Capítulo 46

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-¿Y ahora qué hacemos con ella?-dijo una voz masculina casi audible.

-Nada. Esperar a que despierte-contestó otra voz masculina, ahora algo ronca-. Son órdenes.

Esas palabras flotaban en mi cabeza, lejanas, retumbantes. ¿Estaba soñando?

Abrí mis ojos lentamente. A penas alcancé a sentarme débilmente, llevando una mano a la zona punzante de dolor en mi cabeza. 

¿Qué había sucedido? Y ante esa pregunta reaccioné, horrorizada. ¡¿En dónde estaba?!

Me puse de pie y observé la habitación, tanteando los bolsillos de mi pantalón para buscar mi móvil, pero no lo tenía. Demonios.

El lugar lucía de lo peor. Era oscuro, frío y no había nada más que un colchón gastado en el suelo. Parecía ser un sótano.

Una pequeña gota de luz se filtraba por una ventanilla, a la que me dirigí para ver si podía ver algo, o al menos abrirla, pero no había caso. Ninguna de las dos cosas se podía.

Entonces me dirigí hacia la puerta y giré el picaporte, pero como lo supuse, estaba cerrada. Claro, ¿quién deja a su rehén con la puerta abierta para que escape? Pensamientos horribles comenzaron a invadir mi cabeza, llenando mi pecho de una verdadera desesperación. Posteriormente, comencé a golpear y patear la puerta, gritando, pero nada, no había respuesta.

Bajé a dónde había estado anteriormente y me senté, pasando las manos por mi cabeza, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a inundar mi rostro. ¿Qué carajo estaba pasando?

Unos minutos después, escuché el sonido de la puerta al abrirse y me puse de pie inmediatamente, algo asustada y con algo de valor a la vez. No sabía lo que estas personas querían de mí, pero no lo iban a obtener fácilmente. Daría pelea.

Una tenue luz se encendió, dándome la posibilidad de una mejor visión, no sin antes taparme los ojos con el antebrazo, ya que me había adaptado a la poca luz del lugar. Miré hacia las escaleras, esperando ver bajar a quienes me habían raptado. Y los vi. Cuatro hombres bajaban por aquellas escaleras. 

-Con que ya despertó nuestra invitada especial-dijo el que venía delante de todos.

Los otros tres rieron. No emití palabra alguna, no lograban salir de mi boca.

-¿Qué pasa? ¿Te comieron la lengua los ratones?-preguntó otro, poniéndose al lado del morocho que había hablado primero.

-¿Qué quieren?-formulé, con un nudo en la garganta.

-Esto es simple, linda-dijo el morocho, que suponía era el "líder"-. Nosotros recibimos órdenes, las hacemos cumplir y tú obedeces.

-¿Por qué tendría que hacerlo?-dije, desafiante.

-Fácil-sonrió-. Paul, la laptop, tráela.

El tal Paul asintió, subiendo rápidamente a lo que el morocho le había pedido. Dirigí mi mirada hacia él, quien sonreía complacido, mirándome detalladamente de arriba a abajo.

-¿Qué?-pregunté molesta. 

No estaba consciente de en dónde sacaba valor.

-Ahora entiendo todo-contestó con una sonrisa de perversión-. Si que eres hermosa...

Los otros dos rieron y me miraron de igual manera. Esto no me estaba gustando nada.

-Déjenme ir...sea lo que sea que quieran, no resolverá nada y les pesará toda su vida-aludí, nerviosa.

-Nos pagan como para que olvidemos eso-dijo uno de ellos, cruzándose de brazos.

El chico Paul regresó, con una laptop en las manos y sonriendo de una manera que no anunciaba buenas noticias. Al llegar hasta nosotros le entregó la laptop al morocho, que asintió en forma de agradecimiento. Luego dirigió su mirada hacia mí y me hizo un gesto con la cabeza, invitándome a sentarme en la cama, mientras él lo hacía.

Un amor alocado (Skandar Keynes y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora