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Capítulo cuarenta y cinco. –Let me die.

Narra Justin. 

Mi cabeza era un lío, tenía diferentes pensamientos, ideas y cosas merodeando por ahí. Me sentía vacío, no entendía qué era lo que estaba pasando. Era de noche, cuando decidí que tomar aire fresco para relajarme sería una buena idea, dejar que mis pensamientos se aclaren y que provoquen su propia opinión era algo que me haría sentir más completo, con vida y no tan perdido como lo estaba entonces. 

Me apareció la cara de Anna y sus ojos en mi mente, nuevamente. Era como una sesión de fotos que no terminaba con la diferencia de que, esta sesión era horrible. Imágenes como postales pantalleadas en mi cabeza de ella siendo golpeada, maltratada y abusada por Sandy y sus otras amigas. 

Su cara de dolor, el sufrimiento y pánico se veía a través de sus ojos verdes. Las lágrimas caían por estos y yo no hacía nada, estaba parado como estatua mirándole como Sandy se desquitaba con ella por la vida de mierda que llevaba: tener un hijo de tu propio padre. No era algo lindo y de lo que podías sentirte orgulloso pero no por esa razón, debía de descargar su rabia contra Anna, quien nunca maltrató a nadie, en más siempre fue gentil hasta que un día –cuando su madre falleció– cambió completamente. Era una chica nueva, antisocial, cerrada, y tímida. Era como si una parte de ella también hubiera muerto y hubiera ido al Cielo con Lynn para hacerle compañía, la sonrisa que solía tener desapareció de una semana a otra y luego, solo iba a clases y era la primera en salir para no tener que encontrarse con Sandy y terminar en el hospital. 

Un día, recordó escuchar la voz de Sandy dentro del aula gritando cosas sobre que debería de morir, que no debería existir y que, por mala suerte de la vida, no se fue con su madre al Cielo y que si eso hubiera pasado, todo sería mejor para las personas. 

“— ¿Te das cuenta de las cosas, Anna? —Dijo Sandy mirando a Anna con rabia, furia metida en su ser. — ¡No le importas a la gente! —Le gritó, y se escuchó la palma de una mano chocar contra algo y un grito ahogado salió de la garganta de la castaña. —Suicidate, y ahorra una vida desperdiciada. Ve a saludar a tu madre al infierno. —Susurró por último. 

La rubia seguía, todavía, parada frente a Anna con una ceja fruncida y sus dos seguidoras con los brazos cruzados por el pecho con una sonrisa en la cara mirando atentamente como Sandy se desquitaba con ella como si fuera un juguete para utilizar. 

Pero, no hice nada. Me quedé escuchando a través de la puerta, inmóvil como estatua. No quería a Sandy, era una chica con la cual podías distraerte y pasar un buen rato pero, era muy agotador estar con ella las 24 horas del día. 

Escuché unos zapatos acercarse a la puerta y salí corriendo de aquel lugar hasta no estar cerca de la vista de mi novia. 

Esperé unos minutos, escondido y nunca vi salir a Anna de aquella aula. Con cautela, caminé donde antes y me quedé ahí observando cómo intentaba levantarse del suelo, destruida, agotada, débil, y vulnerable como una flor que se marchita. 

Un nudo apareció en mi garganta y cuando escuché su llanto, decidí marcharme sin ni siquiera darle una mano, sin ni siquiera preocuparme por ella.” 

No sabía qué hora era, tampoco quería saberlo. Me gustaba caminar de noche, podía ser peligroso y más por las calles principales de Londres pero, el viento era muy fresco como para evitarlo. Se trasladaba por las fosas nasales hasta llegar a los pulmones y limpiarlo, no sabía qué calle estaba transitando pero sabía que no estaba solo, había una silueta enfrente de mí que caminaba y vacilaba al mismo tiempo. Esta figura giró la cabeza y no pude no reconocer a la castaña que se tocaba la muñeca con frecuencia, apresuré mi paso y vi una luz a lo lejos acercándose. 

Anna vaciló, miró hacia la carretera y después al Cielo, no sabía si dijo algo, tampoco si susurró y si tan solo observó al mismo en señal de que iba a pasar algo. 

Caminó hasta mitad de la calle y se paró frente del camión y la luz. 

Reaccioné y corrí a toda la velocidad que mis piernas podían para llegar a aquel lugar donde ella y salvarla, no iba a morir frente de mi, no iba a pasar eso. El camión no paraba, tan solo tocaba bocina. Que imbécil.

A penas estuve lo suficientemente cerca, me tiré sobre ella tirándola a fuera de la carretera, unos segundos después el camión pasó de largo sin ni siquiera frenar por si hubiera hecho algún daño. Ambos dos, tirados en el suelo, yo con mi pecho que subía y bajaba y ella mirándome con la ceja fruncida. Sabía quién era lo que la había salvado, y pensó que iba a agradecerle pero no fue así. 

Se paró y empezó a caminar lejos de él. 

— ¡Anna! —Exclamé, y corrí a su lado tomando de su muñeca por debajo de la cazadora. Un nudo en mi garganta no me permitía hablar correctamente, no sabía que estaba sintiendo, tampoco sabía que estaba pensando ella cuando se paró enfrente del camión para ser atropellada.

— ¿Por qué me salvaste? —Su pregunta le tomó por sorpresa. Hubiera salvado a cualquiera persona, no importaba si no la conocía, era una persona y si quería, matarse, no debía. 

—Anna… ¿Querías que te atropellara el autobús? —Fruncí la ceja, y agarré con fuerza su muñeca, la acaricié. En ese momento, sentí algo sobre su piel, algo con relieve, eran como líneas gruesas, parecían heridas recién hechas, abiertas pero no eran de haber caído sobre el asfalto, era de otra cosa… Y entonces, pensó y entendió que estaba intentado hacer. Me sentí una mierda pero, al mismo tiempo, sabía que la había salvado y eso, me reconfortaba. — ¿Desde cuándo te lastimas a ti misma? —Su cara mostró horror. No sabía ni siquiera se me pasó por la cabeza la idea de que ella se lastimará así misma. 

—Desde el día que empezaste a llamarme fea. —Los ojos de Anna ya no parecían verdes, parecían negros como la noche. Estaban medio cerrados, y parecía que no estaba en buenas condiciones.

Sentí una opresión en medio del pecho que me chocaba y decía que era un idiota. Nunca pensó que podría llegar a tal grado de qué insultar a alguien fuera demasiado para esa persona, que tuvo que lastimarse a sí misma para sentirse bien. Abrí la boca para hablar pero, Anna no me lo permitió, llevó su otra mano al aire y la movió en señal de no. Sacó mi mano de su muñeca que ya no la acariciaba, sino que estaba apretándole pero sin lastimarla. 

— ¡Puedo ayudarte! —Grité pero sabía que no podía, solo quería encontrar una manera de hacer las cosas mejor. Entendí, en ese momento, que nunca debía de abusar de alguien, y fue muy tarde para que me diera cuenta. Anna se detuvo en seco, dio media vuelta, y se colocó justo en frente de mí con una mirada de enojo pero al mismo tiempo, era una súplica que parecía que la pedía de corazón. Sus lágrimas empezaron a caer sobre sus ojos y era, la primera vez que ella lloraba justo ahí, delante de mí. 

—Justin… Déjame morir. —Susurró observando mis ojos con pena. Su mandíbula temblaba y sus ojos pedían ayuda. Sus manos se movieron nerviosamente antes de darse vuelta y salir marchando. No la seguí aunque debí hacerlo. No sabía que hacer. En ese momento, no pensé en que encontraría otra manera de suicidarse. Porque eso era lo que intentaba hacer: suicidarse. 

Suicidarse por toda la mierda que le había dicho tanto Sandy como yo. 

Y me sentí un completo imbécil, un estúpido, una mierda de persona. 

let me dieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora