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maraton 2/2 4 años de 1d

-Te has quedado de piedra, ¿eh? —exclamó la pequeña gárgola, que desde que me había bajado del taxi no había parado de hablarme—. Ya ves que no es tan fácil librarse de nosotros.

—De acuerdo, muy bien. Escucha...

Miré nerviosamente hacia el taxi. Le había dicho al taxista que necesitaba aire fresco con urgencia porque me encontraba mal, y ahora el hombre miraba hacia nosotros con aire desconfiado, preguntándose extrañado por qué estaba hablando con la pared de una casa. Harry aún no había aparecido.

—Además, puedo volar. —Para demostrarlo, la gárgola desplegó sus alas en abanico—. Como un murciélago. Más rápido que cualquier taxi.

—Oye, haz el favor de escucharme: el hecho de que pueda verte no significa ni mucho menos que...

—¡Verme y oírme! —me interrumpió la gárgola—. ¿Sabes lo raro que es eso? La última que pudo verme y oírme fue madame Tussaud, y por desgracia no apreciaba especialmente mi compañía. Por regla general me rociaba con agua bendita y se ponía a rezar. La pobre era demasiado sensible. —Puso los ojos en blanco—. Ya sabes: demasiadas cabezas cortadas...

De nuevo escupió un chorro de agua justo ante mis pies.

—¡Deja de hacer eso!

—¡Perdona! Son los nervios. Un pequeño vestigio de mi época de canalón.

No tenía muchas esperanzas de deshacerme de él, pero al menos pensaba intentarlo. Con el truco de la amabilidad. Así que me incliné hacia abajo hasta que nuestros ojos estuvieron a la misma altura.

—¡Seguro que eres muy simpático, pero es imposible que te quedes conmigo! Mi vida ya es bastante complicada y, para serte sincera, con los fantasmas que conozco tengo más que suficiente. De manera que hazme el favor de desaparecer y no se hable más.

—Yo no soy ningún fantasma —dijo la gárgola ofendida—. Soy un daimon, o, mejor dicho, lo que ha quedado de un daimon.

¿Y dónde está la diferencia? —grité desesperada—. ¡Me gustaría no ver ni fantasmas ni daimones, entiendes! Tienes que volver a tu iglesia.

—¿Que dónde está la diferencia? ¡Por favor! Los fantasmas son solo trasuntos de personas muertas que por algún motivo no quieren abandonar este mundo. Pero yo ya era un daimon cuando vivía. No puedes meterme en el mismo saco que a los espíritus corrientes. Además, esa no es «mi iglesia». Solo me gusta rondar por allí.

El taxista me miraba con la boca abierta. Seguramente a través de la ventana podía oír todas y cada una de mis palabras.

Me froté la frente con la mano.

—A mí tanto me da, ¿sabes? En cualquier caso, no puedes quedarte conmigo.

—¿De qué tienes miedo? —La gárgola se acercó mansamente y ladeó la cabeza—. Ya no queman a nadie por brujería, solo porque vea y sepa algo más que la gente corriente.

—No, pero ahora encierran en los psiquiátricos a la gente que ve espíritus y... hum... daimones —dije—. ¿No entiendes que...? —Me detuve. No tenía ningún sentido. Con el truco de la amabilidad no iba a conseguir nada. Por eso fruncí el entrecejo y espeté con la máxima rudeza posible—: Solo porque tenga la desgracia de poder verte, no te mereces mi compañía.

La gárgola no pareció en absoluto impresionada.

—Pero tú sí la mía. Qué suerte...

—Para que quede bien claro: ¡me molestas! ¡Así que, por favor, lárgate! —le solté.

—¡No, no lo haré! Aún lo lamentarías. Y, por cierto, ahí vuelve tu amiguito. —Frunció los labios y empezó a emitir un ruido de besos.

—¡Cierra la boca! —Vi cómo Harry doblaba la esquina caminando a zancadas—. Y lárgate, te he dicho.

Lo último lo susurré sin mover los labios, como una ventrílocua. Naturalmente, la gárgola ni se inmutó.

—¡Vigila ese tono, señorita! —dijo alegremente—. Recuerda que siempre se recoge lo que se siembra.

Harry no estaba solo, detrás de él vi acercarse la figura rolliza y jadeante de mister George, que tenía que correr para mantenerse a su paso y ya desde lejos me dirigió una sonrisa radiante.

Me enderecé y me alisé el vestido.

—¡Gwendolyn, gracias a Dios! —exclamó mister George mientras se secaba el sudor de la frente dándose unos toquecitos con su pañuelo—. ¿Va bien todo, jovencita?

—El gordito está a punto de echar los bofes —dijo la gárgola.

—Perfectamente, mister George. Solo hemos tenido... ejem... un par de problemillas...

Harry , que le estaba dando unas libras al taxista, me dirigió una mirada de advertencia por encima del techo del coche.

—... con los horarios —murmuré mirando hacia el taxista, que sacó el coche del aparcamiento sacudiendo la cabeza y se alejó.

—Sí, Harry ya me ha dicho que ha habido complicaciones. Es incomprensible, parece que hay alguna grieta en el sistema, tendremos que analizarlo a fondo. Y, posiblemente, disponer las cosas de otro modo. Pero lo principal es que a ustedes no les ha pasado nada. —Mister George me ofreció el brazo, lo que resultaba un poco curioso, porque yo le sacaba casi media cabeza—. Vamos, jovencita, aún tenemos cosas que hacer.

—La verdad es que me gustaría ir a casa cuanto antes —dije.

La gárgola trepó ágilmente por un tubo de desagüe y nos siguió balanceándose colgada de un canalón mientras cantaba a voz en cuello «Friends Will Be Friends».

—Oh, claro, desde luego —dijo mister George—. Pero hoy solo has permanecido tres horas en el pasado. Para poder estar tranquilos hasta mañana por la tarde, ahora deberías elapsar unas horas más. No te preocupes, nada fatigoso. En un agradable sótano donde puedas hacer los deberes.

—Pero... ¡seguro que mi madre ya me está esperando, y estará preocupada por mí!

Además, era miércoles, y en casa era el día del pollo asado con patatas. ¡Aparte de que allí me esperaban una bañera y mi cama!

Que vinieran a fastidiarme también con los deberes en una situación como esa era una auténtica vergüenza. Bastaría con que alguien me escribiera una nota de disculpa. «Dado que en la actualidad Gwendolyn debe ejecutar diariamente importantes misiones relacionadas con los viajes en el tiempo, en el futuro deberá ser liberada de los deberes escolares.»

La gárgola seguía berreando en el tejado, y tuve que esforzarme para no corregirla. Gracias a Singstar y a las tardes de karaoke con mi amiga Eleanor en casa, era muy buena con los textos de las canciones, incluso de Queen, y estaba segura de que esa no mencionaba ningún pepino.

—Bastarán dos horas —intervino Harry , que de nuevo se había puesto a dar unas zancadas tan largas que mister George y yo apenas podíamos seguirlo—. Luego puede ir a casa y dormir.

Odiaba que se hablara de mí en tercera persona cuando yo estaba presente.

—Sí, y se alegra solo de pensarlo —dije—. Porque está realmente agotada.

—Telefonearemos a tu madre y le explicaremos que, como máximo a las diez, te llevarán a casa —dijo mister George.

¿A las diez? Adiós al pollo asado. Apostaría cualquier cosa a que a esa hora mi hermano pequeño ya se habría zampado mi parte.

ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora