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Los ojos de madame Rossini brillaban de entusiasmo. La modista me cogió de la mano y me llevó hasta el gran espejo de pared para que pudiera valorar el resultado de sus esfuerzos. Cuando me vi en el espejo, al principio apenas me reconocí, sobre todo debido a que mis cabellos, normalmente lisos, ahora se retorcían en incontables rizos y se levantaban sobre mi cabeza en un peinado altísimo parecido al que había llevado mi prima Janet en su boda. Algunos mechones sueltos caían formando pequeños tirabuzones sobre mis hombros desnudos. El color rojo oscuro del vestido me hacía parecer aún más pálida de lo que era, pero no tenía un aspecto enfermizo, sino radiante, en parte también porque madame Rossini me había empolvado cuidadosamente la nariz y la frente y había pintado mis mejillas con un poco de colorete, de manera que, a pesar de que ayer otra vez me había ido a dormir tarde, gracias a su habilidad en el arte del maquillaje ya no tenía ninguna sombra bajo los ojos.

-Como Blancanieves -comentó madame Rossini, y, conmovida, se dio unos toquecitos con un retal en los ojos vidriosos-. Rojo como la sangre, blanco como la nieve, negro como el ébano. Me regañarán porque destacarás como un perro verde en esa fiesta. Enséñame la uñas, sí, très bien, bien limpias y cortas. Y ahora sacude la cabeza. No, tranquila, más fuerte, este peinado tiene que aguantar toda la velada.

-Lo noto un poco como si llevara un sombrero encima -dije.

-Te acostumbrarás -replicó madame Rossini mientras fijaba mis cabellos con un poco más de laca. Además de los cuatro quilos de horquillas, como mínimo, que mantenían la montaña de rizos firme sobre mi cabeza, había algunas más que solo servían de adorno con las misma rosas que decoraban el escote del vestido. ¡Una monada!-. Muy bien, ya está cuellecito de cisne. ¿Quieres que haga unas fotos?

-¡Oh, sí, por favor! -Busqué en mi bolsillo y saqué el móvil.

Eleanor me mataría si no inmortalizaba ese momento.

-Me gustaría hacerles una foto a los dos -dijo madame Rossini después de haberme fotografiado unas diez veces desde todos los ángulos-. A ti y al joven maleducado. Para que se vea cómo su guardarropa armoniza perfectamente sin dejar de ser por ello de una absoluta discreción. Pero de Harry se ocupa Giordano; yo me he negado a discutir otra vez sobre la necesidad de las medias con dibujo. Llega un momento en que hay que decir basta.

-Pues estas medias no están tan mal -dije.

-Eso es porque parecen medias de época, pero gracias al elastán son mucho más cómodas -replicó madame Rossini-. Seguramente antes una liga como esa te habría dejado marcado medio muslo; las tuyas, en cambio, son solo de adorno. Naturalmente, no espero que nadie vaya a echar una mirada bajo tu falda, pero si lo hacen, no tendrán motivos de quejarse, n'est-ce pas? -Dio una palmada y añadió-: Bien, llamaré arriba y les diré que ya estás lista.

Mientras telefoneaba, volví a colocarme ante el espejo. La verdad es que estaba emocionada. Esa mañana me había hecho el firme propósito de desterrar a Harry de mis pensamientos, y aunque hasta cierto punto lo había conseguido, había sido al precio de tener que pensar continuamente en el conde de Saint Germain. Pero al miedo a un nuevo encuentro con el conde se sumaba una inexplicable ilusión por esa soirée que a mí misma me resultaba un poco inquietante.

Ayer mi madre había permitido que Eleanor durmiera en casa, y por eso habíamos tenido de nuevo una noche hasta cierto punto agradable. Analizar en detalles los acontecimientos con Eleanor y Xemerius me había sentado bien. Tal vez habían dicho solo para animarme, pero tanto Eleanor como Xemerius opinaban que no tenía ningún motivo para tirarme de un puente. Los dos afirmaban que, dadas las circunstancias, la conducta de Harry estaba perfectamente justificada, y Eleanor opinaba que en honor a la igualdad entre sexos había que aceptar que los chicos tuvieran momentos de mal humor y tenía la clara sensación de que en el fondo Harry era un tipo realmente estupendo.

ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora