#15 maraton 6/6

52 3 0
                                    

ejecutó una graciosa reverencia que, como ahora sabía, era una especie de flexión que se hacía en el baile del minué al principio y al final y de vez en cuando también en medio. Debía parecer completamente fuera de lugar, con mayor razón aún porque Charlotte llevaba el uniforme de la escuela, pero en lugar de eso de algún modo resultaba... encantador.

Al instante me sentí doblemente incómoda, primero, por el monstruoso miriñaque a rayas rojas y blancas en combinación con la blusa del uniforme (parecía uno de esos conos de plástico que se colocan en la calzada para proteger una obra), y segundo, porque Labios de Morcilla no perdió un segundo para empezar a quejarse de mí.

-... no sabe dónde está la derecha ni la izquierda... un prodigio de torpeza... corta de entendederas... empresa imposible... criatura ignorante... un pato no puede transformarse en un cisne... de ningún modo puede asistir a esa soirée sin llamar la atención... pero ¡mírenla, por favor!

Eso hizo mister George, y Harry también, y yo me puse como un tomate. Al mismo tiempo sentí que la rabia crecía en mi interior. ¡Aquello ya pasaba de la raya! Precipitadamente me desabotoné la falda junto con el armazón de alambre acolchado que Labios de Morcilla me había atado a las caderas, mientras bufaba:

-No sé por qué voy a tener que hablar de política en el siglo XVIII. Tampoco lo hago ahora; ¡no tengo ni la más mínima idea de política! ¿Y qué? Si alguien me pregunta por el marqués de lo que sea, contestaré simplemente que me importa un pepino la política. Y en caso de que alguien se emperre en bailar un minué conmigo (lo que creo que puede darse por excluido porque no conozco a nadie en el siglo XVIII), le diré: «No, gracias, es muy amable pero me he torcido el tobillo». Y también es algo que puedo hacer sin necesidad de enseñar los dientes.

-¿Ve lo que quiero decir? -preguntó Labios de Morcilla, y volvió a retorcerse las manos, en lo que parecía ser una costumbre suya-. Ni asomo de buena voluntad, y en cambio, un espantoso desconocimiento y falta de talento en todos los campos. Y luego se echa a reír como una niña de cinco años porque menciono el nombre de lord Sándwich.

Ah, sí, lord Sándwich. Increíble que se llamara así. Pobre tipo.

-Seguro que estará... -empezó mister George, pero Labios de Morcilla le cortó.

-Al contrario que Charlotte, esta muchacha no posee ni un ápice de... espièglerie!

¡Puaj! Fuera lo que fuese, si Charlotte lo tenía, yo no lo quería tener.

Charlotte había desconectado la música y se había sentado al piano, desde donde dedicaba una sonrisa cómplice a Harry. Y él le devolvía la sonrisa.

En cambio, a mí solo se había dignado dirigirme una mirada, aunque había sido una mirada muy significativa. Y no en sentido positivo. Seguramente le resultaba penoso estar en la misma habitación con una fracasada como yo, con mayor motivo porque parecía muy consciente de que estaba fabuloso con sus vaqueros desgastados y esa estrecha camiseta negra. Por alguna razón me puse más furiosa aún. Casi me rechinaban los dientes de rabia.

Mister George paseó la mirada, inquieto, de Labios de Morcilla a mí y otra vez al profesor, y dijo con la frente marcada por profundas arrugas de preocupación:

-Lo conseguirá, Giordano, ya verá. Con Charlotte, cuenta usted con una ayudante muy capacitada. Además, aún tenemos unos días de tiempo.

-¡Como si fueran semanas! Nunca hay tiempo suficiente cuando hay que prepararse para un gran baile -dijo Labios de Morcilla-. Una soirée tal vez, en un círculo restringido y con mucha suerte, pero un baile, posiblemente incluso en presencia de la pareja ducal... totalmente descartado. Solo puedo suponer que el conde se ha permitido gastarnos una broma.

ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora