Las sábanas pegadas a mi cuerpo y a mi colchón están frías, me encuentro en un sueño, sumida en la más recóndita oscuridad, deseando que este tiriteo aterrador, constante, cese de una vez por todas. Es miércoles, las nubes se desplegan en el cielo como una gran y densa cortina gris, siento como todo mi cuerpo se desvanece, en un recuerdo lejano que ya creía olvidado en mi memoria, pero que tras las horas de ayer, volvieron a mí como un bofetada en una herida ya abierta.
Pienso en lo que quiero pensar, intento no pensar en nada más, pero mi cerebro no me deja, es por la mañana, hoy se me hacía imposible levantarme, mi propio peso caía como una gran piedra a la que debía cargar, y yo ya no podría hacerlo. Recordando todos los acontecimientos que pasé ayer, solo hay ciertos puntos borrosos, donde mi mente ya no quiere seguir y las bloquea con un zumbido negro y congelador. Recuerdo las clases, las extrañas e irritantes clases, recuerdo a Kate, a los chicos, esa tierna pareja que siempre me hace sonreír con sus locuras, recuerdo a Doyle, a su camisa y pelo alborotado, y al olor que su cuerpo desprendía, ese que anteriormente había estado en Madeleine. Recuerdo sus dibujos, por lástima, también recuerdo los míos, recuerdo el fin de las clases, recuerdo las escaleras, la oscuridad, mi llanto, mis manos, una voz a la que no consigo reconocer, y a partir de ahí, solo hay silencio, ningún recuerdo, ante todo esto, recuerdo levantarme en el pie de mis escaleras, sin mamá en casa, pero con una magulladura en mi brazo derecho.
Si pienso mucho en ello, llego y puedo volver a llorar, pero no me es necesario solo ese triste recuerdo para hacerlo, años pasaron antes de que algo de eso se supiese, años pasaron desde que yo contemplaba la sombra de mi madre llorar en mi habitación, recuerdo la sangre, sus heridas, precisamente hechas para no ser vistas, recuerdo sus gemidos de dolor, y esa escalofriante manera que tenía mi padre de sonreír al verla llorando.
Suspiro, mamá no está, son las diez de la mañana, y mi cama comienza a ser tan solo un ataúd lleno de agua salada que me hace imposible el poder respirar. Pienso por un momento, cojo aire, y me incorporo, mis pies desnudos tocan la madera, por la cual comienzo a caminar escaleras a bajo. Hoy hace frío, y mi atuendo, el cual consiste en una camiseta apropiada para esta ocasión, con las letras doradas grabadas formando la frase SAD GIRL, y una fina capa de tela que hacen de pantalón.
Me sirvo un vaso de agua, enciendo todas las luces, el salón, el baño, la cocina y el dormitorio de invitados, alumbran toda la casa, como un ritual, camino por los pasillos, registro tras las puertas, y comienzo a relajarme. Me asusta estar sola, aún más que estar rodeada de gente sin saber que harán.
Sentada en uno de los sofás independientes, le escribo un mensaje a Kate, donde tan solo le hago saber que estoy bien, un poco enferma, lo cual no es del todo verdad, y mientras mi dedo pulsa enviar recibo uno más, en la pequeña pantalla puedo ver el número sin registrar, su mensaje es aterrador.
—No es bueno gastar tanta luz... A tu madre no le gustará.
Rápido, comienzo a teclear lo único que soy capaz de escribir.
—Lo siento, pero creo que te has equivocado.
Miro inconscientemente hacia los lados, las ventanas, las puertas, los salientes de luz, todo, oculto tras la madera, el cristal y unas gruesas cortinas de tela brillante.
—Yo creo que no. Es mejor que te arropes, hoy seguro que hará frío. Lo sé muy bien, aquí fuera lo hace.
Mis movimientos se congelan, mis huesos parecen tocar una canción escalofriante con mis costillas. Y mis dientes se mueven al son de esa melodía intermitente. Bloqueo el número todo lo rápido que mis dedos nerviosos me permiten. Me incorporo del sofá con urgencia, me acerco poco a poco al frío vidrio de la ventana, la lluvia comienza a caer fuera, un silencioso rayo ilumina el cielo, y la estancia dentro de mi casa se sume de nuevo en una oscuridad.
Mi móvil sobre el cojín comienza a sonar, una melódica música me hace saber que he recibido un nuevo mensaje, me acerco a él y sobre mis manos temblorosas prendo la linterna de este, mi respiración comienza a ser irregular.
—¿Creías que eso iba a funcionar?
Arrojo el móvil contra la alfombra, este revota y cruje, su linterna se apaga, y de nuevo, está todo a oscuras. Corro hacia la habitación de invitados, intento controlar mi cuerpo, busco en los cajones de la mesilla, en el vacío armario, bajo la cama, y entre mis manos alcanzo una pequeña caja de madera, las palabras en caso de emergencia, están talladas en ellas, la abro y cojo la pequeña linterna de su interior, allí también hay algo de dinero, un cuchillo y un saquito de tela pintado de marrón, en el que una exclamación dentro de una señal triangular se haya pintado de negro.
Enciendo la linterna, envuelvo el cuchillo con mi puño, y meto el pequeño saco en el bolsillo de mi pantalón. Comienzo a andar en busca de la caja de los fusibles, que se encuentra en la cocina, desde dentro los rayos y los truenos se hacen cada vez más visibles, primero, uno cada cinco minutos, después, dos cada tres minutos, y en un segundo, el cielo se llena de ellos sin cesar. Sosteniendo el cuchillo con mi mano derecha, y la linterna con la izquierda, mientras el único sonido que hay a mi alrededor es el de la lluvia golpeando los cristales, logro llegar a la cocina, busco por toda ella la caja blanca pegada a la pared, pero no la veo.
Pienso el lugar de su ubicación, y doy por hecho en donde se encuentra. A mi derecha, abro una puerta blanca que da a la despensa, me adentro en ella con la respiración agitada, mientras mi pelo se mueve al son de mis movimientos. Alumbro a su paredes, y tras algunas baldas de comida la encuentro; cuando consigo abrirla veo que en realidad han sido las luces las que se han fundido. Cierro todo de nuevo cuando compruebo dos veces que está todo bien, y cuando me dispongo a salir, esa melódica música proveniente de mi móvil comienza de nuevo a sonar, ¿pero cómo?
Salgo de allí corriendo, el ruido de un fuerte golpe hace que mis alarmas se activen de nuevo, miro hacia las escaleras, una luz blanca se abre paso hacia mi habitación, otro golpe cruje por toda la casa, aprieto el cuchillo entre mis manos. Son en torno a las once de la mañana, parece haber pasado una eternidad. Me dirijo hacia las escaleras, mis pies ya no sienten el frío o el calor.
—Sal de ahí.
Sacudo mi cabeza, al llegar al cuarto escalón me ha parecido escuchar un susurro, una voz.
—¡Vamos! ¡Corre!
—¿Quién eres?
—¡Tú solo corre!
—¿Qué quieres de mí?
Pregunto mirando hacia todos lados.
—¡Emma, corre! ¡Corre!
Un zumbido y un dolor me hace caer al suelo, las paredes comienzan a torarse borrosas. Lo último que mis ojos pueden llegar a ver son unos zapatos negros y una risa grave a mi lado. Suelto el cuchillo, suelto la linterna, cierro los ojos...
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El ángel demonio Doyle Saint
Fantasia¿Qué es el demonio si no el hijo favorito de Dios? ¿Qué sería del bien sin el mal? ¿Y de la de luz sin la oscuridad? En coexistencia, el bien y el mal viven en cierta armonía dentro de Doyle, dentro de esos ojos que hacen cambiar a cualquiera. Para...