Después de años de opulencia, la austeridad llama a la puerta de Edu, un chico de buena família, buena escuela y buenos amigos. El replanteamiento de su vida empieza en una playa de aguas profundas y peñascos, con las notas de una guitarra ajena cau...
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"Els nostres cossos humits de sal
amb les pedres enganxades en llocs insospitats.
Eram els dos: dos cors, dos mons.
Bategant plens de sorpresa, sense por.
Les cases eran blanques, els cosos tots daurats
el sol mediterrani calentava el nostre pas.
Notes d'estiu, notes de platja,
cantavem vora el mar"
- nostres...¿cors? No.
Edu se mordisqueó el labio. Llevaba así media hora, encallado en ese puñetero verso. Era una sensación desagradable porque le parecía tenerlo atragantado en el gaznate. Como si en cualquier momento lo fuera a escupir sin ni siquiera pensarlo. Con un suspiró dejó la guitarra en la arena. A veces era inútil rebuscar por la inspiración, por algo se dice que llega sola. Edu enterró los pies en la arena. La ansiedad le agitaba estos últimos días. Tenía que acabar la canción. Tenía que acabarla antes de volver a Barcelona y que se contaminara con todo lo impuro que había allí. Esa canción tenía que salirle directa del corazón, de las entrañas del Mare Nostrum. Una brisa de aire le azotó el rostro. Se estaba levantando tramontana y eso solo significaba una noche de reclusión en casa. La tramontana era un viento tan fuerte capaz de arrancar arboles, cabinas telefónicas y por supuesto, llevarse motocicletas por el borde del peñasco. Cuando soplaba las calles se quedaban desiertas pero algunas playas, como la suya, se mantenían aisladas del viento y mantenían a la gente un rato más. Marina se sentó a su lado, los dientes le castañeaban.
- Ayer hice una amiga.-dijo abstraída.- Es belga, tiene 11 años. Mañana voy con sus padres al puerto.
- ¿Has practicado el alemán?-Marina negó.
- Habla francés.
- Aquí todo el mundo habla francés.-dijo mirando al horizonte.
- ¿Vendrá Pol algún día de estos? Me gustaría despedirme.- Edu frunció el ceño.
- No lo conoces de nada, que te tienes que despedir.- dijo con desprecio. Su hermana alzó una ceja.
- Lo conociste gracias a mi, paleto. Ya me puedes dar las gracias que sin él te habrías muerto del asco.
Edu quiso rechistar, pero en realidad tenía razón.
- Eres una repelente.-dijo con desdén.
- Dile que venga a cenar un día.-dijo con ilusión.
- ¡Claro que no!
- Que más da...¿Sois amigos, no?
Edu se imagino la situación. Pol en el salón de su casa, con su sonrisa perfecta embriagando a su madre y a su hermana. Que incómodo.