Take my hand, take me home

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#QuédateConmigo16

Amaia se despertó, le costaba abrir los ojos, los sentía hinchados. Miró su móvil, tres llamadas pérfidas de su hermano, dos de Leire, una de su madre y muchos mensajes. Igual que lo había cogido lo volvió a dejar sin contestar nada, más tarde quizá. Eran las seis de la tarde, desde que había llegado a su casa había estado durmiendo, el llanto la llevó al sueño profundo.

Se levantó y fue al baño, se miró al espejo y comprobó lo que sospechaba, tenía los ojos hinchados. Se lavó la cara y respiró profundamente, se desnudó y se metió a la ducha. El agua que al principio calmaba su nerviosismo, pasó a acompañar a sus lágrimas. Lloraba por Alfred, se sentía culpable por el accidente, por Rubén, lo había querido mucho como para pasar por alto la forma en la que habían acabado, y sobre todo, lloraba por ella, se sentía triste y eso hacía que se diera pena a sí misma. Cerró los ojos y quiso imaginar que tenía cinco años, que estaba sentada sobre las piernas de su padre, quien le acariciaba el pelo al mismo tiempo que le cantaba suave al oído. Volvió a abrir los ojos y se secó las lágrimas, se sentía agotada y escuchaba cómo sus tripas rugían. Se vistió y salió al comedor.

Justo cuando puso un pie en aquella habitación, sonó el timbre. Sin ganas y pensando en quién podría ser, caminó hacia la puerta y abrió. Allí estaba una chica sonriente con un par de bolsas en las manos que soltó rápidamente para abrazarla.

- ¡Leire! ¿Qué haces aquí?

- Como no me contestabas supuse que te habrías dormido, y también que no habrías comido así que aquí te traigo unas cositas.

La joven abrió las bolsas y de ellas sacó un tupper con macarrones, una ensalada, una bolsa de patatas y una tarrina de helado.

- Los macarrones son de mi madre, como sabe que te gustan, ha querido hacerte unos pocos. - Amaia sonrió tímidamente y se limpió una lágrima que caía por su mejilla. - Eh pequeña, venga, come un poco y ya verás como te encuentras mejor.

Amaia sentía nostalgia y aunque tenía allí a su amiga, se sentía muy desprotegida. Comió y como había dicho Leire, comenzó a encontrarse mejor.

- No sé si es buena idea... Pero, ¿me puedes contar qué lío llevas en tu vida?

Y así pasaron el resto de la tarde, entre confesiones de amigas.

Después de cenar juntas, Amaia fue a la habitación a cambiarse de ropa.

- Voy a cambiarme. Quiero ir al hospital.

- Amaia, ¿estás segura?

- Más que nunca. Necesito estar con él.

Y así fue, media hora más tarde Amaia llegaba al hospital. No dejaban entrar visitas a esas horas, pero obligó a su madre a irse a descansar a casa y ella se quedó.

Amaia entró en la habitación, por suerte todavía no habían traído a nadie más y tenía la habitación para él solo. Aunque no le hacía falta.

Caminó hacia él y le cogió una mano, le relajó sentirlo aún caliente, vivo. Una lágrima sucedió a otra, y así hasta secarse. Cuando ya estuvo más tranquila comenzó a hablarle, le contó cosas de su vida, de sus sentimientos, le habló de él, de lo que esperaba de aquella relación, si es que podía llamarla así. Le habló de muchas cosas aun sabiendo que no obtendría ninguna respuesta.

Amaia siguió yendo a verle todas las noches, ya que por las mañanas estudiaba, aunque no dejaba de pensar en él.
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Era sábado. Había vuelto del hospital temprano pero sentía que no quería estar sola en su casa. Hacía días que se sentía débil, quizá sería porque había dejado de comer tanto, no tenía ganas. Por las noches no dormía mucho, le gustaba mirar a Alfred, tan tranquilo, tan hogar.

Salió de la ducha y se sentó en el sofá. Se quedó mirando su guitarra, pero no le apetecía tocar allí sola. Tampoco quería descansar, ya tendría tiempo en otro momento. Entonces, casi sin pensar lo que hacía, cogió la guitarra, el bolso y salió de casa.

Llegó al hospital, fue a la habitación de Alfred. Se sorprendió al no ver a nadie que no fuera él. Tal vez estarían comiendo algo en la cafetería. Se aproximó a la cama, cogió una silla y se sentó. Sacó su guitarra de la funda y empezó a tocar unos acordes. A simple vista podría parecer que no sabía lo que tocaba, pero sabía perfectamente lo que quería, intentaba reproducir una melodía que se le había quedado grabada.

No se sabía la letra, solo algunas palabras sueltas. Pero pronunciaba perfectamente aquellas dos palabras: Quédate conmigo. Era un canto de esperanza, de socorro, de querer algo y no saber cómo conseguirlo. De vez en cuando se le formaba un nudo en la garganta.

Y cantaba, y lloraba, y pedía que aquel muchacho abriese los ojos. No entendía por qué tenía tantos sentimientos en tan poco tiempo, ¿era amor, atracción o simplemente le tenía cariño? Lo único que tenía muy claro era que no soportaba la idea de no verle más, no escucharle cantar.

A su cabeza vino la imagen de aquella noche de marzo en la que se conocieron. A ella acaban de robarle el bolso y un problema le llevó hacia la solución a todos sus males, Alfred. Recordaba su mirada, intensa, brillante, expectante. Su tímida sonrisa que dejaba a la luz unas palas separadas que le parecían de lo más bonito. Sintió su olor, una de las cosas que más le gustaban de él, su mano cálida rozando su mejilla. Definitivamente estaba segura de que no quería perder a aquel chico con el que había tenido tanta conexión desde el primer día.

La canción término. Y con ella se instaló el silencio. Casi podía escucharse el latido del corazón de Amaia, iba tan rápido, tan asustado e ilusionado. Espero un minuto, dos, tres. Al séptimo decidió parar, no esperar algo que podía no llegar nunca, aunque el miedo se instalara tan fuerte en su garganta que no pudiera hacer otra cosa que llorar.

Ocho minutos. 12:32 del medio día.

Amaia se levantó de la silla, miró a Alfred, nada, todo seguía igual. Se agachó para meter la guitarra en la funda que estaba al lado de la cama. Justo cuando iba a levantarse ocurrió algo que inmediatamente la hizo llorar.

De repente una mano que se agarraba a su último bote salvavidas, ella, un suspiro, una bocanada de aire suplicando ser escuchada para avisar de que no se había ido, que ahora estaba más vivo que nunca. Y unos ojos, que entre desconcierto y alegría la miraban como tanta intensidad que podrían romperla en cualquier momento.

De repente un chico. Un chico que volvía a la vida, que solo con un suspiro expresaba su fortaleza y sus ganas de vivir, las mismas que no le habían dejado irse de aquel mundo en el que además de muchas otras personas, una joven le necesitaba más que nunca.

De repente una chica. Una chica que había desecho su nudo en la garganta con un mar de lágrimas, que daba gracias a la vida, que ahora sujetaba el brazo de él como rogándole que no se fuera nunca más y no la dejara sola.

Alfred no habló, solo miro. Amaia miró y pulsó un botón para llamar a algún médico. De repente más médicos de los que le dio tiempo a contar entraron en la habitación obligándola a salir.

Alfred vivo. Alfred fuerte.

Amaia vio como se alejaba la camilla, rodeada de médicos, por el pasillo blanco y frío del hospital.

Por fin pudo sonreír y mirando al frente, evitando que no se perdiesen en aquel espacio y le siguieran hacia donde fuera, susurró un par de palabras: T'estimo.

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PERDÓN, perdón y perdón. De verdad que llevo unas semanas súper ocupada y no encontraba tiempo ni inspiración para seguir esto.

Espero no tardar mucho hasta el próximo capítulo, pero no prometo nada. Sé que lo entenderéis.

Amor ×1016 💚

Quédate conmigo || Almaia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora