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Capítulo cuarenta y cuatro. –Let me die. 

—Oh, mira qué tierno era. —Dijo Anna mirando hacia la foto en el cuadro— Le faltaba un diente, era muy bello —soltó una risa y siguió viendo las otras fotos que había en la pared, antes no se había detenido a hacerlo.

—Esta —señaló a una con su padre— fue cuando su padre lo llevó a pescar por primera vez, él estaba asustado, tenía cinco años —Justin llegó a su lado y abrazó a Patricia por la cintura y le dio un beso en la cabellera— y se me aferró a la pierna diciendo: “Oh, tengo miedo mami, ¿qué pasa si algún pececito me lastima?” y yo tan solo me reía. 

Las mejillas de Justin se tornaron rojas. 

—No es necesario contar los detalles de aquel día —Empezó él mientras miraba hacia el cuadro—. Es vergonzoso. 

—Justin, muchacho todos tenemos momento vergonzosos en nuestra vida de pequeños como Anna —Dijo su padre y apoyó las manos en los hombros de su hija. No quería que contara la historia de cómo se había quedado aferrada a la pierna de su madre un día antes de jardín. —Un día antes de que ella entrara al Instituto en la parte de Jardín (Kinder), se aferró a la pierna de Lynn y no la soltó en todo el día. Se había quedado aferrada a su pierna hasta cuando nos tuvimos que ir a dormir, así que ella durmió con nosotros y al despertar, aquella mañana, seguía en el mismo lado y de la misma posición. —Su padre le dio un sacudón y Anna cerró los ojos respirando con tranquilidad, odiaba esa historia, la hacía verse como una nena caprichosa. 

—Oh, y al otro día, supongo, que no quiso soltar a tu esposa de la pierna como una nena caprichosa —Dijo Patricia mirando a Robert, quien asintió—, conozco una historia parecida. —Dijo mirando a su hijo. 

—No soportaré esto, mamá —Dijo Justin y estiró la mano hacia Anna quien la tomó— Llámame cuando la cena esté lista, saldremos a caminar ¿vale? 

Robert rió y soltó a su hija sin antes darle un beso en la mejilla. Desde hace unos días que su padre había estado demasiado cariñoso con ella y Anna le agradaba, pasaba tiempo con él y eso le encantaba. Sus horas se redujeron, todas las noches empezaría a llegar a las nueve de la noche y esa idea había alegrado a Anna intensamente. 

Justin la tomó de la cintura y la besó antes de salir por la puerta. Robert y Patricia se le quedaron mirando como sus dos hijos se besaban, a Anna le dio vergüenza como todas las cosas pero, se dejó llevar por el momento. Su novio mordió su labio y se alejó de ella, le miró por unos segundos y volvió a besarla. 

Eran como las ocho de la noche cuando salieron a dar una vuelta para alejarse de aquella casa donde, seguramente, seguían hablando de todas las historias vergonzosas que alguien puede tener siendo pequeño, Justin de pequeño era muy cómico y muy miedoso, vivió casi siempre con su madre después de que sus padres se separan. Su padre no era el mejor de todos los tiempos pero aún así le quería. 

—Así que… —Dijo Anna—, ¿pensaste que un pez iba a lastimarte? 

— ¡Tenía cinco! —Se quejó Justin estirando las manos a sus costados, para eso tuvo que soltar la mano de Anna—Era un nene, no sabía que los peces no comían humanos. 

Anna soltó una carcajada que sonó alrededor de toda la calle, ya que estaba vacía, era un Viernes a la noche, los adolescentes solían estar preparándose para salir a bailar, y las personas mayores/grandes se quedaban mirando algún programa sobre política o esas cosas. 

—Oh, Dios mío. —Dijo Anna sin poder respirar de la risa— ¡No puedo creerlo! —Gritó y siguió riéndose, su novio era un tonto pero de una buena manera. —Eres un tonto, cielo. 

let me dieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora