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Mini-maratón 1/3

Capítulo trece. –Let me die. 

No sabía cuánto tiempo debía aguantar esto: lágrimas, marcas, la sangre corriendo por su muñeca, las sonrisas fingidas cerca de su padre, el maquillaje cubriéndole los moretones, las blusas rotas, y el deseo de morir cada segundo. 

Anna entraba por la puerta, después de terminar su cita con Nicholas, no había nadie en la casa, estaba sola, como siempre. 

Nicholas le había sacado una sonrisa, y le había hecho olvidar la tristeza que permanecía en su interior. Tenía ganas de llorar, llorar, y llorar, no sabía cuál era la razón exacta a todo eso pero, pensó que podría hacer todo lo que le había pasado en el último mes. 

Abrió la puerta de la habitación de su padre, y caminó hacia el balcón. Volvió a sentarse sobre la baranda mientras el viento frío de Londres chocaba contra sus brazos descubiertos… 

Una lágrima, dos lágrimas, tres, cuatro… Y así, empezaron a caer sucesivamente, no limpió sus ojos, quería descargar todo lo que tenía acumulado, y siento ganas… Siento la necesidad de desquitarse con ella misma, mordió su labio para que pasaran las ansias pero, no fue así. Corrió al baño de su habitación, entre uno de los tantos cajones sacó una de esas pequeñas navajas, y su mano empezó a temblar. 

La navaja cayó al piso chocando contra el mismo, rebotó dos veces hasta quedar intacta en el suelo, se puso en cuclillas para poder recogerla pero un pie se encargó de taparla. 

Tragó gordo, alzó la vista para ver a la persona enfrente a ella. 

Su amiga estaba parada ahí mismo con una bufanda, guantes, gorros, y con la nariz roja, estaba enferma. 

Alissya frunció sus cejas cuando se agachó, y tomó lo que había escondido debajo de la suela de su zapato, lo examinó y lo guardó en el bolsillo de su cazadora, luego lo tiraría en algún basurero de la calle. 

— ¿Qué pensabas hacer, Anna? 

La cabeza de Anna estaba recostada en el hombro de Alissya, mientras lloraba. Su nariz estaba igual de roja que la de su amiga. En ese momento fue cuando, Anna agradeció tener una amiga como Alissya para que la ayudara, y la escuchara siempre y cuando lo necesitase. Sorbió los mocos, y se acomodó en el sillón levantando la cabeza. Tenía un saco de lana que era demasiado fino para ese tipo de clima pero, era cómodo. 

El silencio se apoderó de toda la habitación, y Anna bajó la cabeza levantando una manga de su cazadora, y acarició sus cicatrices. 

—Hace una semana, dejé de cortarme pero… es una adicción. —Rió levemente para sus adentros, y negó con la cabeza para que sus lágrimas se quedaran ahí, y no salieran. —No puedo explicar… Mi… Sé que piensas que estoy loca. —Mordió su labio, y las lágrimas empezaron a caer. —Sé qué piensas que necesito ir a rehabilitación o que tengo que buscar a alguien que me ayude… Pero, nadie puede sanar el dolor que tengo internamente. 

Sollozó, y desvió su mirada hacia el frente. 

—Podré decir que esa persona me ha ayudado pero, realmente estaré pensando que sigo siendo la misma que hace tiempo atrás. —Su voz se cortó. —No sé por qué tuve que tener esta vida… Es una mierda. 

Alissya no le vio cuando hablaba ni en ese momento. Su vista seguía rígida en la alfombra de color carmesí, que yacía bajo sus pies. 

—No digas eso. —Pidió Alissya cerrando sus ojos. 

Anna bufó molesta, y bajó una pierna del sillón, y cerró sus brazos sobre su pecho. 

—Métete en mi vida un segundo, Alissya… Vas a entender por qué la odio. 

— ¡Anna! Estuve en tu maldita posición. —Le dijo mirándole fijamente. — ¡Pasé por la misma mierda que ti! Entiendo que es lo que piensas cada día… —Sus ojos se nublaron. —Sé que cada vez te repites que mereces morir porque, no vales la pena. 

No pudo soportar la mirada intensa de Alissya sobre ella, y salió de la sala por la puerta. Agarró las llaves, otra cazadora que estaba en la entrada y salió a caminar en medio de la noche, necesitaba pensar, y relajarse. 

Cuando estaba nerviosa, y sentía que se debilitaba internamente, necesitaba tranquilizarse para poder actuar sobre algo, y esta era una de las primeras veces que hacia lo correcto, pero aún así, las ganas de suicidarse aumentaron…

{…}

Hace unos meses su vida era tan brillante como el Sol en verano, y ahora era tan opaca como el cielo en invierno. Era otoño, las hojas caían, viejas, secas, y Anna quería caerse con ellas. Las calles de Londres eran solitarias, frías, y peligrosas a esa hora, pero a ella no le importaba. El viento recorría las calles llevando hojas, basura, y demás cosas tiradas… Anna iba contra el aire, su pelo, despeinado, no le molestaba, y caminaba con firmeza porque el viento era fuerte. 

En ese mismo momento pensó en que, si un auto pasara no le importaría que este le atropellara. Quería morir, no sentía la necesidad de seguir respirando… Levantó una manga de su cazadora, y observó sus cicatrices, sus marcas, la única forma de sentirse satisfecha, conforme con su cuerpo, y con ella misma. Las acarició como si fuera terciopelo, no era suave, las tocó como si fueran importantes… 

A lo lejos, vio una luz… Una luz de un autobús, pensó en porqué no aprovechar la oportunidad que la muerte le estaba dando, caminó hacia la mitad de la calle, se paró enfrente de este, y esperó a que la atropellará, el mismo tocó la bocina, y cuando sentía la adrenalina correr por sus venas, alguien tiró de ella para que cayera en la acera, al abrir los ojos, y ver el mundo, no estuvo feliz. Un chico, yacía a su lado, él la había salvado de su propio suicidio. 

Conocía esa melena castaña clara, esa nariz respingada, y ese pequeño lunar en la mejilla derecha. Giró la cabeza, y se dio cuenta de que Anna le miraba con el ceño fruncido… Iba a hablar, pero esta se paró, y empezó a caminar por el mismo lugar donde antes. 

— ¡Anna! —Exclamó, y corrió a su lado tomando de su muñeca por debajo de la cazadora. 

— ¿Por qué me salvaste? 

—Anna… ¿Querías que te atropellara el autobús? —Frunció la ceja, y agarró con fuerza su muñeca, la acarició. En ese momento, sintió un relieve en esta, Anna elevó la vista, y él subió la cazadora hasta su codo. 

— ¿Desde cuándo te lastimas a ti misma? —Su cara de horror, espanto, y asombro fue molesta para Anna. 

—Desde el día que empezaste a llamarme fea. —Sus ojos se nublaron, el chico sintió un nudo en su garganta. 

Abrió la boca para hablar pero, Anna no se lo permitió, llevó su otra mano al aire y la movió en señal de no. Sacó la mano del castaño de su muñeca, y comenzó a alejarse.

— ¡Puedo ayudarte! —Gritó este, Anna se detuvo en seco, dio media vuelta, y se colocó justo en frente de él.

—Justin… Déjame morir. —Susurró observando los ojos del chico que le miraban con pena, pura pena.

let me dieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora