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-Bien, ahora vas a escucharme con atención: sé que probablemente no me desharé de ti con facilidad, pero, si quieres quedarte conmigo, tendrás que atenerte a unas cuantas normas, ¿está claro?

-No hurgarse la nariz, no utilizar palabras soeces, no asustar a los perros... -recitó la gárgola.

-¿Qué? No, lo que me gustaría es que respetaras mi espacio. Me gustaría estar sola por las noches y en el baño, y en el caso de que alguien volviera a besarme -al llegar a este punto tuve que tragar saliva-, me gustaría no tener ningún espectador, ¿está claro?

-Pssst -soltó la gárgola-. ¡Y eso lo dice alguien que me ha arrastrado a un retrete!

-Bien, ¿estamos de acuerdo? ¿Respetarás mi espacio?

-De ningún modo quiero verte mientras te duchas, o, ¡puaj, Dios me libre!, mientras te besan -dijo la gárgola enfáticamente-. Te aseguro que no tienes por qué preocuparte por eso. Y por regla general encuentro más bien aburrido observar a la gente mientras duerme. Con esos ronquidos y babeos, por no hablar de todo lo demás...

-Además, no te pondrás a cotorrear mientras yo esté en la escuela o cuando esté hablando con alguien y, por favor, ¡si tienes que cantar, hazlo cuando yo no esté presente!

-También puedo imitar muy bien una trompeta -dijo la gárgola-. O una corneta de postillón. ¿Tienes perro?

-¡No!

Respiré hondo. Necesitaría unos nervios de acero para aguantar a ese tipo.

-¿No puedes conseguir uno? En caso de urgencia también serviría un gato, aunque los gatos son siempre tan arrogantes... y además no se dejan importunar. Algunos pájaros también pueden verme. ¿Tienes un pájaro?

-Mi abuela no soporta a los animales de compañía -contesté, y me reprimí para no añadir que seguramente también tenía algo contra los daimones de compañía-. Muy bien, ahora empecemos otra vez desde el principio: me llamo Gwendolyn Sheperd. Me alegro de conocerte.

-Xemerius -dijo la gárgola con una sonrisa resplandeciente-. Encantado. -Trepó al lavabo y me miró a los ojos-. ¡De verdad! ¡Muy, pero que muy encantado! ¿Me comprarás un gato?

-No. Y ahora, fuera de aquí, ¡tengo que utilizar el lavabo! -Uf.

Xemerius salió precipitadamente por la puerta sin abrirla, y luego le oí cantar otra vez en el pasillo «Friends Will Be Friends».

Permanecí mucho más tiempo en el lavabo del que necesitaba en realidad. Me lavé cuidadosamente las manos y me mojé bien la cara con agua fría, con la esperanza de aclarar las ideas. Pero no conseguí detener la vorágine de pensamientos que se agitaban en mi mente. Me contemplé el cabello en el espejo -ahora parecía que unos cuervos hubieran anidado en él-, y traté de alisármelo con los dedos para animarme un poco. Como lo habría hecho mi amiga Eleanorsi hubiera estado conmigo.

«Solo un par de horas más y habrá acabado, Gwendolyn. Y por cierto, para lo espantosamente cansada y hambrienta que estás, no tienes tan mal aspecto.»

En el espejo, unos grandes ojos rodeados de marcadas ojeras me miraron con aire escéptico.

«Está bien, es mentira -reconocí-. Tienes un aspecto horrible. Pero, bien mirado, lo has tenido mucho peor. Por ejemplo, cuando pasaste la varicela. ¡De modo que arriba esos ánimos! Lo conseguirás.»

Fuera, en el pasillo, Xemerius se había colgado como un murciélago de una araña del techo.

-Un poco siniestro todo esto -opinó-. Acaba de pasar un caballero templario manco; ¿le conoces?

ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora