Junto a ti

1.1K 72 21
                                    

Ni en mis mejores sueños habría soñado con algo parecido a esto.

Lloraba pero no de pena sino de felicidad, esa sensación que invade nuestro pecho cuando nos sentimos completos, amados , protegidos y correspondidos. Me sentía plena y esa sensación ya nada ni nadie me la quitaba.

— Pero y todo esto -dije entre lágrimas de la emoción- ay Alfred no hacía falta, seguro que ha sido un curro tremendo y yo -pero no pudo continuar hablando, porque él decidió callar su nerviosismo con un beso-

— Shh, no te preocupes por eso ahora ¿vale? -dijo besando dulcemente su cabeza mientras la estrechaba contra su pecho- ni me llores más que no me gusta verte triste -y le puso un puchero que acabó en una sonrisa contagiada- así mejor -limpió su última lágrima-

Mientras Amaia miraba maravillada todo a su alrededor, las antorchas, la cama en medio de la arena, la mesa perfectamente dispuesta ante ellos y el rugir suave del mar. Estaba en casa.

Alfred se acerco por la espalda y le dio un suave beso, quería demostrarle que esto iba enserio, que ella era casa, que era su todo y que estaría siempre por y para ella, ya fuera en la tierra, en la luna o en marte. Ella siempre sería casa y su lugar en el mundo.

— ¿Cenamos? - dijo viendo como a lo lejos venía Roi con una pizza, como habían marcado en el plan-

— Si por favor que me muero de hambre -y su estomago empezó a rugir- ups -dijo sonrojada, con ese brillo tan especial en sus ojos-

Mientras iban rumbo a la mesa se acercó Roi por la espalda, sobresaltando a Amaia que la había cogido desprevenida.

— Su majestad, su cena -dijo haciendo una reverencia a Alfred a modo de juego- mi reina -y cogio el dorso de la mano de Amaia para besarla-

— Roooi -dijo Alfred haciendo énfasis en su nombre-

— ¿Este es el amigo del que tanto me has hablado verdad? -dijo riendo ante las ocurrencias del chico que no era mucho mayor que ella-

— El mismo, pero ya se iba ¿verdad? -dijo mientras miraba a su amigo pidiendo que se fuera para seguir con su plan-

— Por supuesto, he dejado el carruaje solo en la entrada a la playa, no vaya a ser que me lo roben. Hasta otra -hizo otra reverencia e igual que vino se fue-

— Me gusta -dijo riéndose- es el típico amigo que yo tendría, loco y divertido.

— Ya quedaremos otro día con el -sonrió satisfecho- ahora vamos a comer que se nos enfría.

Alfred le cedió la silla a Amaia para que se sentara y después hizo lo mismo para colocarse justo en frente, con la pizza en medio de los dos. Disfrutaron de una cena cargada de risas, amor, juegos y confidencias. Estaban siendo ellos mismos más que nunca en toda su vida y lo estaban disfrutando, hacia tiempo que necesitaban esa calma y ese momento de intimidad en sus vidas, que una no-independencia familiar a veces no les permitía tener esos ratitos a solas.

Decidieron terminar de tomarse la ultima copa de vino sentados en el colchón, ella se había posicionado en medio de sus piernas reposando su espalda en el pecho de su chico mientras disfrutaban del silencio y de los ecos del mar. No era para nada un momento incomodo, sus silencios a veces hablaban más que sus propias palabras y ya era un código secreto entre ellos, mientras muchas personas ven el silencio como algo incomodo para ellos es una parte más de su idioma y de su mundo, de su pequeño mundo que empezaba a florecer.

— Tengo algo que enseñarte -dijo mientras dejaba su copa en la arena e iba a buscar algo entre sus cosas-

Amaia lo observaba desde el colchón mientras se colocaba en posición de indio. Estaba realmente preciosa o eso le decía él cada vez que tenia oportunidad durante la noche, su vestido blanco era sencillo pero a la vez perfecto, con la espalda al aire, ajustado a la cintura y con la cantidad suficiente de tul en la parte baja. Parecía un hada de cuento. Alfred la miraba embobado desde la distancia, pensando en la suerte que había tenido.

¿Y si fuera ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora