NARRA JOEL PIMENTEL
Lejos de todo ambiente de problemas y aires de ciudad, el cielo en este punto estaba repleto de cientos de pequeños y coloridos puntos, a lo que todos llamábamos estrellas, cientos de masas de gases que viajaban por el espacio emitiendo la luz que desde aquí abajo, era hermosa.
El molesto y constante sonido de los autos a los que estaba acostumbrado en la ciudad, desaparecía por un instante mientras permanecía en este lugar, el cielo estrellado, es lo que ellos solían ver cuando necesitaban deshacerse de todo, Erick y Esmeralda, las dos mejores personas que había conocido ya hace tiempo.
Esta ocasión era diferente, habíamos decidido subir al tejado, era la primera vez que lo hacíamos juntos, como una pequeña familia, Esmeralda había sido de alta del hospital, pero no era motivo para celebrar, las palabras de aquel médico aún rondaban en mi cabeza. "La quimioterapia no funcionó, lo lamento", recuerdo los sollozos de Erick, su mundo se derrumbó en un abrir y cerrar de ojos.
Yo observaba aquel cielo nocturno, lleno de colores azules, seguidas de las blancas, amarillas, naranjas y, finalmente, las rojas. Esmeralda recargaba su cabeza sobre una de mis piernas mientras dormía, por otro lado, el constante sonido de la respiración de Erick, quien dormía recargado sobre mi hombro.
¿Qué más podía pedir? Tenía todo lo que alguna vez soñé, una familia propia, si bien, no la soñé con un chico, si no con una chica, pero eso solo son detalles que hacen a una historia mejor, hacen mi historia mejor. Erick había llegado como algo que rechazaba con todas mis fuerzas, no había sido un buen comienzo, o quien sabe, quizá sí, llegó y pasó, después solo me perdí en el olor de su piel, el sabor de sus labios, la vista de su cuerpo y el contacto entre ambos.
Las vacaciones de verano habían iniciado hace menos de una semana, mi madre visitó a su familia en México y yo, decidí visitar a la mía. Un mes completo con Erick, el mejor mes de mi vida.
"All the other kids with the pumped up kicks You'd better run, better run, out run my gun" susurró una voz femenina, llamando mi atención, Esmeralda susurraba aquella canción que habíamos estado cantando esa tarde, una tarde de Karaoke.
No la había visto tan feliz, luego de aquella compra, su cabello semanas antes había comenzado a caerse, efecto secundario de la quimio. Compramos una peluca, una que ella le gustara, estaba molesta y estaba triste al mismo tiempo, pero esta tarde, había sonreído de nuevo.
Esa noche pasó, los tres nos bajamos, Esmeralda fue a su habitación y Erick y yo, a la "nuestra", pequeños sollozos salían de Erick, siempre cada noche, estaba triste, yo solo lo apretaba más a mi cuerpo, hasta que ambos quedáramos dormidos.
- Joel. – una voz, mi cuerpo se removió mientras despertaba, otra vez esas manitas meciéndome y susurrando. – Joel.
Abrí mis ojos por aquella insistencia y miré a Esmeralda de pie frente a mí. Se veía somnolienta y ansiosa.
- ¿Qué sucede, pequeña? – pregunté sentándome.
- Tengo hambre. – susurró otra vez, miré a mi lado y Erick seguía enredado en las sabanas, durmiendo abrazado de la almohada.
- Bien, no hagas ruido para no despertar a tu hermano. – susurré con una sonrisa.
La pequeña asintió y salió de la habitación seguida de mí. Caminé hasta la cocina y la vi sentada sobre un banco recargando sus codos en la barra que conectaba la sala y la cocina.
- ¿Chocolate caliente? – pregunté abriendo las puertas de la alacena.
- ¿Con malvaviscos? – puso una sonrisa con sus blancos dientes.
- Bien, pero si tu hermano se entera que te di mucho dulce, seguramente me asesinará, y me quitará mis cositas. – susurré eso ultimo para ser escuchado solo por mí.
Comencé a preparar aquella bebida caliente y dulce, serví en dos tazas y agregué los malvaviscos, extendí uno hasta las manos de Esmeralda y otro lo conservé yo. Observé detenidamente los movimientos de la pequeña, que tenía "bigotes" de espuma de chocolate. Sonreí y mordí mi labio inferior para reprimir la risa.
- Me miras como si fuese a romperme. – comentó limpiando con su muñeca, los residuos de espuma.
- ¿Por qué lo dices? – pregunté bajando la taza blanca.
- Erick y tú, me miran como si fuera una muñeca de porcelana, que deben tener mucho cuidado conmigo, porque en cualquier descuido puedo caer y romperme... - sorbió de su nariz. – para siempre.
- Es solo que te queremos mucho, y no queremos que nada malo te pase. – levanté la mirada y sorpresivamente me crucé con la mirada de los ojos cristalinos de Erick, que se encontraba escuchándonos, desde atrás.
- ¿Me invitarán un poco? – preguntó limpiando sus lágrimas acercándose.
- ¡Erick! – exclamó ella abrazándolo. – Joel me obligó a tomarlo. – lo soltó y corrió a su habitación.
Solté una risa, apreciando mi taza medio vacía.
- Así que. – se posó detrás de mí y me abrazó. - ¿la obligaste? – besó mi nuca causándome escalofríos.
- Y ¿si te digo que sí? – pregunté con mis ojos cerrados.
- Tendré que castigarte. – bajó sus manos, acariciando la tela de mi suéter, llegando hasta mi bóxer, metió sus manos y tomó mi miembro semierecto.
- Es-esta, Esmeralda. – gemí mor su movimiento de arriba abajo.
- No seré ruidoso.