Veinticinco.

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—Buenos días —el saludo amigable de la jefe de Harry se corta de inmediato al verme, cambiando en una milésima de segundo a un ceño fruncido.

Siento su hostilidad golpeándome a oleadas y es, en definitiva, una clara señal de lo mucho que le desagrado.

Y no es como sí aquello me robaría el sueño en las noches. El repelús era mutuo.

—¿Harry? —pregunto, yendo directamente al grano.

Ayer, me había dicho que empezaba a trabajar después de las siete de la mañana, pero que entre las ocho y las diez estaba un poco holgado de tiempo, así que podríamos hablar tranquilamente.

Y luego de eso, me envió a un hotel donde pasé cada minuto, tratando de encontrar una explicación para el cambio en el aroma del omega y el porqué, seguía evitando darme una respuesta.

—Allí —apunta hacia el pasillo—. Está revisando unas fotos.

Asiento a modo de contestación y encamino mis pasos en esa dirección.

Una tenue melodía y la voz amortiguada cantando aquella canción de Harry me reciben una vez abro la puerta. Se encuentra de espaldas a mí, con toda su atención centrada en las fotos esparcidas en el escritorio frente a él.

—Hola —musito, apoyando mi hombro en el umbral de la puerta y disfruto al ver como el omega se sobresalta ante el repentino sonido de mi voz.

Lleva una mano a su pecho, donde seguramente su corazón late de manera acelerada debido al sobresalto.

—Dios, Louis. ¿Planeas darme un ataque cardíaco? —refunfuña, dándose la vuelta finalmente y lo que veo, me hace tener que luchar muy fuerte para no reírme.

Una diadema con orejas de gatito se encuentra apoyada en la cima de su cabeza, suponía que para apartar los rizos recortados de sus ojos y que así no le estorbaran en su tarea.

—No sabía que te iban esas cosas —bromeo, apuntando el adorable accesorio y Harry me da una mirada de confusión antes de entender a que me refiero.

Entonces, todo su rostro se sonroja debido a la mortificación y rápidamente se deshace de la diadema.

—No viste nada —sentencia, apoyándose contra la mesa al dejar el objeto sobre las fotografías—. Ni siquiera es mía. Es de la utilería para tomar fotografías infantiles.

—Entiendo —comento, manteniendo mi expresión seria, a pesar de lo mucho que quiero sonreír.

No obstante, es muy divertido verle divagar debido a la posible vergüenza que está sintiendo.

—¿Qué haces aquí? —dispara a la defensiva, cruzando sus brazos a la altura de su pecho.

—Aún no contestas mi pregunta —replico de inmediato, notando como la tensión se instala en él.

aquiver ; larry stylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora