Apenas estaba anocheciendo en aquel bosque solitario. Lena caminaba como si no tuviera un rumbo fijo, sin embargo sabía con exactitud a donde se dirigía. Le encantaba aquella parte de su trabajo que la llevaba a lugares que parecían mágicos, lugares como Canadá, aunque hacía un frío que le helaría los huesos a cualquiera vestida como ella, sin embargo su temperatura corporal irregular la hacía sentirse como si no se encontrara a tales grados bajo cero. Miró una cabaña que se encontraba ya no muy lejos y sonrió, allí se dirigía.
Era una cabaña de madera muy bien hecha, antigua, con las ventanas selladas... el escondite perfecto. Al entrar en el lugar un olor putrefacto llegó a ella, con un gesto de repugnancia en el rostro se adentró en la cabaña, iluminando el lugar con una pequeña flama que hizo aparecer en su mano. Siguiendo un rastro de sangre en el suelo de madera llegó hasta el cuerpo sin vida de una chica que no pasaba de los veintiséis años, si no se equivocaba estaba allí desde hace aproximadamente dos días. Alzando sus hombros con desinterés, continuó su recorrido por el lugar hasta el verdadero motivo por el cual se encontraba en un lugar tan frío como Canadá, aquello que desprendía aquel hedor pútrido. Adam Miller.
Miró la habitación con detenimiento y soplando la flama en su mano esta se dividió en diversas llamas que se ubicaron en los alrededores, sin incendiar la madera del lugar, sólo le brindaban iluminación a Lena. Fijó sus ojos en el hombre moribundo el cual se encontraba en el suelo, respirando con dificultad con una de sus manos cubriendo algo en su abdomen. Él sonrió aún con sus ojos cerrados.
—Ese perfume caro... lo reconozco aún después de tantos años —abrió sus ojos, fijándolos en ella — ¡Vaya!... continúas siendo igual de sexy, justo como te recuerdo y justo como me gustan.
Al verlo lamiéndose los labios de forma sádica, Lena sólo sonrió con ironía.
—Y tú continúas siendo el mismo cerdo, esa joven pudo haber tenido un buen futuro... es una lástima que se haya topado con alguien como tú.
Escuchó una risa que la hizo sentir desagrado. Se acercó a él, quitando su mano de su abdomen, encontrándose con una herida de bala en su abdomen, la cual se encontraba infectada y además congelada, el motivo por el que estaba llegando la hora de cobrar su trato. Haciendo aparecer en sus manos guantes quirúrgicos, acercó su mano derecha hasta dar un tuque brusco sobre la herida removiendo la sangre coagulada y congelada, inmediatamente el hombre soltó un quejido de dolor.
—Oh ¿Duele? Tendrás que disculparme Adam, algunas veces suelo tener poco tacto.
Continuó hurgando en la herida hasta que por fin comenzó a sangrar y fue entonces cuando el hombre sostuvo su mano.
—Sólo has lo que has venido a hacer.
Fue el turno de Lena para reír, negando con su cabeza.
—Voy a confesarte un secreto... pero desearía que lo guardaras con recelo, como si fueras una tumba, es algo que suelen hacer mis contratistas antes de que venga por ellos —Lena miró la sangre del hombre en el guante, sintiendo asco por sólo pensar en mancharse con la misma —. No importa el país... tampoco importa la religión... siempre me miran a los ojos, esperanzados... algunos comienzan a rezar —soltó una risa recordando la cantidad de personas que hacían eso, buscando una salida desesperada —, otros tratan de esconderse, en lugares olvidados, lejanos... —volvió a fijar su atención en la herida del hombre, y haciendo aparecer unas pinzas en sus manos lo miró con una sonrisa sádica —... pero, lo que más me encanta de ustedes... —miró fijamente a los ojos al hombre, que respiraba con frenesí, sin poder moverse ante lo que sea que Lena iba a hacerle —, es como imploran piedad... —insertó las pinzas en la herida con brusquedad, haciendo que el hombre soltara un grito desgarrador que ahuyentó a algunos pájaros que se encontraban en los alrededores de la cabaña, sin embargo ninguna persona iba a oírlo o ayudarlo. Podía escuchar sus pensamientos, era justo como los demás, implorando una muerte inmediata y menos dolorosa —es realmente... encantador.
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Tus deseos son mis órdenes
HumorLena es la ama y señora del infierno. Ver al mundo decaer en el pecado mientras bebía un vaso de whisky o una copa de vino podía ser considerado uno de sus pasatiempos favoritos. Sin embargo, lo que más amaba hacer era arrastrar almas al infierno q...