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Capítulo treinta y ocho. –Let me die.

Anna se miraba al espejo de cuerpo entero que había en el baño principal, tenía puesto un pijama que consistía en una remera rosa de tirantes y un short negro que mostraba gran parte de la pierna. Se puso de perfil y se revisó. Tocó su estómago, resaltaba un poco sobre la remera (además, está era apretada al cuerpo), se miró en el espejo, tenía un moño torcido en la cabeza con algunos flecos que caían sobre su cara; sonrió, no le gustó; hizo caras raras y no se preocupó por si le gustaba o no, era algo divertido para hacer cuando no te gustaba el reflejo del espejo. Recordó en cómo era Alissya toda despeinada, en su cuerpo delgado pero sin ser anoréxica. No sabía si hacía ejercicio, si iba al gimnasio o esas cosas pero, seguro que lo hacía. Nadie tenía un cuerpo como ese si no lo ejercitaba además, comía bastante y no seguía una dieta. Anna no era gorda pero tampoco era muy delgada, era un poco rellenita pero nada más que eso… No se avergonzaba tanto de su cuerpo, sino más bien de lo que sentía por dentro y de lo fea que creía que era. 

No le gustaba ninguna parte de ella, no había algo que podría decir: “me gusta como se ve en mi” Sabía que la perfección no existía, tampoco existían las personas perfectas pero, si había gente que parecía serlo, que parecía estar demasiado cerca de la perfección tanto físicamente como personalmente y Anna quería ser una de esas personas. 

Una lágrima cayó por su ojo llegando hasta su pera, se estaba derrumbando de nuevo. 

Resistió la tentación que permanecía en su pecho, que deseaba salir. Negó con la cabeza, iba a ser fuerte una primera vez en la vida, no quería caer, no iba a caer. Se abrazó a si misma mientras miraba el cuerpo frente al espejo, prefería llorar antes que abrirse las muñecas y los brazos. El llanto relajaba el dolor que tenía en el pecho, relajaba la ansiedad. 

Se limpió la cara con las manos pero el llanto siguió por unos minutos hasta que pudo relajarse. Había chicas que sin importar como fueran tenían mucha confianza en sí mismas, en su cuerpo, en su personalidad, eran gentes a las cuales se las podía envidiar porque la confianza en uno era algo muy valioso y muchas personas que podían ser demasiado bellas exterior e interiormente no la tenían. 

Agachó la cabeza y sintió una mano en su hombro que la acariciaba. 

Conocía esa mano por más que no hubiera visto la persona que estaba parada detrás de ella, se quedó para de la misma manera en la que estaba. No podía dejar que Justin la viera de esa forma, aunque la había visto en peores circunstancias. 

Él besó su hombro y luego el cuello de la chica. 

—Anna, estoy aquí. 

Dio media vuelta y enredó sus brazos alrededor del cuerpo de Justin, dejó su cabeza en el pecho del chico, no lloraba, tan solo le costaba respirar por el llanto que había tenido minutos atrás. El rubio le hacía preguntas pero Anna no respondía, su voz estaba cortada, ronca, era el peor momento de todos para que él viniera. No sabía que estaba tan metida en sus pensamientos como para no saber que había entrado por alguna ventana de la casa o si tenía suerte por la puerta como las personas normales lo hacen.

—Cariño, ¿qué sucede? 

Justin la llevó a la habitación, iba abrazado a ella por lo tanto, le costó más de lo que esperaba llegar adentro de la habitación. Se sentó en la cama con ella en su regazo, no habló en ningún momento y le estaba preocupando. Siquiera movió la cabeza para decir sí o no. 

El chico le dio un beso en la mejilla y levantó su mentón con el dedo pulgar. 

— ¿Vas a hablar conmigo? —Preguntó, más bien era una afirmación. Iba a sacarle toda la información posible para poder ayudarla— Claro que vas a hacerlo, Anna. 

let me dieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora