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Capítulo treinta y dos. –Let me die. 

Habían pasado semanas de todo aquello y Anna se sentía de la misma manera que a principios de año cuando tuvo que ingresar al Instituto de nuevo, nunca sintió una depresión como cuando perdió a su madre hasta ahora. Perdió a su papá y a dos “amigos” porque de alguna manera, Alissya la escuchó cuando nadie lo hacía, seguía sin creer de sus palabras del todo. Y Justin, lo mismo, él había una de las razones por la que dejó marcas alrededor de su brazo y no le había perdonado pero sí estuvo cuando necesitó alguien. 

No sabía qué hacer con su vida en ese momento. No iba a perdonarlos, no ahora, tal vez jamás lo hacía… No era algo fácil de lograr, directamente ir y decirle: “Los perdono.” La vida no funcionaba de esa manera, nunca fue de ese modo.

Hace cuanto que no iba a la biblioteca, al entrar vio a la misma señora que antes solía ver todas las mañanas, sus ojos celestes resplandecían más que lo normal. Una sonrisa se extendió por el rostro arrugado de la mujer, era una sonrisa vaga pero, lo era. Le hizo una seña con la mano para que se acercara, y Anna obedeció. 

—Hace mucho tiempo que no te veía por aquí, Anna. —La mujer hablaba en susurros por más que, en esta parte de sala, no hubiera nadie leyendo, estudiando o finalizando un trabajo a última hora. —Un chico pasó toda la semana pasada preguntando por ti, diciendo que pensaba que te hallarías por este lugar… —Volvió a sonreír con más fuerza que la anterior vez. 

— ¿Qué aspecto tenía? 

—Era rubio pero tenía un toque de castaño, ojos mieles y una estatura de ocho centímetros más que tú. —La señora se acomodó los lentes y escribió algo en un anotador. Anna le agradeció y se alejó de ella. Caminó por los pasillos hasta llegar a la sala de libros que a ella le gustaban. 

Los libros habían sido un refugio desde que tenía once años, tenía un estante con todos los libros que había leído desde corta edad. 

Anna tendría que salir del Instituto porque sus clases acabaron hace unos quince minutos pero no quería llegar a casa y encontrarse con su padre y su sorpresa de feliz cumpleaños… Hoy, no era un gran día para celebrar ya que, traía recuerdos. Recuerdos que dolían y mucho. Robert, Lynn y Anna solían pasar su cumpleaños viendo películas y comiendo helado por la noche; al día siguiente, unos parientes de parte de la madre de ella venían a visitarla y celebraban en familia. Después de la muerte de Lynn, nunca más se festejó uno. Digamos que ella tenía el poder para que todo siempre estuviera alegre y divertido, era el puente que unía las distancias entre las familias pero cuando ese puente se derrumbó, se cayó, se desapareció del mapa, las distancias se volvieron más largas y así, las visitas de familiares se volvieron escasas y ahora, ya no existían en su vocabulario. Alissya solía contarle como celebraba su cumpleaños y era de la misma manera por más que su padre no esté con ella en ese momento. Tal vez, no tenía el poder que Lynn poseía sobre las personas y su humor, Anna siempre había deseado ser como ella pero, más bien era muy parecida a su papá: solitaria, apagada al estudio y siempre siendo cerrada sobre las cosas. Siguió caminando y caminando pero ningún libro le llamó la atención, tal vez porque no sentía las ganas para leer en ese momento, solo quería sentar y pensar, pensar, pensar hasta que sus ideas se aclararan quería saber que tenía que hacer con su vida en ese momento. Un mensaje de texto le llegó y empezó a vibrar dentro de su mochila, así que lo sacó para que dejara de hacerlo, desbloqueó la pantalla y era un mensaje de texto de Alissya, quería borrarlo pero no lo hizo. Lo abrió y decía: “Como me ignoras en el celular, en el teléfono de tu casa y en cada lugar del Instituto espero que por acá no lo hagas… ¡Feliz Cumpleaños! Capaz no la estés pasando bien, me siento culpable, lamento haberte arruinado este día, a pesar de todo yo si te quiero…” 

let me dieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora