A un mar de distancia

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Y él contesta que todo irá bien

Que las flores volverán a crecer

Donde ahora lloramos

Cae la madrugada mientras ella de pie

Mira con la chispa adecuada

Cara de emboscada

Cielo abierto a la vez

El piensa que bonita es


Amaia

Costaba hablar, me costaba desahogarme y soltar un anclaje a esa pesada mochila con la que llevaba cargando demasiado tiempo.

Me costaba respirar, me costaba mirarle a los ojos sin romper a llorar. Como una niña de 5 años asustada que solo busca cobijo en algún lugar donde se le de amor y no donde ser acusada.

Quería llorar, gritar y patalear mientras maldecia cada segundo de aquella noche. Los recuerdos volvían a mi más vivos que nunca, mi madre había abierto la caja de pandora frente a todo el mundo, incluyendo a Alfred.

Estábamos sentados en un banco en el paseo de la playa del Prat, ese lugar estaba relativamente cerca de mi casa. No había sido escogido al azar, ese lugar me traía tan buenos recuerdos... los besos, los juegos y esas miradas robadas. Necesitaba recordar el bien que me hacía Alfred, que en este momento era más una necesidad que un capricho.

Sin lugar a dudas era la mejor representación de los dos, ahí había nacido todo, era el lugar donde todo terminó de florecer.

No somos nada y a la vez somos todo.

- Lo... lo siento -fue lo único que logré decir mientras sostenía mi cabeza entre mis manos-

Alfred la miraba sin comprender nada, ¿perdón? ¿perdón por qué?.

Había salido huyendo de su casa tras la acalorada conversación con su madre. Sino hubiese sido por su repentina huida estaba seguro de que se desataría una guerra mundial. Su móvil no había parado de sonar desde entonces pero Amaia en un gesto rápido y sin mirar quien era apagó el móvil y lo dejó en el bolsillo de su chaqueta. Su cara

La madre de Amaia irradia amor por los ojos cuando mira o habla de sus tres hijos, son su mayor tesoro y ahora se sentía como una leona que protegía a sus crías de un salvaje depredador.

Nunca había sido una madre controladora pero si exigente, quería que sus hijos pudieran gozar de libertad, para aprender a madurar.

Desde el incidente de Amaia se siente culpable.

Culpable de no haber estado ahí, de no haber sido consciente de que no todas las personas son buenas y de que su hija no era tan mayor como ellos pensaban. No dejaba de ser una niña, a la que de alguna forma dejaron desprotegida.

Muchas preguntas rondaban la cabeza de Alfred mientras esperaba a que Amaia empezara a hablar ¿por qué la familia de Amaia lo odiaba? ¿perdón por qué? ¿qué pasó en Pamplona? ¿quién es el tal Eugen y que pintaba en la vida de Amaia?

Así una tras otra, preguntas y más preguntas se amontonan en la cabeza de Alfred.

Alfred

¿Y si fuera ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora