades ya me encontraste.

Dije con sarcasmo. Y le hice una seña para que pasara, dejó su maleta en el suelo y nos sentamos en la sala.

—No fuiste a la escuela toda la semana, temía que estuvieras muerto.

Explicó mientras fingía un cara de sufrimiento.

—¿Para qué las maletas? ¿A dónde te mudas?

Pregunté riendo.

—Aquí.

Me respondió y de inmediato mi risa se transformó en una gran carcajada.

Mientras tú dormías. |En edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora