#26

92 4 2
                                    

—¡Maldita sea, Gwendolyn, esto no es ninguna fiesta con tus amigos de la escuela! ¿Cómo has podido hacerlo?

Harry me colocó con brusquedad el chal sobre los hombros. Parecía como si tuviera ganas de sacudirme.

—Lo siento —dije por enésima vez.

—Lord Alastair ha venido acompañado solo de un paje y de su cochero —murmuró Rakoczy, que había surgido detrás de Harry como una aparición—. El camino y la iglesia están asegurados. Todas las entradas de la iglesia están vigiladas.

—Vamos, pues —dijo Harry, y me cogió de la mano.

—También podría llevar a la joven dama en brazos —propuso Rakoczy—. Parece un poco inestable sobre sus piernas.

—Una idea seductora, pero no, gracias —dijo Harry—. Podrá caminar unos metros sola, ¿no es verdad?

Asentí sin dudarlo.

La lluvia caía con más fuerza ahora, y después de haber estado en el bien iluminado salón de los Brompton, el camino de vuelta a la iglesia en la oscuridad resultaba aún más siniestro que el de ida. De nuevo tuve la sensación de que las sombras cobraban vida a nuestro paso y me pareció ver una figura acechando en cada esquina, preparada para abalanzarse sobre nosotros. «... Y borrará de la faz de la Tierra lo que no es querido por Dios», parecían susurrar las sombras.

Tampoco Harry daba la impresión de sentirse muy tranquilo. Caminaba tan deprisa que tenía que esforzarme para mantener el paso, y no decía ni una palabra. Por desgracia, el agua de la lluvia no contribuía a aclararme la cabeza ni tampoco a que el suelo dejara de balancearse. Por eso me sentí infinitamente aliviada cuando llegamos a la iglesia y Harry me hizo sentar en uno de los bancos ante el altar. Mientras él y Rakoczy intercambiaban unas palabras, cerré los ojos y maldije mi falta de juicio. Desde luego ese ponche también había tenido efectos positivos, pero en conjunto habría sido mejor que me hubiera atenido a mi pacto antialcohol con Eleanor. Retrospectivamente, uno siempre es más listo.

Como a nuestra llegada, ante el altar ardía una única vela, y aparte de esa isla de luz pequeña y vacilante, la iglesia se hallaba totalmente a oscuras. Cuando Rakoczy se retiró —«Todas las puertas y ventanas estarán vigiladas por mi gente hasta que salten de vuelta»—, me dominó el miedo. Levanté la cabeza para mirar a Harry, que se había acercado al banco.

—Esto es tan terrorífico como lo de fuera. ¿Por qué no se queda con nosotros?

—Por cortesía. —Cruzó los brazos—. No quiere oír cómo te grito. Pero no te preocupes, estamos solos. La gente de Rakoczy ha registrado todos los rincones de la iglesia.

—¿Cuánto tiempo queda para que volvamos a saltar?

—Ya no falta mucho. Gwendolyn, supongo que tienes claro que prácticamente has hecho todo lo contrario de lo que debías hacer, ¿no? Como siempre, en realidad.

—No deberías haberme dejado sola; ¡apuesto a que eso también era todo lo contrario de lo que debías hacer!

—¡Muy bien, ahora échame la culpa a mí! ¡Primero te emborrachas, luego cantas canciones de películas y para acabar te comportas como una loca precisamente ante lord Alastair! ¿De qué demonios iba esa charla sobre espadas y demonios?

—No he sido yo la que ha empezado. Ha sido ese oscuro y siniestro fan... —Me mordí el labio. Sencillamente no podía explicárselo, ya me sentía bastante rara sin necesidad de eso.

Harry interpretó de una forma totalmente equivocada mi repentino silencio.

—¡Oh, no, por favor, ahora no vomites! Y si tienes que hacerlo que sea lejos de mí. —Me miró un poco asqueado—. Por Dios, Gwendolyn, entiendo que pueda tener cierta gracia emborracharse en una fiesta, ¡pero no precisamente en esta!

ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora