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-¿Xemerius?

La sensación de humedad en torno a mi cuello había desaparecido. Rápidamente, encendí la linterna de bolsillo, aunque la habitación donde había aterrizado ya estaba iluminada por una débil bombilla que se balanceaba en el techo.

—Hola —dijo alguien.

Me volví en redondo. La habitación estaba repleta de cajas y muebles de todas clases, y había un joven de tez pálida apoyado contra la pared junto a la puerta.

—Hum… Lo… lo importante es participar —balbuceé.

—¿Gwendolyn Shepherd? —balbuceó él en respuesta.

Asentí con la cabeza.

—¿Cómo sabes quién soy?

Él joven, que parecía estar tan nervioso como yo, se sacó una hoja de papel arrugada del bolsillo de los pantalones y me la tendió. Mi interlocutor llevaba tirantes y unas gafitas redondas, y con el pelo rubio peinado hacia atrás con mucha gomina y la raya en medio, había pasado perfectamente por el sabihondo pero inofensivo ayudante del curtido comisario en una película de gángsters. El fumador empedernido que se enamora de la novia del gángster con estola de plumas de avestruz y al final siempre muere tiroteado.

Me tranquilicé un poco y miré a mi alrededor. Aparte de nosotros no había nadie más en la habitación, y tampoco había ni rastro de Xemerius. Por lo visto, podía atravesar las paredes, pero no viajar en el tiempo.

Después de dudar un momento, cogí el papel. Estaba amarillento. Era una hoja cuadriculada que había sido arrancada de cualquier manera de la espiral de un cuaderno. En ella pude leer con una letra descuidada y asombrosamente familiar:

Para lord Lucas Montrose. ¡¡¡Importante!!!

12 de agosto de 1948, 12 del mediodía. Laboratorio de alquimia.

Por favor, ven solo.

Gwendolyn Shepherd

Inmediatamente se me aceleró el corazón de nuevo. ¡Lord Lucas Montrose era mi abuelo! Había muerto cuando yo tenía diez años. Preocupada, observé la arqueada línea de la L. Por desgracia, no había ninguna duda: la escritura descuidada era clavada a la mía. Pero ¿cómo podía ser?

Levanté la mirada hacia el joven.

—¿De dónde has sacado esto? ¿Y quién eres?

—¿Has escrito tú ese mensaje?

—Es posible —dije, y mis pensamientos empezaron a girar vertiginosamente. Si lo había escrito yo, ¿por qué no podía recordarlo?—. ¿De dónde lo has sacado?

—Tengo esa nota desde hace cinco años. Alguien la coló en el bolsillo de mi abrigo junto con otra el día de la ceremonia de admisión en el segundo grado. En la segunda ponía: «Quien protege secretos debería conocer también el secreto tras el secreto. Demuestra que no solo sabe callar, sino también pensar». No había ninguna firma. Era una escritura distinta a la de la hoja, una escritura, hum… más elegante, un poco anticuada.

Me mordí el labio.

—No lo entiendo.

—Yo tampoco. Durante todos estos años creí que era una especie de prueba —dijo el joven—. Un nuevo examen, podríamos decir. No le hablé de esto a nadie, y siempre esperé que alguien me comentara algo al respecto o que me llegaran nuevas instrucciones. Pero nunca pasó nada. Y hoy me he escabullido aquí abajo y he esperado. En realidad ya no contaba con que ocurriera nada. Pero entonces, de repente, te has materializado ante mí. A las doce en punto. ¿Por qué me escribiste esta nota? ¿Por qué nos encontramos en este sótano perdido? ¿Y de qué año vienes?

ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora