Incendios de nieve y calor

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-¿Confías en mi?

Tres palabras fueron suficientes para que la poca cordura que le quedaba a Amaia desapareciera por completo.

Estaba pletórica y feliz, por fin se sentía completa nuevamente. En los brazos de Alfred comprendió al fin que llevaba un mes con las manos vacías.

En la puerta dejaron Ángela y a Eugen con la boca entre abierta y una frase sin terminar.

La hermana de Amaia tenia una sonrisa pintada de oreja a oreja, sabía lo que había sufrido su hermana ese mes, muchas veces le había dicho que ese no era el camino pero con lo cabezota que era Amaia no iba a desistir hasta que no se diera de bruces contra la pared. Y así fue.

Eugen por su parte no supo ni como reaccionar, ver a Amaia en esa situación y besándose con ese chico al que el ni conocía hizo que los celos y la rabia afloraran en su interior.

Amaia siempre había sido su Amaia. Aquella niña tierna y dulce con miedo a que le rompieran el corazón, él de alguna forma se había encargado de tenerla protegida en una bola de cristal y no iba a dejar que nadie se la quitara y mucho menos la hiciera sufrir.

Alfred y Amaia salieron casi corriendo del local cogidos de la mano, estaban felices. Por fin podrían pasar un rato a solas.

-Amaia...

Alfred se paró al lado de Amaia y acarició suavemente su mano con su pulgar antes de mirarla a los ojos

- Se que hay muchas cosas de las que hablar y que a lo mejor cuando se haga de día no querras volver a verme pero...

En sus palabras se reflejaba el miedo a ser rechazado nuevamente, una sensación de opresión intentaba apoderarse de su pecho.

Amaia no le dejó terminar, sabía por donde iban los tiros, ella también tenía ganas de aclarar todo de una vez y ser feliz pero eso sería mañana. Hoy sería su noche, su gran noche.

-No hace falta que digas más -le dedicó una tierna sonrisa- se que nos debemos una conversación pero...

Se acercó tanto a Alfred que sus labios comenzaron a rozarse en un baile de los más placentero para después posarse cerca de su oído.

-Dejame demostrarte está noche lo que a lo mejor mañana con palabras no sabré explicarte -dijo en un tono casi suplicante-

Alfred no dijo nada sólo asintió con una sonrisa y beso su cabeza con ternura. Sus ojos oscuros estaban llenos de luces y chispitas, Amaia podía jurar que eran los ojos más bonitos que había visto nunca, su mirada estaba llena de verdad y de amor, que bajo la luz de la luna brillaban aún más que de día.

Caminaron un rato hasta que llegaron a un portal que Amaia no conocía. A pesar de todo confiaba en el y se dejó llevar.

Alfred vivía en un ático bastante grande, sus padres le ayudan a pagar el alquiler y a tener su propia independencia.

Chus y Alfredo tenían una buena posición económica y no les era un gran cargo ayudar a su hijo. Alfred era hijo único y era la luz de sus ojos.

Amaia se quedó con la boca abierta cuando vio el ático, era precioso. El piso gritaba el nombre de Alfred por todas partes. Estaba ordenado meticulosamente, la decoración era minimalista en tonos arena y grises que le daba un aire muy sofisticado.

Tenía una gran terraza desde donde se veía prácticamente toda la ciudad de Barcelona.

-Alfred tienes una casa preciosa -se dio la vuelta para quedar cara a cara con él-

¿Y si fuera ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora