Capítulo Siete

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El sol invernal me molestaba, habían corrido las cortinas de mi habitación y eso logró despertarme

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El sol invernal me molestaba, habían corrido las cortinas de mi habitación y eso logró despertarme. Estaba tan frío que ni la luz me convenció para salir de mi cama, estaba cómoda entre las tibias sábanas y la esponjosa almohada que mamá me había comprado la semana pasada. Era una paz, tranquilidad amortiguadora.
Hasta que Holly entró corriendo y se puso a saltar sobre mi cama.
—¡Es el día, es el día! —gritaba. Se tiró encima de mí y me destapó. Busqué las mantas con mi mano, pero las había apartado hasta dejarlas al borde de la cama. Genial, ahora debía levantarme.
—¿De qué éstas hablando enana? —le pregunté irritada. Los ojos verdes de Holly brillaban de excitación, algo la tenía muy emocionada. Algo que yo no podía recordar.
—¡Es el día! —repitió. Le tiré el cabello y la boté al suelo. Se quejó un buen rato hasta que al fin se quedó callada.
—Ahora que estás calmada y no estás aplastándome, me dirás de que bendito día estás hablando.
—¡Es el cumpleaños de Mike! —exclamó.
Claro, era el cumpleaños de Rizos. Lo había olvidado por completo. O al menos eso intenté.
—¿Y por eso me despiertas? —le gruñí. Holly ya tenía catorce años y aún seguía siendo bastante infantil. Karen cuidaba de ella como si fuera su hija, como Nancy se había marchado hace ya algunos años a Londres para estudiar, consolaba su tristeza en velar por la felicidad de Holly. De cierta manera eso me gustaba, ni Karen ni Holly sufrían, se tenían la una a la otra cuando más se necesitaban.
—Si, es que ya es un adulto. ¡Ahora es un hombre! —gritó otra vez. Iba a dejarme sorda antes de que yo cumpliera los 18.
—¿Y qué se supone que era antes? —ambas miramos hacia la puerta, donde Mike se apoyaba en el umbral con los brazos cruzados sobre su pecho. Iba en pijama al igual que Holly, tenía el cabello despeinado y se notaba de lejos que recién había despertado.
—Eras un hada —le dediqué una sonrisa burlona y él me devolvió una mirada asesina. Tuve una larga discusión con él después de que me regalara a Nana, le expliqué que todos esos años creía que el hada de las galletas me las dejaba frente a mi puerta cada vez que me sentía mal.
Le dije que era un acto muy dulce de su parte, pero que no lo hiciera más hasta que se me pasara el enojo por lo de Sparks, que sí quería mi perdón unas simples galletas no bastarían.
No rechistó y me hizo caso, como todas las cosas que le pedí después de ese día.
—Lo importante es que ahora soy un hombre...
—Y mi chofer —agregué rápidamente. Holly estalló en carcajadas.
Cuando Mike fue a dar su examen para conducir, se puso tan nervioso que término por atropellar a las ancianas de maniquí que colocaban en la pista, pinchó un neumático y vivió su primer choque en el que destrozó todos la parte delantera del auto. Seguía siendo el mismo desastre como conductor que a los quince años.
El auto que papá le regaló para sus 16 seguiría estacionado en el porche una temporada más.
—Al menos tengo auto —me dijo. Entró a mi habitación y se sentó sobre la cama—. Y un pijama decente.
Observé mi pijama, un pantalón y una camiseta con dibujos de vacas. Por las noches hacia frío y en las tiendas no vendían nada más normal que esto. Era mejor que el pijama de Barbie.
—Pero yo tengo licencia —duro golpe para Wheeler. Pude ver como se le distorsionaba la sonrisa socarrona que se había formado en su rostro—. Ahora, Holly largo de mi cuarto... tú, Rizos, quédate.
Holly se quejó mientras salía, todos los años le hacía lo mismo: ella me despertaba para el cumpleaños de Mike, él llegaba y yo la echaba.
—¿Cuál es mi regalo este año? —me preguntó. Era la misma rutina año tras año, pero como a Mike no parecía molestarle ni aburrirle, yo continuaba haciéndolo.
—Como ahora eres un "hombre" —puse énfasis en la última palabra para que notara el sarcasmo—, mi regalo será algo que te dará más responsabilidades.
—Y el hecho de que trabaje en una pastelería todas las tardes, que esté por graduarme y por conseguir una beca en una de las mejores universidades de Estados Unidos no tiene nada de importante —recalcó. Lo hice callar con un golpe en la cabeza, odiaba cuando se ponía así. Sólo tenía que recibir el regalo y ya.
—Si no quieres mi regalo, está bien. Se lo puedo dar a Holly.
—Es broma, quiero ver que me darás —me dijo con tono de disculpa. Me había tomado de la mano, acariciando mis dedos. Era una manía que tenía, cada vez que se sentía culpable o me hacia enojar, me agarraba de la mano y me provocaba cosquillas con su suave roce. A veces fingía que era molesto que lo hiciera, pero la mayoría de éstas lo dejaba, era molesto que lo hiciera, pero la mayoría de la veces lo dejaba, era agradable.
—Si me sueltas podré entregártelo —le dije. Él apartó su mano y me dejó ir hasta mi armario.
Era cruel haberlo escondido allí, pero si lo sacaba. Mike lo hubiera encontrado.
Saqué una caja roja con puntos verdes y con un enorme lazo dorado en la tapa. A los lados tenía algunos agujeros para que no se muriera asfixiado el regalo.
—¡Taran! —exclamé, entregándole la caja.
Mike sonrió y la abrió. Su rostro se iluminó como las luces de navidad.
—Es hermoso... —susurró. Lo sacó de la caja y lo sostuvo con una mano, era tan pequeño y adorable que nadie se resistía a su encanto—. ¿Cómo se llama?
—Es tu gato, tú decides —Mike miró al pequeño gato y le acarició con el pulgar la cabeza. Era diminuto e indefenso, de un gris peculiar con líneas atigradas.
—Podría llamarlo "El"…
—Pelusa —casi grité. Mike me miró divertido y acarició detrás de las orejas del gato.
—Gracias, es hermoso —me dijo. Me besó la mejilla y me pasó el brazo libre sobre los hombros.
—Bueno, aprovecha que hoy es tregua porque ya verás mañana si te pones así de sentimental conmigo —él río más fuerte y asustó un poco al gatito.
Era una tradición entre los dos que cada año, en nuestros cumpleaños, habría una tregua. No podríamos discutir, ni pelearnos, ni siquiera insultarnos. Si estaba permitido bromear, pero no enojarnos.
Mike aprovechaba esta oportunidad al máximo, se ponía muy cariñoso y empalagoso. Casi romántico. No era que estuviera malo lo que hacía, pero prefería que los demás no lo viesen cuando se ponía en ese plan. Mike se acostó en mi cama y comenzó a jugar con Pelusa, apenas se movía el gato, pero a Mike no le importaba. Lo traba como a un bebé.
Busqué algo de ropa para cambiarme ese horrible pijama. Mike me siguió con la mirada hasta que me encerré en el baño para darme una ducha y vestirme.
Desde la borrachera que tuvimos en la escuela de verano, Mike empezó a tomarse algunas confianzas. Fue de a poco, sin darme cuenta hasta que terminé por acostumbrarme. Como por ejemplo, el hecho de que entrase a mi habitación como si fuera la suya y se quedara todo el tiempo que quisiera haciendo cualquier cosa. Al principio me pareció impertinente, inaceptable. Después me chantajeó con que podía ayudarme con las tareas atrasada y así mi cuarto se convirtió en su cuarto.
Salí de la tina con el cabello estilando, me puse la bata y abrí un poco la puerta para ver si Mike seguía allí.
—Psst, pon la calefacción, se me congela el trasero acá dentro —le dije.
—No tenías que ser tan explicita.
—Menos bla bla y más acción, muévete —dejó al gato recostado sobre mi almohada y fue hasta el pasillo donde estaba el control de la calefacción. Se activaba a las ocho de la mañana, pero desde hace una semana que se había averiado y había que encenderlo manualmente.
A los cinco segundos sentí como la temperatura del ambiente cambiaba a una más cálida, me relajé y cerré la puerta para poder vestirme.
Este año no harían nada espectacular para el cumpleaños de Mike, una pequeña cena y listo. Por lo tanto, me vestí con la misma ropa de todos los días: unos jeans, botas para la nieve, chalecos y abrigo. Lo importante era no conseguir un resfriado.
—Al fin sales, Asesino se estaba aburriendo —me dijo Mike cuando salí del baño.
—¿Asesino? —inquirí
—Si, creí que Asesino era más apropiado que Pelusa —le lancé la bata mojada sobre la cabeza y me tiré arriba de él con un salto.
—Será mejor que lo cambies o sufrirás las consecuencias —le amenacé.
—¡TREGUA! —gritó y me calmé.
Odiaba que sacara la tregua entre medio.
Me senté a su lado y jugamos toda la mañana con Pelusa hasta que nos llamaron para desayunar.
Mike no se había vestido, así que cuando bajó en pijama y se encontró con que su clase estaba allí, casi se desmayó.
Tenían globos y serpentinas en la entrada del comedor, con una torre de regalos.
Atrás de los amigos de Mike, vi Beverly, Shopie y Max junto a Louis. Corrí abrazarlos antes de que Mike se llevará su atención.
—Esto de que el cumpleaños de Mike haya caído día sábado resulto divertido —me dijo Beverly. Su cabello ondulado le caía por los hombros y con cada movimiento que hacía éstos se desplegaban como los rayos del sol.

𝑀𝒶𝓇𝓇𝓎 𝑀𝑒 | Mileven Donde viven las historias. Descúbrelo ahora