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Capítulo treinta y seis. –Let me die.

Ambos dos estaban fuera del hospital a los cinco días, el padre de Anna le presionaba para que le contara quién había sido la persona que le hizo tal cosa, en el Instituto sabían que era Sandy pero, nadie nunca habló sobre ella.

Los rumores corrían por los pasillos del mismo demasiado rápido, las risas, las miradas que nunca antes había recibido, aparecían en su camino. Cada vez que Anna caminaba con sus libros en la mano, cada vez que entraba al salón, entraba a la cafetería o al baño, las charlas cesaban y todos le quedaban mirando. Se notó que había sido lastimada por alguien y ese alguien era Sandy entonces eso afirmaba cada rumor que había entre las paredes. 

Solía no ir a la cafetería, tampoco en los recesos ir sola al baño. 

Justin uno de esos días no fue al Instituto, ya sea porque no tenía ganas de ir o por el yeso que cubría su brazo… Tardó una semana en poder salir del hospital por las recetas y chequeos que debía hacer, fue en uno de esos días cuando conoció a su mamá. No sabía que sus padres se habían divorciado cuando él era pequeño y entonces, entendió que no sabía mucho sobre Justin como él de la historia de Anna. Tal vez porque se mantenía cerrado sobre su vida personal pero, él siempre estaba ahí para ella cuando, capaz, Anna nunca lo estuvo por todos los problemas que se interponía, ella misma, en su cabeza. 

El médico que había atendido a Anna en las dos últimas veces que visitó el Hospital, le recomendó que fuera a un psicólogo. Su padre, quien siempre intentaba ver lo bueno para su hija por más que tuviera errores, pensó en que también era buena idea, alguien que le ayude a ver su vida de otra manera podía sacarla del juego que su mente jugaba contra ella. Anna no quería saber nada al respecto, no podía confiar en una persona cualquiera y contarle sobre su vida, sus defectos, sus marcas, sus cicatrices, sobre sus sentimientos e inseguridades. No era así de fácil, nunca había sido de esa manera. 

Justin y Alissya apoyaron el pensamiento de su padre y en ese momento, la castaña dijo que no tenía apoyo de nadie pero estaba dramatizando todo la escena, tal vez si necesitaba ir a un psicólogo. 

Estaba sentada con las manos sobre su regazo mirando hacia las diferentes pinturas que colgaban en la pared de la Señora Bales, las paredes eran de color naranja y por lo que alguna vez había escuchado por ahí, decían que ese color significaba: alegría. Es un color alegre, que estimula a la gente, y es antidepresivo. No le gustó y entonces, se sintió como el color negro: fría, aislada, sola, oscura. Los sillones donde estaba acomodada eran blancos: luz, bondad, inocencia. Se fijó en todos los detalles que había alrededor de la pequeña sala de estar y reconoció que casi todos los colores estaban en alguna parte del espacio, no sabía si quería significar algo, si realmente significaba algo o si solo estaba alucinando y pensando cualquier cosa por el hecho de que en algunos momentos iba a entrar a una sala con una persona desconocida a hablar de todos sus problemas.

La nena que salió del lugar con la Señora Bales, tenía tan solo unos siete años. Se me preguntó por qué una niña de tal edad iba a ese lugar… Entonces, recordó que todas las personas tienen problemas; siendo niños, adolescentes, adultos o ancianos. La vida, las personas estaban llenos de problemas, no importa que tan grande o tan joven seas, algo siempre va a perturbar tu mente como si fuera una máquina de aniquilar. 

La señora Bales era muy joven para lo que Anna se había imaginado. Tenía puesto un jean negro con una camisa blanca que era demasiado holgada... O ella capaz demasiado delgada. El punto es que, le dijo que pasara mientras saludaba a la madre de la niña que se había quedado la hora y media mirando hacia todos los rincones esperando que llegara la hora que se tuviera que ir. Anna esperaba que todo esto no tardara tanto.

let me dieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora