Tocar su cuerpo

447 45 5
                                    

DOYLE

Quería tocar su cuerpo, acariciar su cabello y jugar con él mientras el sol se escapaba y dejaba paso a la luna. Tenía ese afán de verla pasear cada día, de ir de un destino a otro esperando que me notase. Interponiéndome en su camino como un desconocido para regresar de su mano.
La deseaba desde lejos, viendo el brillo de su pelo rubio a la luz del día, el equilibrio y el movimiento de su cuerpo lujoso, hecho para un dios. Pero ella no lo creía así y yo era perfectamente consciente. Los de a su alrededor la ignoraban, lastimaban y hacían pedazos los únicos escombros que quedaban de su corazón. Ella era insegura, a sus diecisiete años, lo era.

Cambió su color, ahora era negro como la noche y perfecto para mi oscuridad, sus labios rojos gritaban, deseaban ser besados y para mí era difícil resistirme. Su lujosa figura se transformó en algo más allá de este mundo, y en mucho tiempo quise ser un niño y no tener pensamientos lascivos, pero yo no era un niño, ni tampoco un ángel.

El primer día donde mis ojos pudieron contemplar su cuerpo de cerca, el corazón, desembocado, no dejaba de ir hacia ella. Sus expresiones, sus sabelotodismos, y esa fragante manera que tenía para poder inundarme de amor, pasión y sobre todo, pecado. Porque ella era un pecado, y siempre lo supe, pero el pecado se había convertido en mi amante y no quería alejarse de mí.

La deseé, deseo y la seguiré deseando de aquí a cien años. Aunque envejezca, engorde o adelgace, aunque se corte el pelo de una y mil formas; porque es su esencia lo que me gusta, no únicamente su cuerpo de reina y mente de filántropa. Y es así como el demonio enamoró al ángel, perfectamente consciente de que su final sería el infierno.

Pero no me importó, ni siquiera cuando pensaba que la quería, cuando perdí mi esencia al salvarla, ni siquiera, cuando años atrás decidí no matarla. Porque ella valía la pena, y mucho más, incluso si mis alas acababan calcinadas, incluso si mi hermano me torturaba y no paraba hasta que ella estuviese lejos. Y, al verla en sus labios, junto a su cuerpo, el mío no lo soportó más y caí. Caí rendido ante la imagen que el cielo me ofrecía como condena o perdón. Sentí su odio, lo sigo sintiendo allá donde fue y se que está, ahora sí, a salvo.

—No te ha gustado. —Afirma mi hermano, con hipocresía y una perfecta sonrisa ladeada en su rostro.

—Que te den. —Digo levantando mi rostro, formando yo también una maquiavélica sonrisa torcida.

—Ese es al Aiden Doyle Saint que yo conozco. —Ruedo los ojos y muerdo el interior de mi mejilla. Él se controla, perfectamente sabe que puedo matarlo.

—Te voy a matar. —Río y en consecuencia él origina una patada hacia mi estómago. Toso ante la pérdida de respiración. —Púdrete. —Él propicia una segunda cerca de mi boca. Esta vez escupo sangre y el arruga su nariz.

—Mira, yo no se que le habrás dicho a esa chica. —Ríe sarcástico. —Oh, bueno, todo lo que no le habrás dicho. Pero hermano, ella es mala, y tú eres peor. Si os juntáis será un dolor de cabeza descomunal para los que estamos allí arriba, y Miguel no quiere venir a patearte el trasero. ¿Entiendes? —No digo nada. —Mira, yo se que la quieres y bobadas de esas, pero es medio humana, una muy fuerte, aunque parezca que es una mierda; lo es. Además de la hija del mayor hijo de puta después de ti. —Guiña su ojo derecho. —Y bueno, tú eres tú, ¿sabes?

Lo miro con el ceño fruncido, tengo gamas de matarle. Juro que lo haré como le ponga un solo dedo más encima.

—No me mires así. —Él se agacha hasta estar a la altura de mis ojos. —No soy yo, es ella. Además, hermano, ¿qué demonios hiciste con mis secuaces?

—¿Te refieres al chico con trastorno de personalidad? ¿En serio era tuyo? —Río histérico. —Que pena que le temiese a la pelinegra, y a mí.

—No es posible... ¿Tú...? —Se levanta, anonadado, alejándose de mí.  Asiento orgulloso. —No, eso no es posible, solo un arcángel puede hacerlo, y eso con ayuda de papá. ¡Ella es un maldito ángel! ¿Cómo es posible? —Me encojo de hombros sin mostrar alguna expresión. —¡Cómo! —Exige saber, agarrando el cuello de mi camiseta oscura. —No, no, no. —Me rodea, caminando a paso acelerado. —Es imposible, tú no puedes, apenas y eres capaz de levantarte ahora. ¿Cómo puedes tener conexión con un ángel? ¡Eso, eso es imposible! ¡Joder! —Grita histérico, pateando una barra de hierro, haciéndola chocar hasta romper la pared.

—¿Seguro qué no puedo levantarme? —Él, quien tiene ambas manos tirando de su rubio cabello, me mira. —Llevo un rato aguantandote, y mira tú por donde, me has dado fuerzas. —Abro los ojos desmesuradamente, mostrando falsa sorpresa, mientras me impulso con una de mis manos, levantándome poco a poco. —No quiero ser un capullo ni nada de eso, pero quiero ir a buscarla, saber que está bien y abrazarla y tu, seas o no de mi familia, eres solo un escombro en esta gran montaña. Así que si puedes irte, te lo agradecería. —Le explico, con una ceja levantada y mi mirada sobre él. Mientras sacudo mis manos, en los negros vaqueros ajustados. Gabriel me mira atónito, noto el miedo en sus ojos, y eso me gusta más de lo que debería.

—¿Pero cómo?

Él traga mientras su respiración se acelera.

La vena de su cuello se tensa.

Hace puños ambas manos.

Y mira de forma dramática al suelo.

Oh.  Oh.

Ruedo los ojos, y hago igual que él. ¿Su ventaja? El muy capullo puede volar. Pero eso nunca, nunca, me ha detenido. La última vez no tenía ganas de seguir viviendo, ahora lo que menos quiero es morir.

—¿A qué esperas? —Me burlo mientras observo el falso reloj de mi muñeca. —Si no te pateo el culo ahora, ella se creerá que la he dejado. Así que por favor, termina tu... —Su puño derecho encaja en mi mandíbula, tirándome hacia atrás. —¡Dios! —Sujeto mi mandíbula. —¿Papá no te ha dicho que es de mala educación interrumpir cuando alguien está hablando? —Él sonríe. Já.

—¿Y a ti no te han dicho lo narcisista que eres?

—Te sorprendería.

—No lo dudo hermano.

Levanto ambas manos en el aire.

—Está bien, mi turno. —Sonrío y corro hacia él, pero con una grandes alas blancas esquiva mi golpe. Narcisista, engreído...

Suspiro y vuelvo a repetir el golpe, está vez con mi puño izquierdo.
Doy justo donde quería, encajando mis nudillos ahora rojos, en su mejilla. Me subo un punto en una tabla imaginaria.

Me lanza cuchillos con la mirada, lo he cabreado, lo sé y eso me encanta.

Un flash cruza mi mente cuando su segundo golpe llega directo a mi garganta. En mi cabeza veo a Emma, a sus ojos claros y sus labios color cereza. Y por mas inusual que parezca, oigo su voz.

Doyle, ¡oh Dios! Doyle, ¿qué mierda hago? Mi madre no es mi madre, Doyle quiero que estés aquí. ¿Por qué no estás?
El tercer golpe llega después de su voz. ¿Qué demonios ha sido eso? ¿Cómo ella ha conseguido entrar en mi mente? ¡Eso me llevó años! ¡Casi un siglo!

Le propicio un segundo golpe a Gabriel, acompañado de un codazo tras su cabeza, dejándolo un par de segundos sin respiración.

Respiro, recobro el aliento, no puedo pararme a pensar. Emma está asustada, ¿su madre no lo es en realidad? Debo terminar con esto y ayudarla.


...


Escuchad la canción, creo que os encantará. Va mucho con la especie de relación que mantienen Emma y Doyle.

El ángel demonio Doyle SaintDonde viven las historias. Descúbrelo ahora