Préstamo

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Miro hacia Doyle desconcertada. Mis ojos van desde Gabriel, el extraño ante mí, y hacía Doyle, el ángel que se ha convertido en algo más que un protector en estos últimos meses.

Sus ojos encuadran a Gabriel, con ojos blancos de pupilas dilatadas, con ambas manos hechas un puño de ira, mientras sus uñas se clavan en las palmas. En estos momentos mi cabeza se siente mareada, dos nombres sobrepasan por mi mente, y las letras D y A son las responsables. Doyle y Aiden. Aiden y Doyle, si bien no se de que demonios está hablando, en estas circunstancias espero no saberlo nunca.

—A juzgar por la cara de la santa, veo que ella no sabe nada. —Habla el rubio, posiblemente de metro noventa, con una petulante sonrisa en sus labios.

—Gabriel, te lo advierto, cállate. —Amenaza Doyle o Aiden, o bueno, el oscuro ángel a mi lado.

Por el contrario, el rubio se carcajea y se adelanta un paso hacia mí.

—¿No le has dicho nada de nada a tu querida novia barra protegida? —Miro de nuevo hacia Doyle, su mandíbula tensa sobrepasa su blanca piel, contiene su ira, lo sé.

—Gabriel... —Pronuncia con los dientes apretados.

—Doyle... Ups. Aiden. —Sonríe con sarna.
Alejo mis manos del cuerpo de Doyle, y doy un paso hacia atrás mientras por mi mente pasan algunas ideas de las que yo nunca sería consciente. ¿Y si todo esto ha sido una patraña? ¿Es todo lo que me ha dicho verdad? ¿Y si vuelve a intentar matarme?

Cruzo las manos sobre mi pecho, y miro con el ceño fruncido a los seres ante mí. Inhalo y exhalo. Inhalo y exhalo. Todo parece más sencillo desde la distancia.
A dos metros de mí, frente a frente, hermano contra hermano, en un mar de miradas color azul celeste y pupilas ennegrecida por el orgullo, la ira, la arrogancia, la melancolía, la nostalgia, el miedo.

El rubio da un paso más, me afila, me tensa y me tienta a correr con su sola mirada.

—Oh, no tengas miedo. —Me dice. —Yo también soy un ángel. —En su rostro de forma una media sonrisa descarada. Los ojos de Doyle parecen aterrados, como si esperase algo, o por el contrario, quisiese esconderlo, tal vez de mí.

Del ángel, brotando grandes, y en esplendor, salen dos alas blancas como la nieve de su espalda. Se mueven, se agitan, se despliegan y se pliegan ante mí. El ángel da un paso más, retrocedo, y Doyle se mantiene en su lugar.
Miro con terror hacia el rubio de nombre G, mi labio inferior tiembla, y el interior de mi mejilla es apresado por mis dientes impidiéndome así gritar.

Era consciente de las palabras del pelinegro, llegué a creer su versión, pero verlo y oírlo son cosas distintas, de otros mundo u otro universo. Quizás, tal vez, fui engañada.

—Gabriel, por que haces esto, déjalo ya, déjala. —Habla Doyle tras unos insistentes minutos de estrepitoso silencio. Él mira fijamente a los ojos de Gabriel. Con furia y una incandescente llama brotando de su interior.

—No le has enseñado tus alas. —Afirma Gabriel, sonriendo por la falta de negación de su hermano. —¿No me equivoco, verdad? —Pregunta con chulería, mientras sus alas se mueven en el espacio. —Hermano, por favor, corrígeme si me equivoco. —Su sonrisa perdura, mi cabeza parece haber girado 180 grados, por lo que me veo mirando hacia las posibles salidas del lugar. Nada.

Doy un paso más hacia atrás, y otro, y otro. Mientras el miedo recorre mi sangre y mis venas lo bombean hasta mi corazón.

—Alto ahí pequeña. —Gabriel sujeta mi cuello, uno de sus dedos acaricia mi yugular, de arriba a abajo, haciendo un trazo suave. No puedo huir, ahora no. —Mírame, Aiden. —Exige su hermano. —¡Mírala! —Grita cerca de mi oído. —Dime que no has tocado este cuello. —Acerca su rostro al lado izquierdo mi cuello, su aliento, caliente, hace que mi piel de ponga de gallina. —Díme que no has chupado, ni besado estos labios. —Sus labios húmedos recorren mi barbilla, mi mejilla, yo solo puedo contener la respiración. Deseo desmayarme. —Díme, que tu manos, no han tocado este cuerpo... —Su pecho choca contra mi espalda, mientras ambas manos recorren mi torso, mis brazos, mis manos, mis pechos, llegando al límite, debajo de mi ombligo. —Vamos, hermano. Díme cuanto has deseado acariciar sus muslos, tocar su pecho, y hundir tus labios en cada centímetro de su cuerpo. —Muerde el lóbulo de mi oreja, y el tacto de sus dientes me hace temblar.  Miro hacia Doyle, su vista esta pegada al suelo, sus manos siguen formando puños, y sus pies parecen anclados a la superficie.

«Tranquila»

Consigo entonces oír su voz en mi cabeza.

—Recuerdas cuando papá te echó del cielo, ¿verdad? —Sonríe maliciosamente. —El pequeño Aiden Saint, o mejor dicho Doyle Saint se enamoró de una humana, sagrados para papá, un lastre para mí; pero ese no es el caso. —Su mano vuelve a mi cuello, y lo acaricia cuidadosamente. —Ella creyó en ti hermano, y cuando fuiste expulsado, ¡PUF! Te marchaste y la viste morir desde lo lejos. —Ríe. —Cruel, pero te mereces un aplauso de mi parte pequeño. Y ahora, ahora me vienes con ella, papá estará muy orgulloso al saber que esta vez no ha sido una simple humana. ¡Si no la mismísima hija del ángel mas podrido que ha podido existir!

Mi respiración de altera, miro hacia todos lados, mis ojos dan vueltas y vueltas, y ya no se siquiera lo que hacer. ¿Ángel? ¿Hija? De que demonios habla este ángel. En sus alas parece haber luz, pero en su forma y en su voz hay miedo, terror, y todo ellos apunta hacia Doyle. ¿Por qué si no me tendría como rehén?

Sopeso las posibilidades que puede unir mi mente en todos estos años que llevo de vida. Fueron dieciocho años colmados de sufrimiento y dolor, por un padre maltratador, y una madre junto con una niña débil y asustadiza.

«Tranquila»

Le vuelvo a escuchar. ¿Pero por qué tranquila? ¿Cómo siquiera podría estarlo?

—¿Qué quieres a cambio de tu silencio? —Dice Doyle levantando la vista del suelo. En su rostro se muestra el enfado, ambas cejas están juntas formando un ceño, y yo internamente quiero creer poder hacer lo que me ha pedido. Estar tranquila.

—¿Recuerdas lo que te quito Ezequiel? —Doyle asiente, y cierra sus ojos por un par de segundos. —Vamos, eso por la chica maldita. Se que quieres tener estos preciosos labios para ti.

El ángel oscuro pero de blanco corazón cierra de nuevo sus ojos, dejando caer su vista hacia el suelo. Mientras su respiración de torna ha descuidada y pesada, permitiéndome contemplar el baile que hacen sus hombros. Que suben y bajan con su respiración.

—No tengo todo el maldito tiempo del mundo. —Suspira Gabriel pesadamente. —Oh, es cierto, si que lo tengo. —Comienza a reír por su propia estupidez.

Doyle sube su mirada, directamente hacia mí, abro los ojos todo lo que mis cuencas me permiten, y ahogo un grito al ver sus ojos, brillantes, más que blanco, con una luz radiante. Y una lágrima que cae por mi mejilla, suspirando al ver la imagen ante mi. Un ángel, un ángel de alas enormes. Una blanca, tan grande o más que ka de su hermano, y otra, negra, sin cuerpo, sin vida. Hecha del esqueleto de la misma, como si hubiese sido quemada.

Y en su rostro, veo la tristeza, la vergüenza y entonces, una sonrisa emerge de sus labios.

«Tranquila»

Susurra con voz dulce en mi mente.

—Preciosas. —Dice el rubio detrás de mí, aún con sus manos rodeando mi cuello. —¿Has visto lo que le sucedió a tu ángel? —Una segunda lágrima solitaria brota de mi ojo. —Bien, hora del préstamo. Tu segunda ala, por su libertad. —Doyle asiente, y yo intento gritar. Gritarle que está loco, que no lo haga, pero la enorme palma de Gabriel tapa toda la parte inferior de mi cara. —¿Prefieres quemada o cortada, hermano?

El ángel demonio Doyle SaintDonde viven las historias. Descúbrelo ahora