A manos del diablo

395 45 0
                                    

DOYLE

En pocas palabras, mi libertad se acabó al entregar mi corazón.

Cien años después de su muerte, el mismo error nació en otro lugar. Un pecado de mejillas sonrojadas, pelo color oro de la mejor calidad, y una sonrisa... Esa sonrisa te hacía suspirar. Me pidieron deshacerme de ese error múltiples veces, y fueron tantas que lo intente... Y fallé. Siempre fallaba por culpa de sus ojos claros, de sus pequeñas manos que desde el principio reclamaron mi calor. Simplemente no podía. Lo intenté a los días de la muerte de su madre, a los meses de su nacimiento, a los años que crecían en su interior. Pasaron diez años, mortal, para ella cinco por su parte de sangre angelical.

1754

—Elizabeth. —Mi voz pareciera lejana en aquella habitación. Elizabeth jugaba, exhausta, con las manitas de su hija. Con los ojos levemente abiertos.

La respiración de la mujer, se hacía pesada por cada palabra que le cantaba a la pequeña, mientras sonreía intentando ocultarme su dolor. Él no estaba aquí, y yo aún debía terminar mi trabajo. ¿Pero cómo? Quería vivir, por encima de todo, lo quería. Después de la muerte de mi hijo, de mi esposa humana. Después de las guerras en la costa amalfitana, ¿podía pensar en quitar una vida más?

Pero, más tarde, no tendría ni idea en que se convertiría. Llevar mi segundo pecado a la espalda, cargar con el amor de un medio ángel. Y pasarlo a ser mi pecado principal.

—Cuida de ella. No dejes que sufra, protegela, Aiden, protege a mi hija. —Elizabeth sonrió cuando Emma apretó su dedo. Me miró con esa misma sonrisa, me duele ver a alguien más así. ¿Se supone qur debía sentir esto? No lo creo.

—Elizabeth... —Susurré, mientras en mi brazos descansaba la pequeña, acurrucada sobre mi pecho, sintiendo de nana mis latidos y respiración.

—Lo sé Aiden, no la mates por favor, sabes lo que se siente perder a tu familia, cuida de mi hija, quierela, por favor. Tu madre hubiese querido esto... —Susurró con dolor en la voz. —Tu padre cometió tu mismo error, al igual que mi marido y yo... Tu padre debe comprenderlo, él también se enamoró de una humana. —Su mano se aferra a mi camisa color marfil, con puños ensangrentados tras el parto. —Por favor... —Una lágrima surca por su mejilla. —Por favor...

—Está bien. —Mentí. —Cuidaré de ella. —Intentaré que no viva para ver el infierno.

—Gracias. —Besa a su hija, cerrando los ojos con una pequeña mueca de satisfacción en su rostro. Oí el pesado latir de su corazón relentizarse, hasta poco a poco caer sobre las cobijas que irradiaban calor sobre su cuerpo, para, tras unos segundos, deja de respirar.

Beso el dorso de su mano en señal de cariño y respeto, y por último, antes de marcharse de una vez por todas, su hija comienza a llorar.

Actualidad

Miro con deleite la forma en la que sus alas tienden a moverse, como si fuese la primera vez que las ve en ella, aunque, que ella recuerde, en realidad es así. Mi salón se ha convertido en una vista para ángeles, Emma mueve, corre, gira, todo ellos con la sonrisa en el rostro que me hizo caer rendido ante ella.

Suspiro.

Al final todo ha resultado así...

—Gracias a Dios. —Gira, intentado tocar sus alas.

—Por favor, mi padre no tiene nada que ver con esto, han sido mis toqueteos lascivos los que han conseguido esto. —Sonrío de lado y levanto una ceja, mientras ella se sonroja mirando hacia otro lado.

El ángel demonio Doyle SaintDonde viven las historias. Descúbrelo ahora