#24

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Lo que más temía era encontrarme de nuevo frente al conde de Saint Germain. En nuestro último encuentro había oído su voz en mi cabeza y su mano me había apretado la garganta, pese a que estaba a más de cuatro metros de mí. «No sé exactamente qué papel desempeñas en esto, muchacha, o si eres realmente importante, pero no tolero que nadie infrinja las reglas.»

De hecho, era muy posible que en el intervalo yo hubiera infringido algunas de sus normas; aunque en mi favor había que decir que no sabía siquiera que existiera. Aquello me insufló coraje: dado que nadie se había tomado el trabajo de explicarme ninguna regla, ni siquiera de mencionármelas, no podían extrañarse de que no me atuviera a ellas.

Pero también me asustaba todo lo demás; en el fondo estaba convencida de que Giordano y Charlotte tenían razón: seguro que haría un ridículo espantoso en el papel de Penelope Gray y todo el mundo se daría cuenta de que allí había algo que no encajaba. Por un momento se me olvidó incluso el nombre del lugar de Derbyshire de donde procedía. Algo con B. O con P. O con D. O….

—¿Te has aprendido de memoria la lista de invitados?

Mister Whitman, a mi lado, tampoco contribuía a tranquilizarme. ¿Por qué demonios tenía que aprenderme la lista de invitados de memoria? El profesor respondió a mi gesto de negación con un ligero suspiro.

—Yo tampoco me los sé de memoria —dijo Harry, que estaba sentado frente a mí en la limusina—. Una fiesta pierde toda la gracia cuando ya sabes por adelantado con quién te vas a encontrar.

Me hubiera gustado saber si estaba tan nervioso como yo. Si le sudaban las manos y su corazón palpitaba tan rápido como el mío. ¿O había viajado tantas veces al siglo XVIII que aquello ya se había convertido en algo rutinario para él?

—Te estás haciendo sangre en el labio —me dijo.

—Es que estoy un poco…. nerviosa.

—Se nota. ¿Te ayudaría que te diera la mano?

Sacudí la cabeza con vehemencia.

«¡No, eso lo empeoraría, idiota! ¡Aparte de que cada vez entiendo menos tu forma de comportarte conmigo! ¡Por no hablar de nuestra relación en general! ¡Y, además, mister Whitman ya está mirando con cara de ardilla sabelotodo!»

Estuve a punto de lanzar un gemido. ¿No me sentiría mejor si soltaba en voz alta algunas de esas exclamaciones? Reflexioné un momento, pero al final lo dejé correr.

Por fin habíamos llegado. Cuando Harry me ayudó a bajar del coche ante la iglesia (con un vestido como el que llevaba, para ese tipo de maniobras necesitabas que te echaran una mano o incluso dos), me fijé en que esta vez no llevaba ninguna espada. ¡Vaya insensatez!

Algunos transeúntes nos miraron intrigados, y mister Whitman mantuvo el portal de la iglesia para que pasáramos.

—¡Un poco más rápido, por favor —dijo—. No nos interesa llamar demasiado la atención.

Sí, claro, no llamaba demasiado la atención que dos limusinas negras aparcaran en pleno día en North Audley Street y unos hombres trajeados sacaran el Arca de la Alianza del maletero y la llevaran por la acera hasta la iglesia. Aunque de lejos el arca también podía pasar por un féretro pequeño…

Se me puso la carne de gallina.

—Espero que al menos te hayas acordado de traer la pistola —le susurré a Gideon.

—Te has hecho una curiosa idea de esta soirée —replicó él sin inmutarse, y me colocó el chal sobre los hombros—. Y ahora que lo pienso, ¿alguien ha revisado el contenido de tu bolso? Espero que no te suene el móvil en mitad de una actuación.

ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora