Veintitrés.

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—Buenos días, Victoria —quito el beanie de mi cabeza, peinando mi cabello con mis dedos al entrar al estudio fotográfico.

Mi jefa aparece detrás del mostrador sosteniendo una enorme taza de café en su mano derecha y una pila de papeles en la izquierda.

El estudio de fotografía es pequeño, pero acogedor. Antes de ser contratado, solo era Victoria la encargada de tomar las fotografías, editarlas, revelarlas y luego entregarlas. Pero desde que inició una relación con una chica beta, se hizo evidente para ella que necesitaba algo de ayuda. Fue por eso que buscó un trabajador a tiempo parcial, a quien relegarle un par de funciones.

—¡Hola, Eddie! ¿Dormiste bien? —ofrece su mejilla para que la bese a modo de saludo y no tardo en hacerlo. También, rapto los papeles de su mano para encargarme de ellos una vez me instalara en mi lugar.

—Si, pude hacerlo al fin. Pero creo que el virus estomacal sigue resistiendo mis intentos de echarlo fuera de mi cuerpo —poso una mano en mi estómago, el cual ha estado demasiado inquieto durante el último par de días.

Las náuseas y mareos han sido una constante que empieza a ser molesta, sin embargo, ir al médico no está en mis opciones actuales.

Mentir en un documento oficial acerca de mi identidad es un delito, así que me abstengo de hacerlo.

—Deberías ir a ver un doctor —repite por millonésima vez, leyendo mi mente.

—No creo que sea necesario, pasará pronto —niego, leyendo uno de los documentos en mi mano. Es una contratación de nuestro estudio para la próxima semana. De inmediato me encargo de anotarlo en su lugar respectivo en la agenda y Victoria deja frente a mí una taza de té con galletitas. Sabe que es lo único que se queda en mi estómago últimamente. Le brindo una sonrisa agradecida, volviendo a centrar mi atención en los papeles en mis manos—. ¿Qué tenemos para hoy?

—Un bautizo. Estaremos tomando fotos de un par de hermosas gemelas —bebe los último restos de su café matutino y me encuentro casi vibrando debido a la emoción.

Aún no me acostumbro a trabajar en aquello que tanto me apasiona y Tori no deja de repetir que en algún punto descubriré que fotografiar bautizos y fiestas no es tan genial como se cree al principio.

Y yo le contesto siempre con lo mismo. Me gusta la fotografía, porque con ella se pueden congelar en el tiempo, aquellos momento más felices que no deseamos olvidar.

Casi siempre, nuestro intercambio termina allí, por suerte.

—Ow, que lindo. Prepararé el equipo —asiento y tal vez me levanto demasiado pronto, porque un mareo se hace presente, consiguiendo que tenga que aferrarme al borde del escritorio para no caer al suelo.

Tori está allí antes de que siquiera me de tiempo de parpadear y me ayuda a sentarme nuevamente, sin molestarse en ocultar la mirada de preocupación en sus ojos marrones.

aquiver ; larry stylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora