En aquella oscura sala, un haz de luz consiguió que el ser sentado sobre el suelo temblase de terror. Sus dedos temblorosos acariciaban el cemento bajo sus pies, mientras que los dientes en su mandíbula parecían estar a punto de romperse.
Frente a él, una chica de cabello oscuro sonreía de forma pasiva, sus labios se curvaban hacia el cielo sin el más mínimo horror, mientras que sus ojos, blancos como la nieve, observaban al paliducho ser ante ella. Pero no, esa ya no era ella, lo decía aquella manera de liberarse de sus cadenas invisibles, lo decía aquella expresión en su rostro, lo decía el temblor que les causaba a aquellos que podían contemplarle.
—Tienes miedo, ¿verdad? —Dijo aquella bestia con cara de ángel.
Más el ser no se movió, ambas partes de su mente dejaron de funcionar tras esa palabra.
"Doyle". Sí, ese simple nombre las hizo desvanecer. Mientras aquel ángel condenado al infierno, podía ser contemplado ante él. Y cada paso que daba, uno, dos, tres, acercaba a aquel demonio a su fin, a su infinita locura, a una desdicha llena de llamas en el infierno.
—Esto es sencillo. —Expuso el ángel a tres pasos del demonio. —Es muy sencillo... —Comenzó a explicar el ángel, a dos pasos del demonio. —Mátala, y te mato; como eso me será sencillo, yo mismo me enviaré al infierno, donde ambos nos podremos encontrar de nuevo. —En su sonrisa se podía ver la verdad. Un paso lo acercó al demonio. La respiración del ser se podía sentir en el rostro del ángel. En sus ojos se contemplaban la satisfacción.
—¿Por qué? —Se atrevió el rubio a susurrar.
—Porque puedo. —El ángel se puso a su altura. —Y ahora dime, ¿quién es el masoquista que te ha enviado a por ella? —La voz de la chica aún era reconocible, en ella se podía distinguir la condura, y el desatino, el blanco y el negro que habitaba en su interior.
—Ella... Ella ¿te ha entregado su cuerpo?
El demonio habló, que con ojos rasgados miraba al ángel con engaño y temor.
—Digámoslo de esta forma, se puede pensar que lo he cogido prestado. —Sonrió el chico dentro del cuerpo mortal.
—Pero eso, eso no puede ser... Tú no puedes hacer eso... —La voz del demonio se unificó, ni pasiva ni dominante se encontraron en su garganta, mientras ambas voces rogaban en sueños por su perdón. —Tú fuiste...
—Shh. —El suave dedo de la chica tocó los labios del diablo. —Me dirás lo que deseo saber, ¿verdad? —Su sonrisa le hizo temblar. —Me lo dirás... —Afirmó la chica, convencida por sus propias palabras. Pero el demonio no se retractó. —O si no... —Esta vez, él gritó de dolor.
...
Mientras insisto en los que me hace bien, o en lo que me hace mal; mi mente divaga por los más recónditos rincones de mi oscuridad. Oigo voces lejanas, tan cercas a mí, pero no logro escucharlas, para mí solo son como un idioma del que yo nunca podré tener constancia. No puedo ver lo que ocurre, es como si una espesa niebla negra me impidiese hacerlo.
Siento a mi propio cuerpo, moverse solo, aunque tal vez sea un terrible fruto de mi imaginación, de la demencia o quizás de la poca cordura que mi cuerpo alberga. De esa locura dormida, que ahora ha despertado más fuerte que nunca.
Puedo sentir temblores, mis manos zarandeándose fuera de sí mismas, y puedo sentir un terrible sueño, algo que me hace querer dormir, noche y día, noche y día, hasta calmar el cansancio que se instala en mí.
—¡Dios mío, despierta Emma, despierta! —Una suave voz recorre mi mente, mis parpados comienzan a renacer, y poco a poco, como una crisálida, se abren para contemplar a la chica ante mí.
—¿Kate? —Mi voz suena ronca, y cansada. —¿Qué haces aquí?, deberías estar en el instituto.
—Tú estás loca. —Afirma. Sí, eso ya lo sé. —Hace como dos horas que el instituto terminó, cuando alguien llamó a mi teléfono y me dijo que estabas en peligro. —Ella parece alterada. —Gracias a Dios que tengo una llave, ¡qué diablos hacías en el suelo! —Frunzo el ceño. Con ambas palmas de mis manos, toco el suelo que está bajo mi cuerpo, mientras que me incorporo para poder pensar mejor. Sí, ¿qué hacía tirada allí? Al pie de mis escaleras, además. —Te dijimos que esas pastillas no eran buenas para ti. —Sí, gracias Kate, pero yo creo que me hacen bien. —Se que no quieres oír esto, pero quizás tú, te estás volviendo una... Una maldita adicta, Emma. —Mientras sus finos dedos acarician su cabellera rizada, intento procesar todo lo que ella se ha atrevido a decir. Ahora mismo, necesitaría de su ayuda para comprender que me ha pasado, pero no, en estos momentos ella ya ha decidido por mí.
—Kate lo siento, pero debes irte. —Desvío mis ojos de ella, mientras su cuerpo aún sigue sentado junto a mí. —Ya.
Ella se despide de mí con un doloroso y bajo adiós, mientras oigo como sus pies se arrastran por la madera, y sale, dando un ruidoso portazo. No quería que esto pasara, pero no iba a permitir que ella, como tantas personas, me hablase así. Y menos, cuando se, que tan solo hago drogarme. Y sí, también sé que ellos tienen razón, que debo dejarlo, que no me ayudan en nada, lo que ellos no saben que no es tan solo una; no, son más, y que sin ellas, quizás mis pesadillas volverían más que nuca. Y ese es un precio que no estoy dispuesta a pagar.
A mi lado, en el suelo, mi móvil está roto, hecho polvo se podría decir. Lo cojo entre mis manos e intento hacerlo funcionar, pero por desgracia, nada sirve para devolverlo a la vida. Suspiro, entre rendida y cabreada, y me levanto para dirigirme así hacia el sofá. Son casi las cuatro y media de la tarde, y fuera, el tiempo aún no ha mejorado, sonrío de forma sarcástica, de alguna manera, me siento bien por un mal que tengo la sensación de haber realizado; por otra, atormentada, por no recordar nada de horas atrás, pero por una vez en toda mi vida, no siento nada, no siento miedo o dolor, angustia o tristeza; me siendo bien.
Ahora mismo, mientras observo por la ventana la nostálgica manera de la lluvia caer, estoy segura que he llegado al límite de mi cordura.
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El ángel demonio Doyle Saint
Fantasia¿Qué es el demonio si no el hijo favorito de Dios? ¿Qué sería del bien sin el mal? ¿Y de la de luz sin la oscuridad? En coexistencia, el bien y el mal viven en cierta armonía dentro de Doyle, dentro de esos ojos que hacen cambiar a cualquiera. Para...