Miedo a tenerte que olvidar

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#QuedateConmigo6

Estaba empezando a amanecer y el canto de los pájaros le despertó. Alfred se retorció en el suelo. Tras lo que pasó por la noche, se quedó dormido fuera sobre una manta, le costó dormirse por lo que ahora se sentía cansado. O quizá era por el agotamiento mental que le habían causado sus propios pensamientos.
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Amaia se había ido y él seguía allí. Inmóvil. Lo primero que pensó fue en Eva, ella no se merecía que él la engañase, aunque tuvieran sus más y sus menos, la quería... Le encantaba ver cómo se quedaba dormida en su regazo como un bebé o cómo patinaba. Eva hacía patinaje artístico.

Después pensó en Amaia. Aunque también en él, y en qué le había llevado a hacer eso. Era obvio que entre los dos había química, sus voces juntas encajaban a la perfección y tenían muchas cosas en común. Pero también tenían pareja, los dos, y ni Eva ni Rubén se merecían aquello. Y menos teniendo a Rubén durmiendo a escasos metros.

Por último su mente revivió el momento. Se acordaba de cómo le brillaban los ojos a Amaia, era algo precioso. Su piel estaba suave, cálida, igual que en la noche del viernes. Sus labios eran dulces, delicados, le habría gustado besarla hasta que uno de los dos perdiera el aliento. Pero Amaia se apartó, quizá fue lo mejor.

Y así Alfred concilió el sueño durante unas horas.
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Todos se habían levantado ya, menos Amaia. Rubén la había dejado dormir porque parecía un bebé y le daba pena despertarla.

Un rato después, una Amaia adormilada apareció bostezando. Dio los buenos días y cogió sitio para desayunar en los mismos troncos donde habían cantado por la noche. Esta vez estaba lejos de Alfred y no se habían mirado en ningún momento.

Cuando terminaron de desayunar y de hablar sobre cómo habían dormido se prepararon para ir a hacer una excursión por unas montañas que había a escasos kilómetros. Rubén se acercó a Alfred.

-Ey, tío, ¿estás bien? Te veo apagado, estás muy callado. -Pregunto tras darle una pequeña palmada en la espalda.

-Sí, gracias. Es solo que no he dormido muy bien. Pero estoy listo y con ganas de ir a hacer esa excursión.

Alfred no supo cómo, pero Rubén se había tragado esa falsa ilusión. Lo único que le apetecía era quedarse en la tienda de campaña tocando el trombón, o la guitarra de Amaia. También quería hablar con Eva, decirle que estaba bien, preguntarle por ella y quedar para verse en cuanto llegara a su casa, tenía ganas de verla. Pero como su primo había insistido mucho con aquella excursión y tampoco había cobertura allí, no pudo hacer ninguna de las cosas que pensaba. Así que cogió la mochila y siguió a los demás.

La fila la encabezaban Rubén y Amaia, se les veía muy animados y cariñosos, de vez en cuando incluso se paraban y se daban algún beso fugaz. Un poco más atrás iba Jorge con sus amigos, estaban Ana, Pablo y Miguel. Y al final del todo estaba él. Alfred intentaba poner la sonrisa más falsa que le salía cuando alguien le miraba pero estaba maldiciendo el haber subido a las montañas.

En un momento, Alfred se paró admirando la naturaleza, el olor a hierba fresca, el sonido de los pájaros. Pero sin querer se alejó del grupo. Cuando los demás se dieron cuenta, Rubén decidió ir a por él.

-No, cariño, ya voy yo. Ya os alcanzaremos. - Amaia le besó y se  encaminó hacia Alfred.

Cuando llegó, el joven estaba sentado en el suelo. Amaia le tendió la mano para ayudarle a levantarse pero este se negó. Así que Amaia decidió sentarse a su lado ante la sorpresa de Alfred.

Quédate conmigo || Almaia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora