Capítulo Veinte

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Dejé que Dustin y El siguieran de amigos en la piscina, en cuanto a mí, fui directo al bar del hotel y pedí el trago más fuerte que tuviera

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Dejé que Dustin y El siguieran de amigos en la piscina, en cuanto a mí, fui directo al bar del hotel y pedí el trago más fuerte que tuviera. Escoció mi garganta como si me estuvieran fusilando en ese preciso momento, pero no era nada comparado con la vergüenza que sentía.
Se suponía que era mi luna de miel con El, no entendía por que Dustin tuvo que venir a arruinarlo todo. Era mi amigo, gracioso y un chico estupendo, pero no era el momento más adecuado para venir a "animar las noches", de eso me podía encargar yo sin la ayuda de nadie.
De pronto, mientras bebía, sentí una mano delicada en mi hombro. Supe de inmediato que no era El, ella sólo iba y me gritaba, o me golpeaba en el hombro o cualquier tipo de cosa infantil que por más años que pasáramos juntos, nunca dejaría de hacer como si fuéramos los mismos niños de ocho años.
Giré mi cabeza lentamente y me encontré con una chica rubia, más o menos de la misma estatura que El, pero con unos ojos azules muy profundos y bonitos. Sin embargo, era muy femenina y seductora no tenía la gracia y simpatía que desbordaba mi esposa.
—¿Qué hace un chico como tú bebiendo a estas horas? ¿Quieres que te acompañe? —debía tener más de veinte años, se le notaba en la mirada y en la voz. Además, parecía dispuesta a todo porque la invitara a una copa.
No me aprecia hablar con ella, pero tampoco estar solo bebiendo como un condenado horas después de bajarme de un avión, así que no reclamé cuando ella se sentó en la silla que estaba a mi lado.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó. Me miraba de arriba abajo, analizando la ropa cara que la madre de El me había regalado para el viaje. Seguro pensaba que era su día de suerte.
—Finn —mentí—. Finn Ives.
Ives era el segundo apellido de El, no creía que se enojara si tomaba prestado su apellido para burlarme de una cualquiera por unos minutos. Estaba seguro que si fuera El, me hubiese regalado encantada toda su identidad, le fascinaban este tipo de bromas.
—Yo soy Alexa Smith —traté de disimular mi asombro lo mejor que pude, a veces para esas cosas era bastante bueno, para ocultar mis sentimientos.
—¿No eres de aquí, Finn?
—No, soy de Canadá —cada vez se acercaba más hacia mí y recargaba todo su pecho sobre el mesón del bar, su escote resistía todo lo que podía por no reventar frente a mí.
—Yo soy de Boston, Massachussetts —comencé a odiarla tan rápido como hablaba. Me contaba cosas que no preguntaba y eso era desagradable. Entonces, cerca de la entrada al bar, divisé la melena castaña de El. Ya no estaba con Dustin y parecía algo pérdida, seguramente no sabiendo a dónde ir o que hacer.
Deseé que dejara de lucir como una niña extraviada para que me fuera a rescatar de esa bruja que tenía a mi lado, que se las arreglaba para seguir hablando de sí misma sabiendo que no la estaba escuchando. Pero El no era así, ella era una chica todavía.
Y no sabía si amar u odiar esa parte de ella. Finalmente, me vió. Y agradecí la distancia que nos separaba, porque pareció que un aura oscura la rodeó de repente y que todo su rostro se ponía pálido. Ni siquiera esperó o esquivó a las personas que se le cruzaban, caminó a toda prisa y con decisión hacia mí. Le sonreí como nunca cuando estuvo lo suficientemente cerca como para distinguir las expresiones de mi rostro, le dediqué la sonrisa más inocente y a la vez burlona del mundo. No planeé causarle celos, pero era una pequeña venganza por lo de Dustin.
—¡Mike, cariño, te estaba buscando! —exclamó. Alexa se dio vuelta a mirarla y se tapo la boca para reírse de El.
Eso no me lo esperaba, El tampoco.
Pero me enfadó muchísimo.
Se había burlado del vestido floreado de El, del mismo vestido floreado que yo elegí para ella.
—No admiten niños en el bar, ¿por qué no te vas a buscar a tus padres en la piscina? —le dijo a El.
—¿Y por qué no te vas a ahogar en ella? —le interrumpí. Me miró incrédula y muy ofendida, seguro nadie en su vida se había resistido a sus encantos. Lástima que yo tenía ojos para una sola chica. Y Alexa no era esa.
—Chico malo, me agrada —dijo El. Ambos no reímos de sus palabras y ella se apoyó en mi hombro para no caerse de tanto reír.
Alexa no parecía entender que sucedía.
—Finn, ¿qué está pasando aquí? ¿Por qué te dijo "Mike"?
—Lo siento, es que está un poco loca — El aguantaba las ganas de volver a reírse, pero en cambio, me siguió el juego. Al final Alexa se fue indignada y un camarero nos echó del bar. Nuestras carcajadas se oían por toda la isla. Admitía que el alcohol que bebí hizo su parte para decir tantas tonterías juntas, pero fue más el saber que El se burlaba conmigo de esa chica lo que me hizo feliz. No estaba enojada y se lo había tomado con humor. A veces era bueno la versión infantil de ella.
—Así que... Finn, ¿quién era ella? —me preguntó de todas formas después de que el camarero nos echara y nos prohibiera volver al bar.
—Alexa —le dije como si nada. Comencé a caminar hasta llegar al ascensor, El me siguió el paso y me tomó de la mano. Acaricié sus dedos, disculpándome por lo sucedido en el bar, y ella hizo lo mismo, cosa que interpreté por lo ocurrido con Dustin. Las puertas del ascensor se abrieron y subimos a nuestro cuarto, que estaba en el octavo piso.
—¿Y de dónde salió esa tal Alexa? —insistió con el tema. Tal vez si estaba celosa, podía notar cierto brillo en sus ojos y no eran de felicidad.
—No lo sé, si me lo preguntas así, la verdad es que tampoco me interesa.
Eso no pareció convencerla, pero no dijo nada hasta que nos bajamos del ascensor y estuvimos dentro de nuestro cuarto.
—¿Y Dustin? —inquirí cuando lo recordé.
—Oh, se fue a su hotel.
—¿No está aquí? —eso no me lo esperaba.
—Claro que no, dijo que por más que quisiera, no podría dormir sabiendo que sus amigos estarían disfrutando de su luna de miel a metros de su habitación, así que se hospedó en otro. Además, vino con una chica.
Y sabía a quien se refería, era Kayla, la chica con la que fue a la boda. Dustin siempre fue acelerado en las relaciones, varias veces estuvo a punto de pedirle de rodillas matrimonio a cinco chicas en un año creyendo que eran su verdadero amor. Sólo esperaba que no ocurriera lo de años anteriores. Que sacara su lado infantil demasiado pronto, eso asustaba un poco a las chicas.
—Bien por nosotros —dije. Nos acostamos en la cama, tenía todo ordenado y no teníamos nada planeado para hoy, las actividades y esas cosas comenzarían mañana, y la verdad, estaba bastante nervioso. Encendimos la televisión, pero pronto dejamos de prestarle atención. La tensión y la incomodidad eran latentes, quería muchísimo acercarme a ella, pero tenía miedo.
—Mike... pediré algo de comer, ¿ok? —asentí cuando rompió el silencio, se levantó y pidió el servicio a la habitación. Después de diez minutos, nos dejaron una bandeja con comida suficiente para una semana. Lo primero que vi fue en el vino, no acostumbraba  a beber, pero los nervios podían conmigo.
El también bebió, lo que me sorprendió, ya que ella no lo hacía desde que nos emborrachamos en el campamento. O al menos no de esa forma, bebió tanto como yo y terminamos tirados sobre la cama partiéndonos de la risa.
—¡Finn, ¿tú sabías que estoy casada? —decía con una voz somnolienta y embriagante, como si estuviera a punto de dormirse.
—No, ¿con quién te casaste? —le pregunté, sabiendo que se refería a mí.
—Con un chico, tiene muchos rizos, demasiados. A veces creo que su cabeza no aguantara tantos rizos y un día de estos ¡Bum! Explotara —me dedicó una sonrisa y se colocó sobre mí, me abrazó y reposó su cabeza en mi pecho.
—Debe ser muy feo —le dije, casi perdiendo el conocimiento.
—No lo es, pero tú me recuerdas a él... ¿sabías, Finn? Tu voz, es muy parecida... —por un momento pensé que se había quedado dormida, no se movió ni volvió a hablar por varios minutos, y se quedó allí acostada sobre mí. Hasta que se removió y susurró bien bajo:
—¿Finn, quieres ser mi amante? Pero no se lo diremos a Mike, o te mataría.
Me hizo mucha gracia que me dijera eso, su voz sonaba como si estuviera en una misión secreta y mientras lo dijo se había encargado de desabrochar el cinturón de mi pantalón.
Si hubiera estado sobrio, me habría dado vergüenza, como esa vez que estuvimos a punto de hacerlo pero se cortó la luz. A pesar de no tenerla en esos momentos, la detuve, no dejé que me quitara los pantalones.
—No, no quiero ser tu amante.
—Como quieras, porque yo tengo a Mike.
—No creo que quiera nada contigo después de que le diga que quisiste ser mi amante —enarcó las cejas y se acomodó hasta quedar con sus labios rozando los míos.
—Yo creo que eso no le importará.
—¿Cómo estás tan segu... —y tuve que dejar las palabras en el aire, porque sus manos en mi entrepierna y sus labios en mi boca fueron suficientes para callarme. Podría estar ebrio hasta confundir mi nombre y pensar que de verdad era ese tal Finn, pero lo que sucedió después jamás lo olvidaría. Por más deseos que tuviera que fueron un momento dulce y especial para El, ella parecía tener otros planes. Y no iba a discutir con mi esposa tan pronto, por supuesto que no.
Después de un rato, me puse hombre y tomé las riendas de la situación. Lo haríamos, lo íbamos a hacer, tener sexo por primera vez.
Sin dejar de besarla, me impulsé y quedé sobre ella. Después las cosas sucedieron muy rápido: en minutos nuestra ropa estaba desparramada por cualquier lugar de la habitación y yo tenía a El bajo mi poder, gimiendo en mi oído y rasguñando mi espalda.
Mi estómago iba a explotar, lo sabía. No podía detenerme por más que quisiera, la bomba de tiempo que tenía en mi interior pedía a gritos más movimiento, y también –aunque más bajo, susurrando contra mi oído– El.
Hasta que lo sentí. Ese glorioso momento en que grité y supe que lo estaba haciendo con ella, sin protección ni nada sólo porque ya teníamos el derecho de hacerlo como quisiéramos, cuando quisiéramos y donde se nos diera la gana.
Fue como despertar de un limbo, ya que al darme cuenta, la habitación parecía muy ruidosa y estrecha, como si hubiésemos estado encerrados durante horas.
Miré a El a los ojos y me di cuenta de que el efecto del alcohol había desaparecido hace bastante rato, tenía los ojos vidriosos pero sonreía igual. Enterró su rostro contra mi cuello y se quedó así, respirando contra mi piel sin mover ni un músculo.
—Creo que debimos casarnos hace años —me dijo de pronto.
No evitamos reírnos. Noté que las sábanas estaban húmedas y pegajosas, pero no me dio asco.
—Entonces agradezcamos habernos casado tan pronto —añadí.
—¿Qué hora es?
—Son las... —observé el reloj que estaba colgado en la pared, más creí que estaba malo. Hasta miré por la ventana –olvidamos correr las cortinas– y me di cuenta que en realidad no estaba averiado —... Son las ocho.
El se separó un poco y me miró algo dudosa.
—¿A qué hora subimos aquí?
La verdad, no lo sabía. Sin embargo, cuando subimos en sol aún alumbraba bastante.
Así que nos quedamos en silencio durante largo tiempo, sin saber que decir. Estaba asombrado, algo que pareció haber ocurrido en un momento, al parecer demoró unas cuantas horas.
Nada mal, Wheeler. Nada mal.

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Como hoy estaba muy aburrida me puse a escribir y pues aquí estamos.

El sábado habrá otra actualización así que bueno hay que esperar. Quiero actualizar dos veces por semana pero ya veremos si puedo.

Pasen a leer el Manual de lo prohibido, historia Fillie.

Sin más arios, arios.

𝑀𝒶𝓇𝓇𝓎 𝑀𝑒 | Mileven Donde viven las historias. Descúbrelo ahora