Capítulo cuarenta y dos. –Let me die.
El silencio se percibía en la habitación, todo parecía incómodo. Ambos se miraban fijamente y contenían la respiración, así que ni el respirar se escuchaba. Uno tenía las manos en los bolsillos del pantalón y otra se abrazaba a sí misma porque el aire que entraba por la ventana le daba frío, esa era la escena. El chico cerró la venta y la trabó, y entonces solo quedaron ellos. Todo se volvió raro, Anna se dio media vuelta y se sentó en la cama dándole la espalda a Justin, el contacto visual había terminado.
Se escuchaban los pasos de Justin chocar contra el piso también como las respiraciones volvían a ser normales, era el día siguiente al que volvió del hospital, le habían dado el alta el mismo día que le encontraron solo que a la tarde. Le dolían las piernas como el infierno, era como unas pequeñas punzadas a lo largo de estas, su muñeca había calmado con los calmantes que el Doctor le había recetado.
Hubo un momento en el consultorio del médico que solo quedaron él y ella por petición del mismo. Le preguntó cómo le estaba yendo con la psicóloga y si estaba haciendo efecto en su forma de pensar o ser, ella le contestó que todo estaba mejorando pero lo que no sabía era que la cicatriz que su mente había creado estaba en proceso de ser eliminada cuando aquella noche todo volvió a ser como era hace meses atrás: las ganas de correr a un baño, abrir el grifo de la ducha o el lavamanos, buscar entre los maquillajes –que eran usados para tapar los golpes– una pequeña navaja para terminar con su vida en ese momento pero nunca fue tan valiente para hacer eso, sabía que nunca podría dejar a su padre pero también sabía que si lo hacía, él estaría viviendo sin un peso sobre sus hombros.
Cuando la mano de Justin se posó en su hombro, un escalofrío le recorrió desde la cintura hasta el cuello erizándole los pelos del mismo, su mirada se aflojó un poco pero no se giró, se quedó inmóvil mirando hacia la pared en donde había un cuadro familiar.
Recordó cuando Justin le comentó sobre Sandy y que él no era el padre del hijo de ella, y le entró curiosidad. Sabía que podía ser cualquier estudiante del Instituto porque Sandy era una de las zorras más conocidas del Colegio pero en ese momento, Justin estaba con ella. Pensó en lo extraño que sería quedar embarazada siendo tan joven, preocuparte por un niño, preocuparte por tu hijo siendo una adolescente, y Sandy es de esas chicas que les encanta salir a las fiestas y por lo que sabía seguía saliendo, seguía emborrachándose.
— ¿Te encuentras mejor?
—Si vienes acá para decirme que tengo que contarle al mundo quién fue la persona que me hizo esto, te pido que te vayas.
Sacó la mano de su hombro y caminó hacia enfrente de ella.
—Si te lo dije es porque creo que es lo mejor para ti.
Anna tenía la vista fija en su pecho porque se le había puesta entre el espacio y el cuadro que observaba. Cerró los ojos y una lágrima corrió por su mejilla, nadie podía entender como era vivir con el miedo de salir a la calle y encontrarse sola en medio de la nada porque le había lastimado, Justin nunca sufrió de esa manera, nunca fue tratado como un cero a la izquierda.
—No sabes que es lo mejor para mi, Justin. —Apartó la mano de su novio de su cara—No sabes que se siente tener miedo de salir de tu casa porque sabes que puedes encontrar a esa persona que te lastima todos los días de alguna manera… —Se secó las lágrimas con las mangas del poleron que tenía—, nunca fuiste menos. Nadie, nunca, te trató mal.
Justin la tomó de la cara y le besó, no quería escucharla hablar de esa manera de ella. No sabía cómo lidiar con Anna cuando se trataba de esa manera, sabía que su vida no había sido fácil pero tenía muchísima fe en ella. La fe que le tenía era inmensa ya que, su fe se posaba en que saldría de toda esa mierda que había estado viviendo en su adolescencia.