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El centinela que hacía guardia al pie de la escalera dormía con la cabeza apoyada en la barandilla.

-Pobre Cartrell -susurró Lucas cuando nos deslizamos junto al hombre, que roncaba ruidosamente-. Creo que no conseguirá llegar a adepto si sigue bebiendo de ese modo... Pero, en fin, tanto mejor para nosotros. ¡Ven, rápido!

Yo ya me había quedado sin aliento, porque habíamos tenido que hacer el camino desde el café hasta la casa a paso de carrera. Kenneth Styles y su hermana nos habían retenido una eternidad con su charla; habíamos estado hablando con ellos durante horas sobre la vida en el campo en general y en Gloucestershire en particular (yo había aportado un par de bonitas anécdotas sobre mi prima Madeleine y una oveja llamada Clarisse), sobre el caso Parker (del que solo entendí que mi abuelo lo había ganado), sobre el pequeño sucesor al trono Charles, que era una monada (¿de verdad habían dicho eso?), y sobre todas las películas de Grace Kelly y su boda con un príncipe monegasco. De vez en cuando tosía y trataba de llevar la conversación hacia los devastadores efectos del tabaco sobre la salud, pero mis intentos no fueron bien acogidos.

Cuando por fin pudimos dejar el café, era tan tarde que ni si quiera tuve tiempo de buscar los lavabos, aunque llevaba un litro de té en la vejiga.

-Tres minutos solamente -dijo Lucas jadeando mientras corríamos por los pasillos del sótano-. Y aún hay una infinidad de cosas que quería decirte. Tenía que venir mi jefe, que es como un grano en el culo...

-No sabía que trabajaras para un Styles -dije-. Al fin y al cabo tú eres el futuro lord Montrose, miembro de la Cámara de los Lores.

-Sí -replicó Lucas malhumorado-, pero hasta que no pueda entrar en posesión de la herencia de mi padre, tengo que mantener a mi familia. Sencillamente se presentó este trabajo... No importa, escucha: todo lo que el conde de Saint Germain dejó a los Vigilantes, los llamados Escritos secretos, las cartas, las Crónicas, todas esas cosas fueron censuradas previamente por él. Los Vigilantes solo saben lo que Saint Germain quiso que supieran, y todas las informaciones apuntan a un objetivo: que las generaciones venideras hagan lo que esté en su mano para cerrar el Círculo. Pero ninguno de los Vigilantes conoce el secreto completo.

-Pero ¿tú lo conoces? -exclamé.

-¡Chissst! No hables tan fuerte. No. Yo tampoco lo conozco.

Corriendo, doblamos la última esquina, y abrí apresuradamente la puerta del antiguo laboratorio de alquimia. Mis cosas estaban sobre la mesa, tal como las había dejado.

-Pero Lucy y Paul sí que conocen el secreto, estoy convencido. La última vez que nos vimos estaban a punto de encontrar los documentos. -Lucas miró su reloj-. ¡Maldita sea!

-¡Sigue! -le apremié al tiempo que cogía la cartera y la linterna de bolsillo. Y en el último instante recordé que aún tenía que devolverle la llave. La conocida sensación de vértigo ya empezaba a atenazar mi estómago-. ¡Y, por favor, aféitate el bigote, abuelo!

-El conde tenía enemigos que en las Crónicas solo se mencionan de forma marginal -dijo Lucas a toda velocidad-. Sobre todo había una antigua organización secreta próxima a la iglesia, llamada la Alianza Florentina, que le tenía en su punto de mira. En 1745, el año de fundación de la logia aquí en Londres, esa organización se hizo con documentos de la herencia del conde de Saint Germain... ¿Crees que el bigote me queda mal?

La habitación empezó a girar en torno a mí.

-¡Te quiero, abuelo! -exclamé.

-¡... documentos que, entre otras cosas, demuestran que no basta con registrar la sangre de los doce viajeros del tiempo en el cronógrafo! El secreto solo se revela cuando... -oí que decía Lucas antes de sentir un tirón en los pies.

ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora