Capítulo Veinticinco

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Mike me cobijó en la cama y me trajo una bandeja con una taza de café y galletas con chispas de chocolate, como las que me dejaba frente a mi puerta cuando éramos niños

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Mike me cobijó en la cama y me trajo una bandeja con una taza de café y galletas con chispas de chocolate, como las que me dejaba frente a mi puerta cuando éramos niños.

Lo agarré del brazo antes de que se marchara nuevamente a la cocina y lo atraje hacia mí. Necesitaba un abrazo suyo, le necesitaba demasiado y no quería que se fuera de mi lado. Podría pasar el resto de mi vida aferrada a ese abrazo con tal de no despertar otra vez en la realidad.

—Tranquila, El. Iré a apagar el horno y vuelvo a acostarme contigo, ¿de acuerdo? —asentí con la cabeza como una niña pequeña. Me había transformado en eso después de la noticia, era icónico, pero al final Mike si había conseguido una hija porque me cuidaba como si fuera una. Y muy pequeña, no podía hacer casi nada sin él acompañándome. Me daba miedo hacer algo y estropearlo más. Ya había destruido el sueño de Mike, no podía arriesgarme a cometer otro error.

Cuando volvió, encendió la televisión y se quitó los zapatos para colarse bajo las sábanas. Ninguno había ido a trabajar. No quería nada. Nada salvo algo que nunca tuve y nunca tendré.

Rompí a llorar cuando Mike me estrechó entre sus brazos y mi rostro a la altura de su pecho. Su olor me hería, su respiración me acuchillaba, su voz, su mirada, la forma en que lo sentía quebrarse junto a mí por mi culpa. No me lo merecía, Mike era demasiado bueno para alguien como yo y recién me daba cuenta.

—Ya, ya pasará. No tienes que preocuparte, me basta con que sigas a mi lado por siempre. El hecho de tenerte ya me hace feliz —lloré con más ganas.

Estuve así unas cuantas horas, cuando me dormí Mike se quedó viendo televisión, pero sin soltarme ni un minuto. Él era el fuerte en esta relación, yo la inútil.

No quería moverme, ni siquiera pensaba que eso fuera una opción. Quedarme por siempre en mi habitación tal vez fuera lo mejor que podría hacer y dejar que Mike no sufriera conmigo, no sería tan egoísta para hundirlo en esto.

—Hey, ya despertaste, bonita. ¿Tienes hambre? ¿Quieras que te traiga algo? —me dijo en cuanto me vio con los ojos abiertos. Me besó en los labios, pero el beso me supo salado, melancólico y marchito. Sin embargo, lo disfruté.

—No, gracias. Quiero quedarme aquí un rato más.

—De acuerdo. Iré a ducharme —asentí en silencio y lo dejé ir al baño.

Apagué la televisión con el control remoto y me quedé como un objeto. No me moví hasta que Mike salió de la ducha con una toalla amarrada a la cintura. Como la mañana del día en que me pidió tener un hijo.

Esta vez no lloré, pero sonreí como una loca. Mike me miró extrañado.

—¿Sucede algo? —preguntó, buscando unos bóxer en una cómoda.

—Me gusta tu cabello, mojado, pareces un cachorro recién bañado —en parte era verdad, pero sonreí por otros motivos. Uno de ellos era el imaginar la casa plagada de niños, corriendo de un lado a otro, en su cuando y rompiendo cuanto encontraran a su paso. Y también sonreía porque a pesar de todo esto, me había casado con Mike. Si me lo hubiesen dicho a los 10 años, lo más probable es que hubiese golpeado a esa persona.

𝑀𝒶𝓇𝓇𝓎 𝑀𝑒 | Mileven Donde viven las historias. Descúbrelo ahora